EL ASALTO A LA
RAZÓN/Carlos Marín
Milenio, 20 de octubre de 2015
Sabotaje
no, libertad sí
Quienes
descalifican en su integridad la averiguación de la PGR del asesinato de los
normalistas de Ayotzinapa llaman a boicotear la proyección en cines de La noche de Iguala, cuyo guión es de
Jorge Fernández Menéndez, autor de una docena de reportajes y ensayos en libros
que nadie ha puesto en entredicho.
Uno
de los saboteadores argumenta (La Jornada de ayer) que la película “ofende la
inteligencia de los padres de familia y de la sociedad”, porque “las personas
no creen lo que se está proyectando” y de lo que se trata es de “lograr la
presentación con vida de los jóvenes…”.
¿De
qué se preocupan entonces?
¿En
dónde estaban estos censores cuando se lanzó Digna Ochoa: hasta el último
aliento, en que su suicidio se recrea como un “crimen de Estado”? ¿Por qué no
sabotearon el perlario de mentiras que es Colosio: el asesinato…?
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'Luis Hernández Navarro: La docufarsa de La noche de Iguala
El documental La noche de Iguala es el último producto cultural de la temporada elaborado para calumniar a los normalistas de Ayotzinapa y ocultar la responsabilidad gubernamental en la tragedia. Sin rigor periodístico alguno, presentando mentiras como si fueran verdades, falseando los hechos centrales de la agresión del 26 de septiembre de 2014, busca convertir a las víctimas en victimarios.
La noche de Iguala es heredero directo de ¡El Móndrigo!, el libro publicado por la fantasmagórica editorial Alba Roja, cocinado en los sótanos de los servicios de inteligencia para desprestigiar el movimiento estudiantil de 1968. La obra, un siniestro ejercicio de falsificación histórica, es, supuestamente, el diario íntimo de un activista estudiantil desconocido que murió el 2 de octubre. Aparecida después de la matanza de Tlatelolco, narra el intento de fuerzas oscuras, políticos resentidos y el comunismo internacional por desestabilizar al gobierno e instaurar la República Socialista Mexicana.
Aunque La noche de Iguala es una película y no un libro, tiene la misma manufactura de ¡El Móndrigo! Ambos están impregnados del inconfundible hedor de las cañerías del poder. Ciertamente, en esta ocasión sus realizadores no se escondieron en el anonimato como lo hicieron quienes editaron el volumen en 1968. Pero el dispositivo conceptual y el propósito que les inspira y guía es el mismo.
Teóricamente, el filme relata lo sucedido en Iguala, el 26 de septiembre, cuando más de 100 estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos, de Ayotzinapa, fueron atacados, tres de ellos ejecutados extrajudicialmente y 43 más desaparecidos de manera forzada. Sin embargo, en realidad, más que esclarecer los hechos, La noche de Iguala los oscurece mintiendo una y otra vez, al tiempo que esconde hechos claves.
La tesis central de la película es que los estudiantes de Ayotzinapa fueron a Iguala a boicotear el acto político de María de los Ángeles Pineda –esposa de alcalde José Luis Abarca–, enviados por el grupo delincuencial de Los Rojos y el director de la escuela, asociado a ellos. Como represalia, su cártel rival, Guerreros unidos, aliado del presidente municipal y su esposa, orquestó, con el apoyo de la policía municipal, el ataque a los jóvenes. Éstos fueron asesinados e incinerados en el basurero de Cocula.
Hasta aquí pareciera no haber diferencia sustancial entre el filme y la verdad histórica de los hechos difundida por el gobierno federal. Sin embargo, La noche de Iguala no se limita a ella. Va más mucho allá de lo declarado por el ex procurador Jesús Murillo Karam, y divulga impunemente lo que el mundo de las cloacas políticas quiere que se diga sobre la tragedia, y que las autoridades no pueden expresar públicamente más que de manera tímida. Eximidos los realizadores de la película de comprobar la veracidad de sus juicios, sólo refuerzan las conclusiones del gobierno.
