2 nov 2008

El abogado del diablo

Lección de historia con lobos/Gregorio Morán
Publicado en LA VANGUARDIA, 01/11/2008;
Hay que saber mucho cine para poder hacer un documental como El abogado del terror. Hay que saber mucha historia para tener el talento de contarla sin perderse. Hay que tener una cultura inagotable para ser capaz de mezclar en una sala de montaje un material que le deje al espectador literalmente traspuesto, y sin que se utilice en ningún momento voz en off, el habitual comentario rotundo que convierte la inmensa mayoría de los documentales en sucedáneos del National Geographic. Hay que poseer el bagaje cinematográfico de Barbet Schroeder para construir una auténtica obra maestra del cine sobre lobos. Lobos de dos patas, criminales de la Revolución y del Estado, indisolublemente unidos por algo tan evidente como el modo de hacer, el modo de vivir, el modo de matar, el modo de justificar el crimen.
Llevo dos semanas dándole vueltas a este documental espeluznante y esclarecedor, que no sólo recomiendo sino que debería convertirse en un tema de debate para varias generaciones - empezando por la mía- que vivieron la dialéctica salvaje de salvar la humanidad y esclavizarla. Esa argamasa que ha constituido el tejido de nuestros sueños más ambiciosos y más crueles, porque con esa pasta que embadurnábamos nuestros deseos figuraba el amor - para qué negarlo- pero también la brutalidad, esa antesala del crimen.
Estamos hablando de las buenas intenciones de un asesinato, o de dos, o de una clase social, o de varias, hasta llegar al ridículo de no saber si defendimos la transformación de la sociedad o fuimos esos cándidos personajes, tan implacables como secundarios, que aparecen en las obras de Shakespeare, casi para hacer reír en los momentos en que la tensión teatral resulta insoportable.
El filme El abogado del terror, de Barbet Schroeder, que se acaba de estrenar en España y que volará pronto de las carteleras - un cine y una sesión en Barcelona, un cine y dos sesiones en Madrid- porque las gentes que dicen saber de esto y viven de ello consideran que ese es cine para gente muy especial, que apenas da un duro para que les hagan la corte publicitaria. En la historia del cine, más aún que en la historia de la literatura, lo mejor lo saca el tiempo y lo redime del fracaso ante críticos y espectadores. Fíjense que si digo “se estrena en España”, debo preguntar luego: ¿dónde se estrenan las películas en España? ¿En Madrid y Barcelona? Me consta que la inmensa mayoría de las ciudades españolas ya no tiene cines, fuera de esos galpones para ganado familiar de fin de semana, junto a los abrevaderos del consumo de masas. El cine convierte en casi imposible la artesanía y la empresa familiar. Pero de vez en cuando aparece algo así y hay que precipitarse en el elogio y el entusiasmo porque no se trata de esos ejercicios de fin de carrera - esa abrumadora pesadez de los jóvenes cinéfilos- y estamos ante algo grande y realizado con los limitados medios de un género tan manido y difícil como el documental.
El protagonista principal del filme de Schroeder es un gran abogado parisino - Jacques Vergès- que en España no sonará mucho porque nunca, que yo sepa, tuvo relación alguna con nadie de aquí y hasta me temo que no debió pisar este país nunca, como no fuera alguna sala de aeropuerto. Sin embargo se le publicó apenas muerto Franco, cuando salían del armario los radicales irredentos; aún conservo la edición de Anagrama del año 76 de La estrategia judicial de los procesos políticos,donde se puede leer la sentencia que abre el libro: “El aparato estatal formado por el ejército, la policía y la justicia es el instrumento mediante el cual una clase oprime a otra”. Firmado, Mao Tse Tung. El mundo de Vergès no era precisamente el nuestro. Hijo de un francés de la isla Reunión y de una vietnamita, discreto sólo de estatura, ojillos vivos enmarcados en aquellas gafas redondas que pretendían definir una concepción del mundo. Osado y soberbio hasta la fatuidad, siempre se sintió un producto exquisito y colonial que debía mostrar al país más autocomplaciente del mundo - Francia inventó el “chovinismo”- que eran tan viles, desalmados, explotadores e imperialistas como cualquier otra sociedad occidental con intereses coloniales.
