30 ago 2015

(Angélica Rivera ) La solitaria de Los Pinos

Revista Proceso # 2026, 30 de agosto de 2015..
La solitaria de Los Pinos/Arturo Rodríguez García.
En el proyecto presidencial de Enrique Peña Nieto, su relación con la estrella de Televisa Angélica Rivera fue clave para fabricarle una historia de telenovela. Sin embargo, cuando el priista llegó a la Presidencia, su esposa fue desplazada para que no robara cámaras ni se repitiera el incómodo protagonismo de Marta Sahagún… Los escritores Guadalupe Loaeza y Alejandro Sánchez esbozan, en sendas entrevistas, sus retratos de una mujer que fue usada para darle brillo al presidente, luego relegada de las funciones oficiales y que, al concluir el sexenio, a decir de Loaeza, será “la ex en todos los sentidos”.
Por el gusto de aparecer en revistas del corazón, Angélica Rivera Hurtado colocó en el escaparate público la propiedad que estrenaba al iniciar el sexenio de su marido, Enrique Peña Nieto. Con ello rompió el histórico cerco de protección del que gozaban las “primeras damas”, pues se exhibió como parte de la opaca relación entre el Grupo Higa y Los Pinos.
Activo de campaña, su noviazgo con el candidato del PRI encontró cobertura en medios de espectáculos y revistas del corazón. Contribuyó a la sobreexposición mediática que caracterizó a Peña Nieto. Pero pronto pasó de ser el centro de las miradas, sensación de las giras proselitistas y objeto de deseo para las revistas frívolas, a la inexperta que propició el escándalo de la “casa blanca de Las Lomas” y motivo de escarnio público.
La compra de un vestido de lujo en medio de la indignación multitudinaria por la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa y al menos un viaje a Italia sin su marido, arrecian el escrutinio. Se difunden como notas de gran interés los videos de sus desplantes hacia Peña Nieto, grabados en actividades protocolares.
 La escritora Guadalupe Loaeza ha seguido con atención las vicisitudes de las esposas de los presidentes desde que Marta Sahagún mostró sus ilusiones de suceder a Vicente Fox en la Presidencia. Desde noviembre, cuando la imagen de Rivera quedó tan vulnerable, la enfocó también, pero como a una víctima. Y ofrece un dato: Rivera está escribiendo un libro.
 Escritora de éxito, le da una pista: “Yo le recomendaría que cuente, que diga todo lo que le han hecho los feos”.
 Formada en la élite capitalina, cuyas vivencias y valores reflejó primero en su libro Las niñas bien y luego en Las abuelas bien, Loaeza observa sus limitaciones con tono condescendiente:
 “Pobrecita. Es una mujer enojada, resentida, que reacciona como toda mujer enojada: con las herramientas que tiene a su alcance. Porque quedó como la dueña de la Casa Blanca y así va a pasar a la historia, al grado de que ni siquiera podrá salir a la calle.
 “Ella tenía una trayectoria con muchos esfuerzos: ya había tenido un divorcio y la había pasado mal, con la responsabilidad de las tres hijas, con ganas de salir adelante. Trabajadora, luchona, conquistó la fidelidad del país que seguía sus telenovelas y, de pronto, toda su imagen se vino abajo.”
 Durante la construcción de la candidatura presidencial de Peña Nieto, quien enviudó en 2007 de Mónica Pretelini, la difusión de su relación con la rubia actriz de Televisa lo hizo más conocido entre los amplios sectores que consumen los espectáculos del consorcio. Sus imágenes aparecieron sin cesar en programas de revista y se habló de ellos en las publicaciones de la farándula.
 El periodista Alejandro Sánchez, autor del libro Las mieles del poder –donde se ocupa de 16 parejas de políticos mexicanos, desde Sebastián Lerdo de Tejada en el siglo XIX, hasta Rosario Robles y Carlos Ahumada, o César Nava y PatyLú–, recuerda que fue en el programa Shalalá, que conducían Sabina Berman y Katia D’Artigues en el Canal 13 de TV Azteca, donde se oficializó la relación de Angélica Rivera con el gobernador Peña Nieto.
 Luego vinieron las coberturas de la boda, de la luna de miel en Roma y numerosas páginas de sociales dedicadas a la pareja.
 Loaeza opina que esa mediatización no le fue impuesta a la actriz, sino que es una necesidad personal. Incluso, cree que no está contenta con ser “primera dama”: “A ella le gusta ser Angélica Rivera, que sale en revistas de corazón; la mujer batalladora, madre de tres hijas, que salió adelante en la vida”.