Si tuviera que presentar un examen, Jorge Fernández Menéndez, el autor de la investigación del panfleto fílmico, reprobaría. La explicación que da sobre la historia, el origen y la naturaleza de las normales rurales está plagada de errores y omisiones. Ignora que la Escuela Normal Rural que hoy se conoce como Ayotzinapa fue fundada en 1926 y que su primer director fue el maestro Rodolfo A. Bonilla. En lugar de ello, el filme se refiere exclusivamente al profesor Raúl Isidro Burgos y ubica la fundación del centro escolar en 1930. Para forzar la idea de que es un nido de guerrilleros, asegura que Genaro Vázquez es egresado de esa escuela, cuando se matriculó en la Escuela Nacional de Maestros (ENM), y pone a Othón Salazar en la lista de los estudiantes de esa Normal que se levantaron en armas. Sin pudor alguno, retoma como válida la calumnia de que en 1941 maestros y estudiantes de la escuela quemaron el lábaro patrio, e izado en su lugar una bandera rojinegra. Sin una sola prueba, asegura calumniosamente que la institución ha estado ligada al crimen organizado.
Pero este desaseo es un pecado menor al lado de las falsedades que la cinta propala. Todo el relato de los hechos centrales está trucado para incriminar a los estudiantes ligándolos a Los Rojos y maquillado para ocultar la responsabilidad de políticos y fuerzas del orden en la tragedia.
Fernández Menéndez presenta su trabajo como un docudrama. Es cierto que lo es, pero no porque sea una obra cinematográfica que trata con elementos dramáticos hechos reales propios del documental, sino porque es un drama de documental, es decir, es un producto audiovisual cuyo resultado final es verdaderamente lamentable. Su factura es de pésima calidad. Su trama es tediosa, aburrida, repetitiva y falsamente sobrecogedora.
Pero, más aún, la verdad es que sería mejor definir al filme como una docufarsa, esto es como un relato fílmico que presenta una versión inventada sobre la tragedia de Ayotzinapa como si fuera real. Todo en su manufactura es una farsa. Momentos claves de esa noche se escenifican con malos actores sin rigor documental alguno, presentándolos como si fueran reales, cuando son una ficción. Muchas de las imágenes que integran el documental son materiales producidos por la Policía Federal, la PGR o el Ejército, sin que ello se reconozca en los créditos. Las infografías que ilustran el relato parecen sacadas de un parte policial. ¡Hasta una de las voces que narra los hechos imita el estilo de los mensajes difundidos por Anonymus!
Según los normalistas de Ayotzinapa la película forma parte de una campaña de desprestigio completa, total. Es una guerra mediática en su contra y constituye una ofensa contra los padres de los desaparecidos. Omar García, uno de sus más destacados voceros, denunció que el docudrama viola la Ley General de Víctimas, que en uno de sus párrafos dice: Ninguna autoridad o particular podrá especular públicamente sobre la pertenencia de las víctimas al crimen organizado o su vinculación con alguna actividad delictiva. La estigmatización, el prejuicio y las consideraciones de tipo subjetivo deberán evitarse.
La noche de Iguala lleva el inconfundible sello de las creaciones de Jorge Fernández Menéndez. El autor checo Milan Kundera escribió en El libro de la risa y el olvido que la lucha del individuo contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido. En el prólogo que hizo para Chiapas: crónica de una negociación, el periodista Fernández Menéndez alteró convenientemente la frase del escritor checo para afirmar que la historia es la lucha de la memoria contra el olvido. Se le olvidó anotar el contra el poder. Si hizo esto con un escritor conocido, qué no hará en otros casos.
Falsificaciones como ésta se repiten frecuentemente a lo largo del filme. No, la película no es una verdad incómoda –como dice Fernández Menéndez–, es un ejercicio de suplantación de la realidad. Una docufarsa.
N de la R
Debido a una falla operativa, este artículo que se anunció en la página principal de la edición impresa de La Jornada el día de ayer, no se publicó. Por tal yerro ofrecemos una profunda disculpa a nuestros lectores y al afectado.
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