8 sept 2017

Homilía en Villavicencio

Antes de tomar el avión desde el aeropuerto militar de Catam rumbo o a Villavicencio el papa dirigió unas palabras de agradecimiento a los militares que luchan por la paz.
“Quiero agradecerles lo que han hecho y hacen por la paz, poniendo en juego la vida. Y eso que hizo Jesús. Nos pacificó con el Padre, puso en juego su vida y la entregó. Esto los hermana más a Jesús con ustedes: arriesgar para lograr paz”, dijo.


Luego, agradeció “de todo corazón” la labor que realizan y añadió que desea “que puedan ver consolidada la paz en este país que se lo merece”.

“Y ahora todos juntos les pido que recemos en silencio por todos los caídos y todos los que quedaron heridos. Algunos que están aquí con nosotros”, añadió.
Pidió finalmente rezar en silencio para luego recitar el Ave María.
En Villavicencio reunió a víctimas y victimarios -ex guerrilleros- en una gran oración por la paz, y beatificó a dos sacerdotes asesinados durante las décadas de conflicto con los rebeldes, declarados "mártires", víctimas del odio a la fe católica.
Es la primera vez que un papa visita Villavicencio, ciudad por muchos años marcada por el conflicto y la violencia, rodeada por territorios controlados por las FARC.
Villavicencio, se encuentra a  94 kilómetros de Bogota 
Entre las autoridades que recibieron  están Marcela Amaya, Gobernadora del estado del Meta; y Wilmar Barbosa, Alcalde de Villavicencio que hace entrega al Pontífice de las llaves de la ciudad.
Además, recibe a Francisco el Arzobispo de Villavicencio, Mons. Oscar Urbina Ortega.
También un grupo de niños danzaron el baile típico de nombre Joropo, y le obsequiaron un poncho llanero. El Santo Padre decidió colocarse este último.
Entre las actividades de este día, el papa presidió una multitudinaria Misa en la que beatificará a Mons. Jesús Jaramillo Monsalve y al sacerdote Pedro María Ramírez Ramos, conocido como el Cura de Armero.
El Papa también presidirá un gran encuentro de Oración por la Reconciliación en el Parque de las Malocas, con presencia de víctimas de la violencia, militares, policías y exguerrilleros.
Homilía en Villavicencio  en la que alentó a la reconciliación en toda Colombia.
A continuación el texto completo de la homilía:

