La otra imagen resulta aún más intolerable: un niño sirio ahogado en una playa turca cuando intentaba cruzar con sus padres hacia Grecia. De nuevo, algunos han exigido que la imagen no sea publicada y compartida, que no sea vista. Y otra vez, a mi parecer, se equivocan: nada prueba que una sola imagen pueda modificar la realidad, pero al menos durante los veinte o treinta segundos en que los políticos estarán obligados a verla..
Ver la muerte/Jorge Volpi
Rforma, 05 Sep. 2015
Y, aun así, de vez en cuando la muerte consigue volver a
estremecernos e indignarnos, arrebatándonos de nuestra indiferencia por unos
segundos. En las últimas semanas, dos de estas imágenes han provocado un sinfín
de polémicas. Apenas extraña que algunos prefieran no mirarlas y que otros, en
teoría perturbados por sus efectos, exijan que no se difundan y no sean
contempladas, demasiado conscientes de la obscenidad de la que hablaba al
principio, pero sin darse cuenta de que sólo ellas podrían trastocar las
condiciones que las provocaron.
En el primer caso, un periodista negro, quien
supuestamente habría sido discriminado por sus compañeros de trabajo, no sólo
asesinó a dos de sus antiguos colegas, sino que, llevando al extremo su
vocación de reportero, se atrevió a filmar los homicidios y subir su hazaña a
YouTube, ese inagotable receptáculo de nuestro exhibicionismo. Hay quien se
empeña en decir que se trató del acto de un demente y que no habría que extraer
otras conclusiones de su caso. Pero, como siempre ocurre con las imágenes, y en
particular con las imágenes de muerte, lo que no se ve es acaso lo más
relevante y lo más terrible.
En una nuez, el video de los asesinatos muestra,
exacerbada, el ansia contemporánea por filmarlo y documentarlo todo, por
"inmortalizar" cada instante más que por vivirlo, así como la
obsesión por alcanzar uno o dos minutos de fama -en este caso muchos más-
propia de nuestra segunda sociedad del espectáculo, en el que el espectáculo
somos nosotros mismos. Resulta imposible no atender al componente racial del
caso: el negro que asesina a dos blancos, en teoría para vengarse de agravios
tanto personales como comunitarios -los recientes homicidios de Charleston-,
deviene así un extraño microcosmos en el que, si bien los papeles tradicionales
se invierten, volvemos a enfrentarnos a la cuestión de las armas de fuego en
Estados Unidos y a una discriminación que no cesa.
La otra imagen resulta aún más intolerable: un niño sirio
ahogado en una playa turca cuando intentaba cruzar con sus padres hacia Grecia.
De nuevo, algunos han exigido que la imagen no sea publicada y compartida, que
no sea vista. Y otra vez, a mi parecer, se equivocan: nada prueba que una sola
imagen pueda modificar la realidad, pero al menos durante los veinte o treinta
segundos en que los políticos estarán obligados a verla -así como los votantes
del sinfín de partidos xenófobos y racistas que proliferan en Europa- puede
haber un mínimo atisbo de empatía capaz de convencerlos de que sus políticas
son lamentables e inhumanas. Hay veces, sí, en que estamos obligados a mirar a
los muertos.
@jvolpi
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