EE.UU. es
el obstáculo en el camino/ Joseph
E. Stiglitz is a Nobel laureate in economics, a professor at Columbia and the
author, most recently, of The Great Divide: Unequal Societies and What We Can
Do About Them. Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.
Project
Syndicate |9 de agosto de 2015.
Recientemente
se llevó a cabo la Tercera Conferencia Internacional sobre la Financiación para
el Desarrollo en la capital de Etiopía, Addis Abeba. La conferencia se celebró
en un momento en que los países en desarrollo y los mercados emergentes han
demostrado su capacidad de absorber grandes cantidades de dinero de manera
productiva. De hecho, las tareas que estos países están emprendiendo – realización de inversiones en infraestructura
(carreteras, electricidad, puertos, y mucho más), construcción ciudades que un
día van a llegar a ser el hogar de miles de millones de personas y
desplazamiento hacia una economía verde – son realmente enormes.
Al
mismo tiempo, no escasea el dinero que está esperando ser puesto a un uso
productivo. Hace apenas unos años, Ben Bernanke, el presidente de la Junta de
la Reserva Federal de Estados Unidos, habló de un exceso de ahorro mundial. Y,
no obstante, los proyectos de inversión con alta rentabilidad social padecían
por escases de fondos. Eso sigue siendo cierto hoy en día. El problema, en
aquel entonces al igual que ahora, fue y es que los mercados financieros del
mundo en vez de cumplir con su objetivo de realizar una intermediación
eficiente entre el ahorro y las oportunidades de inversión, asignan mal el
capital y crean riesgo.
Hay
otra ironía más. La mayoría de los proyectos de inversión que necesita el mundo
emergente son de largo plazo, al igual
que lo son gran parte de los ahorros disponibles – es decir, los millones de
millones en ahorros que se encuentran en cuentas de jubilación, fondos de
pensiones y fondos soberanos. Pero nuestros cada vez más miopes mercados
financieros se interponen entre los dos.
Mucho
ha cambiado en los 13 años que transcurrieron desde la Primera Conferencia
Internacional sobre la Financiación para el Desarrollo International que se celebró en Monterrey, México, en el
año 2002. En aquel entonces, el G-7 dominaba la formulación de políticas
económicas a nivel mundial; hoy en día, China es la economía más grande del
mundo (en términos de paridad del poder adquisitivo), con un nivel de ahorro
que supera en alrededor de un 50% al nivel de EE.UU. En el año 2002, se pensaba
que las instituciones financieras occidentales eran magos en la gestión del
riesgo y la asignación de capital; hoy en día, vemos que son magos en la
manipulación de los mercados y otras prácticas engañosas.
Atrás
han quedado los llamamientos que instan a los países desarrollados a que
cumplan con su compromiso de dar al menos un 0,7% de su ingreso nacional bruto
(INB) en ayuda al desarrollo. Unos cuantos países del norte de Europa –
Dinamarca, Luxemburgo, Noruega, Suecia y, sorprendente, el Reino Unido – en
medio de su austeridad auto-infligida – cumplieron su promesas en el año 2014.
Sin embargo, Estados Unidos (país que dio 0,19% de su INB en el año 2014) se
queda muy, muy lejos.
Hoy
en día, los países en desarrollo y los mercados emergentes dicen a EE.UU. y a
los otros países: Si no van a cumplir sus promesas, al menos, no sean un
estorbo en el camino y déjennos construir una arquitectura internacional para una economía mundial que también
beneficie a los pobres. No es sorprendente que las hegemonías existentes,
encabezadas por EE.UU., estén haciendo todo lo posible por frustrar tales
esfuerzos. Cuando China propuso crear el Banco Asiático de Inversión en
Infraestructuras para ayudar a reciclar algunos de los excesos de ahorro
mundial dirigiéndolos hacia lugares donde el financiamiento es muy necesario,
EE.UU. trató de torpedear el esfuerzo. La administración del presidente Barack
Obama sufrió una dolorosa (y muy vergonzosa) derrota.