 El rechazo de Angélica
 Los rígidos protocolos de una visita de Estado, con su parafernalia militar y etiqueta diplomática, marcaron la llegada a México de los reyes de España, Felipe y Letizia, a finales de junio pasado. A punto de finalizar su viaje, el 1 de julio, en el museo Virreinal de Guadalupe, Zacatecas, una aparente desatención de Peña Nieto a su esposa derivó en un desaire de ésta al intento de tomarla del brazo.
 Dos semanas después, el 14 de julio, la pareja presenció el desfile militar conmemorativo del Día Nacional de Francia con el presidente de ese país, François Hollande. De nuevo, Peña Nieto intentó llevarla de la mano y ella se siguió de largo. Momentos después, Rivera lo tomó del brazo pero éste se liberó girando el torso y echando el brazo hacia adelante.
 Para Alejandro Sánchez, independientemente de lo que ocurra en su relación, hay un mensaje visual que coincide con la baja de la aprobación al presidente a 34%, uno de los índices más bajos que ha tenido un presidente de los sexenios recientes, de acuerdo con la encuesta que el diario Reforma levantó el 23 de julio.
 “Los desplantes no le ayudan al presidente en medio de una crisis de seguridad, una crisis económica, en un país donde la violencia campea. Que la primera dama no aparezca involucrada en asuntos de la agenda de Los Pinos, está bien si así lo decidió; pero esa relación de la vida privada que se hace pública no le ayuda a su popularidad.
 “Lo que pasa es que todo mundo habla de eso de manera superflua, subjetiva y a la distancia. Es política simbólica. Sucede que este presidente, otrora todopoderoso en el sistema político mexicano, enfrenta el rechazo de más de 60% de la población en un momento en que la primera dama también lo rechaza.”
 A su vez, Loaeza describe a Rivera como “una mujer que viene de clase media o media baja, que sale adelante, luchona, trabajadora, buena mamá; que viene de una relación difícil y tiene una imagen que se desploma, como si le hubieran pintado un escenario distinto al que vive. Es como si dijera: ‘¿Ah, sí?, pues ahora vas a ver’”.
 La escritora llama la atención sobre el momento en que la actriz se tiñó el cabello de un rubio aún más claro. Fue entonces, dice, cuando se empodera su autoestima, cuando reclama su derecho, quizá por un impulso más fuerte que ella, para salir a los reflectores. Y lo hace reafirmando su belleza, su guardarropa, y muestra que sabe caminar (“las mexicanas caminamos feo en general, ella no”).
 En fin, recalca Loaeza, Rivera se defiende con sus herramientas femeninas, como sucede “en cualquier matrimonio”.
 Otros intentos de llamar la atención fueron la sesión de modelaje para Marie Claire, las notas que la describían como la primera dama más bella del mundo… y muchas otras apariciones públicas en los primeros 20 meses de la administración de Peña Nieto.
 Sin embargo, ubica el quiebre personal de Rivera partir del reportaje sobre el posible conflicto de interés en la adquisición de la “casa blanca” –de la que el gobierno de Peña Nieto se autoexculpó mediante el secretario de la Función PúblicaVirgilio Andrade– y tras los incidentes de la visita oficial a Francia.
 Ahí fue donde cobró venganza, dice la escritora. Los medios franceses no dejaron de advertir que el presidente Hollande –involucrado anteriormente en un escándalo de adulterio– parecía encantado con su vestido rojo y su cabello rubio, una imagen tan diferente a la de su primera visita a Francia, cuando se veía sencilla, modesta. Pero esa vez “decidió volver a ser Angélica Rivera”.
 Luego el presidente volvió a México, bajo una lluvia de reproches y suspicacias por no volver al enterarse de la segunda fuga del Chapo Guzmán. Y mientras el gobierno enfrentaba la crisis que el hecho detonó, Rivera se quedó en Europa. Las redes sociales difundieron una fotografía donde aparece con amigos en un restaurante italiano.
 A decir de Loaeza, Rivera manifiesta así su enojo: “¿De qué otra forma podría expresarse?”.
 Lo que le falta
 Un repaso histórico hace notar que Rivera no se ha involucrado en la agenda asistencial que suele asignársele a las esposas de presidentes.