“Reconciliarse en Dios, con los Colombianos y con la creación” ¡Tu nacimiento, Virgen Madre de Dios, es el nuevo amanecer que ha anunciado la alegría a todo el mundo, porque de ti nació el sol de justicia, Cristo, nuestro Dios! (cf. Antífona del Benedictus).
La festividad del nacimiento de María proyecta su luz sobre nosotros, así como se irradia la mansa luz del amanecer sobre la extensa llanura colombiana, bellísimo paisaje del que Villavicencio es su puerta, como también en la rica diversidad de sus pueblos indígenas.
María es el primer resplandor que anuncia el final de la noche y, sobre todo, la cercanía del día. Su nacimiento nos hace intuir la iniciativa amorosa, tierna, compasiva, del amor con que Dios se inclina hasta nosotros y nos llama a una maravillosa alianza con Él que nada ni nadie podrá romper.
María ha sabido ser transparencia de la luz de Dios y ha reflejado los destellos de esa luz en su casa, la que compartió con José y Jesús, y también en su pueblo, su nación y en esa casa común a toda la humanidad que es la creación.
En el Evangelio hemos escuchado la genealogía de Jesús (cf. Mt 1,1-17), que no es una simple lista de nombres, sino historia viva, historia de un pueblo con el que Dios ha caminado y, al hacerse uno de nosotros, nos ha querido anunciar que por su sangre corre la historia de justos y pecadores, que nuestra salvación no es una salvación aséptica, de laboratorio, sino concreta, una salvación de vida que camina.
Esta larga lista nos dice que somos parte pequeña de una extensa historia y nos ayuda a no pretender protagonismos excesivos, nos ayuda a escapar de la tentación de espiritualismos evasivos, a no abstraernos de las coordenadas históricas concretas que nos toca vivir. También integra en nuestra historia de salvación aquellas páginas más oscuras o tristes, los momentos de desolación y abandono comparables con el destierro.
La mención de las mujeres —ninguna de las aludidas en la genealogía tiene la jerarquía de las grandes mujeres del Antiguo Testamento— nos permite un acercamiento especial: son ellas, en la genealogía, las que anuncian que por las venas de Jesús corre sangre pagana, las que recuerdan historias de postergación y sometimiento.
En comunidades donde todavía arrastramos estilos patriarcales y machistas es bueno anunciar que el Evangelio comienza subrayando mujeres que marcaron tendencia e hicieron historia.
Y en medio de eso, Jesús, María y José. María con su generoso sí permitió que Dios se hiciera cargo de esa historia. José, hombre justo, no dejó que el orgullo, las pasiones y los celos lo arrojaran fuera de esa luz.
Por la forma en que está narrado, nosotros sabemos antes que José lo que le ha sucedido a María, y él toma decisiones mostrando su calidad humana antes de ser ayudado por el ángel y llegar a comprender todo lo que sucedía a su alrededor.
La nobleza de su corazón le hace supeditar a la caridad lo aprendido por ley; y hoy, en este mundo donde la violencia psicológica, verbal y física sobre la mujer es patente, José se presenta como figura de varón respetuoso, delicado que, aun no teniendo toda la  información, se decide por la fama, dignidad y vida de María. Y, en su duda de cómo hacerlo mejor, Dios lo ayudó a optar iluminando su juicio.
Este pueblo de Colombia es pueblo de Dios; también aquí podemos hacer genealogías llenas de historias, muchas de amor y de luz; otras de desencuentros, agravios, también de muerte. ¡Cuántos de ustedes pueden narrar destierros y desolaciones!, ¡cuántas mujeres, desde el silencio, han perseverado solas y cuántos hombres de bien han buscado dejar de lado enconos y rencores, queriendo combinar justicia y bondad!
¿Cómo haremos para dejar que entre la luz? ¿Cuáles son los caminos de reconciliación? Como María, decir sí a la historia completa, no a una parte; como José, dejar de lado pasiones y orgullos; como Jesucristo, hacernos cargo, asumir, abrazar esa historia, porque ahí están ustedes, todos los colombianos, ahí está lo que somos y lo que Dios puede hacer con nosotros si decimos sí a la verdad, a la bondad, a la reconciliación. Y esto sólo es posible si llenamos de la luz del Evangelio nuestras historias de pecado, violencia y desencuentro.
La reconciliación no es una palabra que debemos considerarla como abstracta; si eso fuera así, sólo traería esterilidad, traería más distancia. Reconciliarse es abrir una puerta a todas y a cada una de las personas que han vivido la dramática realidad del conflicto. Cuando las víctimas vencen la comprensible tentación de la venganza, se convierten en los protagonistas más creíbles de los procesos de construcción de la paz.
Es necesario que algunos se animen a dar el primer paso en tal dirección, sin esperar a que lo hagan los otros. ¡Basta una persona buena para que haya esperanza! ¡No lo olviden, basta una persona buena para que haya esperanza! ¡Y cada uno de nosotros puede ser esa persona! Esto no significa desconocer o disimular las diferencias y los conflictos. No es legitimar las injusticias personales o estructurales. El recurso a la reconciliación concreta no puede servir para acomodarse a situaciones de injusticia.
