2 nov 2008

Dios y las armas

Aquí aman a Dios y a las armas
En la América más profunda, Obama ha suscitado un debate sobre el cambio y la integración. También ha despertado el fantasma de la esclavitud y la discriminación. El martes, la solución a este conflicto
TIMOTHY GARTON ASH
Publicado en El País Semanal (www.elpais.com), 02/11/2008;
En Warsaw, Misuri, hay un fantasma que me habla constantemente a través de las bocas de extraños. Es el fantasma de la esclavitud, y su sombra es alargada y cruza incluso las calles de este alegre pueblo situado al borde de un lago, en un soleado día de otoño. Un voluntario local de la campaña de Obama me cuenta sobre una mujer que, durante una encuesta, le respondió que ella iba a votar por Barack pero su hija no -y la mujer bajó la voz- "porque es negro". Ni tampoco su hijo: "Él es todavía más racista". Qué terrible que se sintiera obligada a decir eso de sus propios hijos. A mi alrededor, todo está lleno de la parafernalia comercial de terror y broma de Halloween, pero ésos son los verdaderos fantasmas y las verdaderas brujas de Estados Unidos.
Misuri es importante. Es una veleta nacional. Situado en el centro del país, donde el este se une con el oeste y el norte con el sur, lleva cien años escogiendo al vencedor en todas las elecciones presidenciales salvo en las de 1956. En los sondeos de opinión, es uno de los pocos Estados que todavía están indecisos. Por eso organizó aquí Obama mítines masivos hace unas semanas, y por eso Joe Biden y él estaban de nuevo aquí este jueves. Por eso la organización de Obama en Misuri planeaba utilizar a sus 25.000 voluntarios para llamar aproximadamente a 1,3 millones de puertas durante los últimos cuatro días de campaña.
La mayor parte de estos votantes tan decisivos se encuentra en las cuidadas afueras de San Luis y Kansas City, pero cada voto de las zonas rurales, entre cuyas glorias locales está uno de los más importantes presidentes demócratas, Harry Truman, cuenta. Y en estos momentos estoy en el corazón del corazón rural: una tierra hermosa y de suaves colinas, llena de rocío que al amanecer se eleva desde los estanques, árboles de todos los posibles rojos, amarillos y cobres impresionistas del otoño, pintorescas escenas de vacas que pastan una hierba rozagante, y carteles de "se vende tierra" y "Jesús es Nuestro Señor".
En la esquina de las calles Van Buren y Kosciuszko (por Tadeusz Kosciuszko, es decir, el luchador polaco por la libertad que fue la inspiración para llamar Warsaw a la ciudad), veo una casa muy pulcra, pintada de blanco, con un letrero en la ventana que dice: "Esta casa está protegida por Dios". Delante ladra un perro guardián (¿será un perro que se llama Dios?). Y en el césped hay otro letrero: "Se vende". Dios protege, pero aquí la gente tiene problemas de dinero y de vivienda, como en todas partes. Y los cazadores no sólo cazan por deporte. Un buen disparo puede poner un pavo o una codorniz en la mesa para cenar. Así que los republicanos dicen que Obama quiere quitarles las armas. Un anuncio de McCain en una emisora local de música country declara, con una voz profunda de vaquero: "Amamos a nuestro Dios y amamos nuestras armas"; casi parece que "armas" también lleva mayúscula. Y los "progresistas", continúa, quieren quitárselas, porque "no sintonizan con nuestra América".
Esperaba que la raza fuera un asunto importante en esta zona, pero me llama la atención hasta qué punto están a flor de piel las viejas heridas y los viejos prejuicios. Ni siquiera tengo que preguntarlo; sale a relucir todo el tiempo. En la sede local de la campaña de McCain, cuatro acogedoras señoras me transmiten su entusiasmo por Sarah Palin. Cuando empezamos a hablar del tema inevitable, una de ellas dice que la gente tiene miedo de que la llamen racista si dice algo en contra de Obama. Otra recuerda que, cuando era niña, no muy lejos de aquí, el Ku Klux Klan seguía en activo y había carreteras por las que un negro no podía andar a salvo. Añaden que, en el siglo XIX, Warsaw era un pueblo de esclavos, aunque Cole Camp, fundado por luteranos alemanes en el mismo condado pero a unos pocos kilómetros al norte, no lo era. De modo que en Misuri la gente luchó entre sí durante la guerra civil, y Warsaw fue incendiado y arrasado varias veces.