 Loaeza cree que al bajarle el perfil “por robar cámara” al inicio de la administración, también la excluyeron de la política asistencial, lo que parece no afectarla mucho.
 Enseguida la compara con personajes que dejaron huella: Amalia Solórzano, la esposa de Lázaro Cárdenas, era “un mujerón que jamás iba a andar ocupándose de bailes, fiestas ni vestidos”; y hasta “Carlos Monsiváis hablaba muy bonito” de la profesora Eva Sámano, esposa de Adolfo López Mateos.
 Incluso, con toda la carga de su marido, Carmen Romano, la esposa de José López Portillo, hizo grandes aportaciones a la cultura y, entre otros legados, creó el Locatel, que aún funciona. Son algunos ejemplos.
 En el caso de Rivera, “no hay compromiso social, eso enoja mucho. ¿Qué va a dejar? ¿Cuál será su legado? Nada”, dice la escritora.
 Al preguntarle a Alejandro Sánchez si existe un paralelo de la pareja Peña-Rivera en administraciones pasadas, dice que para él no existe, aunque sí hubo proclividad de Vicente Fox y Marta Sahagún a exhibirse en las revistas del corazón.
 La diferencia, enfatiza, es que Marta ejercía el poder, participaba en la toma de decisiones y llegó a confrontar a colaboradores de Fox, como en el caso de Alfonso Durazo y de secretarios de Estado. Ella tenía sus propias aspiraciones presidenciales.
 Es en la literatura donde Loaeza encuentra una referencia que le parece aplicable a Rivera. Fascinada con la novela Madame Bovary, de Gustave Flaubert, la escritora explica que el término bovarismo designa la pasión de las mujeres que provienen de un estrato social medio bajo o bajo, por el mundo de ilusión que vislumbran fuera de su gris realidad. El resultado: compras desmedidas, frivolidad y la ausencia de asideros culturales.
 También ella ilustra esa desmesura con el ejemplo de Marta Sahagún, quien de atender “una farmacia fea, donde seguramente vendían pasadores, no de las bonitas como las que hay ahora” en Celaya, llegó a acariciar por años el sueño de hacerse elegir presidenta. Se guiaba por el guardarropa de Estefanía de Mónaco, aunque –dice Loaeza– “le quedaban largas las mangas”.
 No obstante, aclara que el bovarismo de Rivera no tiene tantas pretensiones como el de Sahagún: no busca el poder, usa ropa de diseñadores mexicanos “y estoy convencida de que es buena mamá, tanto que estoy segura que aceptó ser esposa de Peña Nieto para que sus hijas conocieran otro mundo”.
 Costo político y personal
 Loaeza se detiene en el efecto político que puede tener la conducta del resto de la familia presidencial. Dice que Sofía Castro, la hija mayor de Rivera, es “una muchacha que la quiere hacer” y considera que puede generarle problemas de imagen a Peña Nieto.
 Para Alejandro Sánchez, un ejemplo de esos costos se dio en la entrega de los premios Arlequín. El comentarista de espectáculos Raúl de Molina, de Univisión, le preguntó a Sofía Castro sobre la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa y la aspirante a actriz le respondió que no era momento de hablar de eso, sino de disfrutar.
 Naturalmente, dice Sánchez, ella no es servidor público y no está obligada a pronunciarse al respecto, pero “es ahí donde la opinión pública, que tiene un rechazo (hacia Peña Nieto), especula e interpreta esos episodios en las redes sociales, si bien la prensa tradicional no presta atención. Sin embargo, no veo un problema para el gobierno ni para el Estado más allá de la imagen”.
 Loaeza, que en toda la entrevista ha rondado la idea del enojo, se pregunta: “¿Que va a pasar con ella en tres años, cuando acabe la administración? Va a ser la exactriz, la exprimera dama, muy seguramente la ex…, la ex en todos los sentidos. Ya no tiene ni la casa que ahorita, como está el dólar, ya costaría 119 millones de pesos. Era un negociazo y ya la regresó, supuestamente”.
 Vuelve a mencionar el libro de Rivera: “Yo le aconsejaría que escribiera todo. Le diría: ‘No seas tonta, Angélica, mete todo lo que te hicieron los feos. Si te trataron mal, si te usaron, mételo, deja en evidencia a Televisa. Entonces sí será un best-seller.
 “Me dan mucha pena esas mujeres que son víctimas. Rosario Castellanos dice que la mujer mexicana tiene su autoestima por los suelos, y esta muchacha la tiene así.”

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