11 ago 2016

Un cuento/ Sylvia Teresa Manríquez

Un cuento/ Sylvia Teresa Manríquez
 I
Lo que no le agradaba mucho a ella de su casa nueva era lo alejado de ese barrio al norte de la ciudad. Ni las calles de tierra que vuelven al polvo omnipresente, ni el humo en la hornilla de la vecina sonde se tuesta el café y hace tortillas; si tan siquiera le compartiera un poco la incomodidad sería más tolerable. A él esos detalles no le preocupan; con gran esfuerzo construyó habitación por habitación en una colonia en la que el predial no es tan caro.
La jornada de asalariados de ambos es desgastante. Por fin, después del ajetreo del trabajo y la limpieza de la pequeña vivienda, se van a la cama. Se refrendan su amor y se sumergen en el sueño reparador.
De repente, luces de patrulla iluminan la noche. Gritos en la calle y sirenas ululando los despiertan. Aún no logran tomar conciencia cuando el ruido de dos balazos los asustan. Ella atina a tirarse al suelo y urgirle a él para que haga lo mismo. Enojada le reclama ¡¿A dónde me trajiste?!
La situación empeora cuando la policía ingresa al terreno de su hogar. Mientras escuchan ”¡Alumbra para el patio, allí se esconde!”, la pareja no sabe qué hacer. Incertidumbre, miedo, angustia. Emociones que no aclaran la mente.

Por fin, preocupado, él decide salir. Ella, consternada ante el peligro de nuevas detonaciones intenta detenerlo. No lo logra así que decide acompañarlo y que sea lo que Dios, o la policía, quieran.
Cómo los agentes ya andaban en su patio, ellos salieron por el frente. Los vecinos angustiados, a gritos advirtieron a los policías de la presencia de los nuevos habitantes de la casa. Eso evitó que en el nerviosismo dispararan contra los inocentes.
La explicación de la autoridad intranquilizó más a la pareja. La casa, que había estado inhabitada por mucho tiempo, servía de refugio al adicto del barrio, que por coincidencia vivía casi enfrente. Ese día se reportó un robo en otra parte de la colonia y los gendarmes acudieron a buscar al vicioso pues estaban seguros que sabría quien cometió el hurto. Al no encontrarlo en su vivienda creyeron ver una silueta escapar hacia la casa nueva, disparándole.
Sin decir algo, los policías ignoraron la petición de explicación de los jóvenes, e iniciaron el acoso, ahora, contra el hermano del mencionado vicioso.
Cuando la patrulla se alejó llevándose sus luces invasoras, él y ella sintieron una mezcla extraña de emociones, impotencia e indignación ante la arbitrariedad de la autoridad, aunque agradecidos de no haber recibido una bala perdida.
 II
Por fortuna esta historia terminó bien, lo que no ha sucedido en muchos eventos de este tipo en Sonora, principalmente en su capital. Si observamos, la persona que no haya padecido algún robo, extorsión o atraco conoce a alguien que sí ha sido víctima de estos delitos.
Eso significa que hemos llegado a un estado de inseguridad más que preocupante y sin saber qué hacer para detener esta ola de violencia.
Según el Observatorio Ciudadano de Convivencia y Seguridad del Estado de Sonora, en cuanto a robos en sus distintas modalidades, que incluye robo a casa habitación, vehículos y comercios, entre otros, en el 2013 se suscitaron poco más de once mil ilícitos, en 2014 casi diez mil quinientos, en 2015 poco más de nueve mil seiscientos y de enero a mayo de 2016 se han registrado siete mil ciento treinta robos.
Si bien las cifras son engorrosas y más si están escritas, es importante poder obtener de ellas datos que nos orienten. Además, es claro que lo que se contabiliza son las denuncias de los hechos delictivos, por lo que hay eventos que no se denuncian y no están en las estadísticas.
Las cifras del Observatorio dejan ver que las denuncias de robo disminuyeron del 2013 al 2015. Pero no así en 2016. En los doce meses del año pasado el registro marca 9,641 delitos, y en apenas cinco meses del presente ya van 7,130.
Esto significa que el año pasado se registró un promedio de 803 robos por mes, mientras que en 2016 la cifra subió a 1426 robos por mes. ¿Cómo no preocuparse, molestarse y sentirse impotente?
¿Qué sucede? ¿Cuál es la solución?
Cuando la ciudadanía no encuentra el apoyo para resguardar sus bienes, piensa en hacerlo de propia mano y aquí está el debate. Responder a la violencia con violencia no soluciona este problema, lo complica; mientras esperamos que quienes deben cuidarnos se den a vasto.
Por eso el llamado, la queja a gritos desesperados, la pregunta que merece respuesta efectiva para las y los sonorenses ¿Hasta cuándo?
Cuando podremos dormir sin sobresaltos, caminar por nuestras calles sin miedo, trabajar para nuestra familia y no la de los delincuentes.

Porque estos sucesos son nuestra realidad arrebatada por la violencia, esa que queremos vivir como en los cuentos, sin pérdidas materiales y humanas.

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