Ocho
palabras del discurso del presidente Obama/David Harris, director ejecutivo del Comité Judío Americano (AJC). Traducción de Jesús Cuéllar Menezo.
El
País | 29 de mayo de 2015
El
22 de mayo pasado el presidente Barack Obama pronunció un poderoso y sentido
discurso en una sinagoga de Washington, donde abordó directamente las
preocupaciones y aspiraciones del pueblo judío, identificándose sin ambages con
sus valores éticos y también con la trayectoria ética judía en tanto metáfora
de la búsqueda universal de paz y justicia.
Aunque
la alocución no pretendía pronunciarse sobre políticas, Obama sí se refirió al
conflicto israelí-palestino, afirmando que “Del mismo modo que los israelíes
construyeron un Estado en su tierra natal, también los palestinos tienen
derecho a ser libres en la suya. Con todo, quisiera recalcar que esto no es
fácil. Los palestinos no son los socios más fáciles que hay”.
Para
empezar, al igual que una clara mayoría de israelíes, hace tiempo que pienso
que los palestinos tienen ese derecho. No solo sería bueno para sus intereses,
también para los israelíes, permitiendo al Estado judío, tanto poner fin a una
ocupación indeseada, que se remonta a 1967, como cambiar profundamente el
equilibrio demográfico dentro de sus fronteras.
Pero
solo hay un problema, contenido en ocho palabras que pronunció el presidente:
“Los palestinos no son los socios más fáciles”. Lo que hizo el público ante esa
frase fue reírse. Aunque, evidente, la cosa no sea para reírse. En realidad, el
fondo de la cuestión es este y lo ha sido durante décadas.
No
digo esto para plantear un debate. No intento imponerme en una discusión. Solo
tengo un objetivo obsesivo: asistir al día en el que Israel pueda vivir en paz,
de manera real y duradera, con sus vecinos. Tampoco pretendo con esto apuntar
que los líderes israelíes, de palabra y de acción, se hayan conducido siempre
de manera ejemplar.
Son
tan humanos y, en consecuencia, tan falibles, como los políticos de cualquier
sociedad democrática; están sometidos a las demandas del electorado y, en el
caso de Israel, a las turbulencias de la creación de coaliciones, y puede que,
a posteriori, entiendan las cosas perfectamente, pero, por desgracia, eso no
siempre ocurre cuando se trata de anticiparlas.
Con
todo, en última instancia, las intenciones de los dirigentes palestinos son de
todo menos evidentes. Puede que otros, desde Washington hasta Bruselas, traten
de interpretar sus objetivos. Sin embargo, al intentar precipitar una solución,
con demasiada frecuencia prescinden de, minusvaloran o racionalizan aquellos
factores fundamentales que podrían poner en cuestión sus afirmaciones.
A
decir verdad, en múltiples ocasiones los palestinos podrían haber tenido un
Estado y convertirse en “un pueblo libre en su propia tierra”, pero, por
razones que quizá quienes mejor conozcan sean sus líderes, decidieron lo
contrario.
A
muchos esto les sonará absolutamente contraintuitivo. Después de todo, si los
palestinos han estado clamando por tener su propio Estado y se les ha ofrecido
gran parte de lo que supuestamente quieren, ¿cómo puede ser que sigan sin tener
una nación? Y aquí es donde las cosas se complican.
Los
portavoces palestinos y quienes les dan trabajo no desaprovechan ninguna
oportunidad de desviar la atención de su propia y considerable responsabilidad
en la situación actual. Y con demasiada frecuencia tienen ante sí a públicos
receptivos, enormemente dispuestos a creer (¡qué importan los hechos!) que el
único culpable de todo es Israel, esa práctica cabeza de turco.
Sin
embargo, ¿cómo explicar que en 1947, en la Palestina del Mandato, se rechazara
la recomendación de constituir dos Estados, uno judío y otro árabe, que hizo la
ONU? ¿O que se desechara categóricamente tratar con Israel después de la guerra
de los Seis Días de 1967, cuando el Estado judío propuso un acuerdo de paz
basado en el intercambio de tierras? ¿O la falta de interés de los palestinos
en aprender de los ejemplos de Egipto y Jordania, que, en términos favorables,
alcanzaron acuerdos de paz con Israel, reconociendo su derecho a existir en la
región? ¿O qué decir del rotundo rechazo de las ofertas que en 2000 y de nuevo
en 2001, y con el respaldo absoluto de Bill Clinton, hizo el primer ministro
israelí Ehud Barak, planteando un acuerdo de dos Estados, y a las que se
respondió desatando una sangrienta “segunda intifada” contra Israel? ¿O de la
no aceptación del plan de dos Estados propuesto en 2008 por el primer ministro
Ehud Olmert, al que ni siquiera se respondió con una contraoferta? ¿O de la
actual violación por parte de los palestinos de los Acuerdos de Oslo de 1993,
basada en acciones unilaterales, en sortear a Israel y la mesa de
negociaciones, y en acudir a organismos de la ONU donde los votos están a su
disposición? ¿O del frecuente recurso de los palestinos a la incitación, a
términos incendiarios como el de «genocidio» y a la santificación de
terroristas con las manos manchadas de sangre de civiles israelíes? ¿O del
hecho ineludible de que hoy en día, en cualquier caso, el acuerdo basado en la
existencia de dos Estados es prácticamente inviable porque Gaza está en manos
de Hamás, un grupo terrorista apoyado por Irán que, por principio, llama a la
eliminación de Israel, y porque la seguridad de Mahmud Abbás en Cisjordania
está de todo menos asegurada (todavía menos sin la no reconocida ayuda de las
fuerzas israelíes)?
Como
judío, entiendo que la búsqueda de la paz está profundamente arraigada en
nuestra identidad. Nuestro ADN lo definen las palabras del profeta Isaías: “No
alzarán la espada gente contra gente, ni se ejercitarán para la guerra”.
Pero
ese no puede ser el comienzo y el final de la discusión. Existe una segunda
realidad. Ojalá no fuera así, pero, por desgracia, la tenemos justo delante y
remitirnos a la nobleza de los valores judíos no la hará desaparecer: para que
haya paz hace falta un socio que comparta verdaderamente el objetivo de poner
fin al conflicto, que también esté dispuesto a ceder para alcanzarlo y que dé
razones para creer que el futuro puede ofrecer una prometedora ruptura con el pasado.
¿Tiene
Israel ese socio? Los miembros del jurado –¿o deberíamos decir los judíos?- aún
no se han pronunciado. Pero me atrevería a decir que cuando Israel tenga ese
socio la paz no solo será posible sino inevitable.
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