EE.UU.
también está bloqueando camino del mundo hacia un estado de derecho
internacional para la deuda y las finanzas. Si los mercados de bonos, por
ejemplo, van a funcionar bien, se debe encontrar una manera ordenada para
resolver los casos de insolvencia soberana. Sin embargo, hoy en día, no existe
tal manera. Ucrania, Grecia y Argentina son ejemplos del fracaso de los
acuerdos internacionales existentes. La gran mayoría de países ha pedido la
creación de un marco para la reestructuración de las deudas soberanas. EE.UU.
continúa constituyéndose en el principal obstáculo para ello.
La
inversión privada es también importante. Pero las nuevas disposiciones sobre
inversión incluidas en los acuerdos comerciales que el gobierno de Obama está
negociando en ambos océanos implican que cualquier inversión extranjera directa
viene acompañada por una marcada reducción en la capacidad de los gobiernos
para regular el medio ambiente, la salud, las condiciones de trabajo e incluso
la economía.
La
posición de Estados Unidos en relación con el tema más debatido en la
conferencia de Addis Abeba fue particularmente decepcionante. A medida que los
países en desarrollo y los mercados emergentes abren sus puertas a las
multinacionales, se hace cada vez más importante que puedan imponer impuestos a
estos gigantes, gravando las ganancias generadas mediante la actividad
empresarial que se produce dentro de sus fronteras. Apple, Google y General
Electric han demostrado ser genios para evitar impuestos que excedan lo que
ellos emplean para la creación de productos innovadores.
Todos
los países – tanto los desarrollados como los en desarrollo – han estado
perdiendo miles de millones de dólares en ingresos fiscales. El año pasado, el
Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación dio a conocer
información sobre las decisiones fiscales de Luxemburgo que expusieron la
magnitud de la evitación y evasión fiscal. Si bien un país rico como EE.UU.
pudiese soportar el comportamiento descrito en las denominadas Fugas de
información de Luxemburgo o “Luxembourg Leaks”, un país pobre no puede hacerlo.
Fui
miembro de una comisión internacional, la Comisión Independiente para la
Reforma de la Fiscalidad Corporativa Internacional, cuya labor es examinar
maneras que reformen el sistema tributario actual. En un informe presentado a
la Conferencia Internacional sobre la Financiación para el Desarrollo,
acordamos por unanimidad que el sistema actual está averiado, y que algunos
pequeños ajustes no lo repararán. Hemos propuesto una alternativa – similar a
la manera en la que las corporaciones son gravadas dentro de EE.UU., con
ganancias asignadas a cada Estado sobre la base de la actividad económica que
ocurre dentro de las fronteras estatales.
EE.UU.
y otros países avanzados han estado presionando para que se realicen cambios
mucho más pequeños, mismos que irían a ser recomendados por la OCDE, que es el
club de los países desarrollados. En otras palabras, los países de los que
provienen los políticamente poderosos evasores y evitadores de impuestos son
los países que se supone tienen que diseñar un sistema para reducir la evasión
fiscal. Nuestra Comisión explica por qué las reformas de la OCDE fueron, en el
mejor de los casos, pequeños ajustes a un sistema fundamentalmente defectuoso y
son simplemente inadecuadas.
Los
países en desarrollo y los mercados emergentes, encabezados por la India,
argumentaron que el foro adecuado para debatir tales temas mundiales era un
grupo ya establecido en las Naciones Unidas, el Comité de Expertos sobre
Cooperación Internacional en Cuestiones de Tributación, y que era necesario elevar
el nivel de su situación jurídica y financiamiento. EE.UU. se opuso de manera
tenaz: quería mantener las cosas como en el pasado, que la gobernanza mundial
sea lleva a cabo por y para los países desarrollados.
Las
nuevas realidades geopolíticas exigen nuevas formas de gobernanza mundial, en
las que la voz de los países emergentes y en desarrollo resuene más alto y con
mayor peso. EE.UU. impuso su parecer en Addis Abeba; sin embargo, también
mostró que se encuentra en el lado equivocado, una postura que será juzgada por
la historia.
J
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