A varios kilómetros de distancia, en Sedalia, un antiguo oficial del ejército, acérrimo republicano durante muchos años, me dice que va a votar por Obama. Está asqueado por las mentiras del Gobierno de Bush sobre Irak. Pero le resultaría más fácil si Obama fuera blanco. Es más, le sería difícil votar por él si fuese verdaderamente afroamericano (es decir, "descendiente de esclavos negros americanos", explica al forastero). Esos tipos están "furiosos" por dentro, añade. Por suerte, Obama no es verdaderamente afroamericano, sino un estadounidense con un padre africano. Aun así, se siente un poco "intranquilo".
Quiero que quede clara una cosa. No estoy aquí, en absoluto, como un progresista urbano lleno de condescendencia, como un turista cultural que llega de Europa decidido a despreciar a estos patéticos patanes retrógrados y a criticarlos por racistas. Ni muchísimo menos. La gente con la que he hablado es gente decente, honrada, afable, que reconoce y se debate sinceramente con el problema de los vestigios del racismo, no pretende propagarlo. Y tampoco pretendo sacar la simplista conclusión de que "la raza decidirá esta elección presidencial". Mi estudio ha consistido en una muestra totalmente acientífica de alrededor del 1% de la población (que asciende a 2.070 habitantes, según el cartel de la carretera) de un pueblo en la zona rural conservadora de un Estado decisivo.
Hay dos impresiones, no obstante, que me gustaría compartir con ustedes. La primera, pese a que quienes quizá son los mejores encuestadores y expertos del mundo están de acuerdo en que Obama está asegurándose una sólida victoria en el colegio electoral, me parece que en estas elecciones existen incógnitas especiales, incógnitas conocidas e incógnitas desconocidas, que todavía podrían inclinar la balanza en cualquier sentido. Si hay demasiadas personas con demasiadas dudas secretas sobre las diferencias de Obama, McCain podría ganar por los pelos. Si la campaña de base de Obama, tan magníficamente organizada, consigue llevar a las urnas a votantes a los que los encuestadores no han llegado nunca -jóvenes, pobres, minorías étnicas, incluso sin techo (un juez de Ohio acaba de permitir que los sin techo se inscriban para votar dando como domicilio un banco del parque)-, la victoria podría ser abrumadora. Yo sólo sé lo suficiente para dudar de la sabiduría de los que dicen que saben. Que quede claro que no lo han leído aquí antes que en ningún sitio. La semana que viene, todos podremos decir que "ya lo sabíamos".
El otro elemento peculiar de esta elección es que la naturaleza extraordinaria de Obama y su extraordinaria campaña de base han suscitado una amplia conversación nacional, no sólo sobre el futuro de Estados Unidos, sino sobre su difícil pasado. El mapa de Misuri está extrañamente lleno de nombres europeos: Warsaw, Dresden, Windsor, Odessa, Versailles (pronunciado a la americana, "Verseils"). Viejas ciudades europeas con mucha historia, que incluye derramamientos de sangre y conflictos étnicos. Pero no creo que en ninguna de ellas, ni siquiera en la Varsovia polaca, las heridas de las viejas disputas sigan siendo tan profundas o doliendo tanto como en sus tranquilas homónimas de Misuri, donde unas simpáticas señoras republicanas pueden contarte sin titubear quién hizo qué a quién hace casi 150 años.
La campaña de Obama quizá prefiere concentrarse en el futuro, pero esta difícil conversación sobre el pasado de Estados Unidos se refiere también a su futuro. Es un diálogo doloroso y tal vez un poco arriesgado, pero representa una posibilidad de curación, sobre todo si un número suficiente de estadounidenses vence sus dudas secretas, su inquietud, y sigue el llamamiento de Obama, curiosamente expresado, a "unirnos como una sola nación, un solo pueblo y, una vez más, escoger nuestra mejor historia".

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