Más bien, como ha enseñado san Juan Pablo II: «Es un encuentro entre hermanos dispuestos a superar la tentación del egoísmo y a renunciar a los intentos de pseudo justicia; es fruto de sentimientos fuertes, nobles y generosos, que conducen a instaurar una convivencia fundada sobre el respeto de cada individuo y de los valores propios de la sociedad civil» (Carta a los obispos de El Salvador, 6 agosto 1982).
La reconciliación, por tanto, se concreta y se consolida con el aporte de todos, permite construir el futuro y hace crecer esa esperanza. Todo esfuerzo de paz sin un compromiso sincero de reconciliación siempre será un fracaso.
El texto evangélico que hemos escuchado culmina llamando a Jesús el Emmanuel, traducido el Dios con nosotros. Así es como comienza, y así es como termina Mateo su Evangelio: «Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (28,21).  Jesús es el Emanuel que nace y el Emanuel que nos acompaña cada día, el Dios con nosotros que nace y el Dios que camina con nosotros hasta el fin del mundo.
Esa promesa se cumple también en Colombia: Mons. Jesús Emilio Jaramillo Monsalve, Obispo de Arauca, y el sacerdote Pedro María Ramírez Ramos, mártir de Armero, son signo de ello, expresión de un pueblo que quiere salir del pantano de la violencia y el rencor.
En este entorno maravilloso, nos toca a nosotros decir sí a la reconciliación concreta; que el sí incluya también a nuestra naturaleza. No es casual que incluso sobre ella hayamos desatado nuestras pasiones posesivas, nuestro afán de sometimiento.
Un compatriota de ustedes lo canta con belleza: «Los árboles están llorando, son testigos de tantos años de violencia. El mar está marrón, mezcla de sangre con la tierra» (Juanes, Minas piedras). La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes (cf. Carta enc. Laudato si’, 2).
Nos toca decir sí como María y cantar con ella las «maravillas del Señor», porque lo ha prometido a nuestros padres, Él auxilia a todos los pueblos y auxilia a cada pueblo y auxilia a Colombia que hoy quiere reconciliarse y a su descendencia para siempre.
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Luego de escuchar el pedido de los obispos de Arauca y Garzón para que sean incluidos en el número de los beatos, el Papa Francisco pronunció la siguiente fórmula de beatificación:
“Nos, acogiendo el deseo de nuestros hermanos Jaime Muñoz Pedroza, Obispo de Arauca, y Fabio Duque Jaramillo, O.F.M., Obispo de Garzón, así como de otros muchos hermanos en el Episcopado y de numerosos fieles, después de haber escuchado el parecer de la Congregación de las Causas de los Santos, con Nuestra Autoridad Apostólica declaramos que los Venerables Siervos de Dios Jesús Emilio Jaramillo Monsalve, del Instituto de Misiones Extranjeras de Yarumal, Obispo de Arauca, y Pedro María Ramírez Ramos, Sacerdote diocesano, Párroco de Armero, mártires, que, como pastores según el corazón de Cristo y coherentes testigos del Evangelio, derramaron la sangre por amor a la grey que les fue confiada, de ahora en adelante sean llamados Beatos, y se podrá celebrar su fiesta cada año, en los lugares y en el modo establecido por el Derecho, el 3 y el 24 de octubre respectivamente. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. C. Amén”.
Mons. Jesús Jaramillo Monsalve, Misionero Javeriano de Yarumal, fue asesinado por el Ejército de Liberación Nacional (ELN) en 1989.
El P. Pedro María Ramírez Ramos, fue muerto a machetazos en 1948 por un grupo de asesinos que irrumpieron en la iglesia en medio de las revueltas que en abril de ese año agitaron el pueblo de Armero.
Estos mártires son una “expresión de un pueblo que quiere salir del pantano de la violencia y el rencor”, dijo el Papa en la Misa que reunió alrededor de medio millón personas provenientes de las vastas Regiones de los Llanos, una zona afectada por 5 décadas de conflicto armado.
A su llegada al terreno Catama, el Santo Padre fue recibido por un grupo de indígenas representantes de la Organización nacional indígena de Colombia (ONIC), quienes le entregaron un mensaje junto con un sombrero y un collar propios de su pueblo.
Al comenzar la Misa, los indígenas volvieron a acercarse al Papa y le entregaron un “bastón de la paz”, arcos, flechas y elementos propios de su cultura, gesto que el Pontífice agradeció.
Luego de la declaración de beatificación, se expusieron los retratos de los nuevos beatos colombianos y alguno de los familiares depositaron sus reliquias y ofrendas ante la imagen de la Virgen del Carmen, patrona de los villavicenses.
La Eucaristía se celebró en el marco de la jornada “Reconciliarnos en Dios, con los colombianos y con la naturaleza”.
En ese sentido, el Papa afirmó en su homilía que la reconciliación “sólo es posible si llenamos de la luz del Evangelio nuestras historias de pecado, violencia y desencuentro”.
“La reconciliación no es una palabra que debemos considerarla como abstracta; si eso fuera así, sólo traería esterilidad, traería más distancia. Reconciliarse es abrir una puerta a todas y a cada una de las personas que han vivido la dramática realidad del conflicto”, explicó. 

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