La trayectoria de este letrado imaginativo e implacable empieza con el terrorismo independentista argelino, al que defenderá en un juicio que se habría de convertir en leyenda de ese mundo tan cargado de mitos y escaso de futuros. Incluso acabará casándose con una leyenda del mundo árabe, la terrorista Djamila Bouried, condenada a muerte por el Estado francés, a la que Vergès, en su condición de abogado y gran manejador de los medios, conseguirá salvar la vida. Djamila Bouried y su odisea, no más sangrienta y criminal que la de Menahem Begin, en el otro lado de la barricada, que llegaría a primer ministro del Estado de Israel e incluso a premio Nobel de la Paz. Se podría decir que en casi todos los vericuetos terroristas de los movimientos palestinos de los años sesenta y setenta, tienen como letrado, intermediario y cómplice a Jacques Vergès. Y luego con Mao Tse Tung en China y Pol Pot en Camboya, y la colección de tiranos árabes supuestamente socialistas. Allí donde había un combate contra el sionismo estaba Vergès, que se llegó a convertir al islam y dejó de comer cerdo y otras golosinas, pero por poco tiempo. Luego siguió con los restos internacionales de la Baader Meinhof, y con ese espécimen singularísimo del género lobo, Ilich Ramírez Sánchez, venezolano, más conocido como Carlos; su relato, sus descripciones, su atropellada manera de hablar un francés utilitario como una “9 Largo”, en conversación telefónica desde la prisión donde cumple la perpetua, dejan al espectador en un estado de perplejidad absoluto, como si de pronto uno escuchara la voz de un Conde Drácula real, arrogante, locuaz y deslenguado. No es la banalidad del mal, de la que hablaba Hanna Arendt, sino la presunción del killer.
Probablemente esa sería la manera de enfocar el asesinato político de aquel Netchaev, hoy tan olvidado y sin embargo tan presente; fue el primero que construyó una ética del terrorista como lobo sanguinario y filantrópico.
Ninguna actriz sería capaz de hacer tan naturalmente el papel que interpreta la antigua terrorista alemana Magdalena Kopp, contando su propia vida y su experiencia amorosa y frustrada con Jacques Vergès. Es un momento cenital, en el que realidad y representación convergen y dan un resultado inhumano de puro sencillo. Cualquiera al oírla podría pensar que estamos ante una historia de gentes comunes, asaeteadas por la vida, cuando de lo que se trata es de genéricos de la especie lobo, dispuestos a matar por una idea, la primera que les viene a la cabeza; después de tantos años pensando que sólo eran capaces de morir por ella. Una diferencia notable, la de ser capaz de morir, a considerar que es imprescindible matar. Cualitativa, que decían los dialécticos. Y siempre ahí está Vergès con su puro habano a medio fumar, como si moviera la batuta de un jefe de orquesta corrigiendo las deficiencias de los músicos del foso.
Y como traca final, el gran sarcasmo. Defender a un criminal en su grado superlativo. Klaus Barbie, la hiena de Lyon, el hombre que torturó y asesinó a hombres, mujeres y niños en la Francia ocupada. Como en una exhibición del túnel de los horrores van apareciendo unos tipos amables, hasta simpáticos, buenos narradores de sus propias mentiras, que cuentan con la mayor normalidad cómo hicieron o mandaron hacer tal o cual cosa, sin perder el ritmo ni alterarse. Como buenos representantes del género lobo. Y nos están contando una historia con la sencillez de una lección de alta política, como aquellos profesionales de la antropología que son capaces de desvelar todos los secretos de una mansión a partir de una detallada relación de lo que va en la bolsa de la basura. No cabe la simplificación. No es un trepador social, tampoco un revolucionario, ni un vulgar cómplice del terror. Es mucho más, es un abogado que demuestra que la ley es un trampa construida por los poderosos, que en ocasiones se les enreda en las patas del lobo y les hace temblar. No de vergüenza, como podría ser el caso, sino de miedo, quizá de complicidad.

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REPORTAJE: CINE
El misterio de Jacques Vergès
ROCÍO GARCÍA

Publicado en Babelia, El País, 04/10/2008;
Quién es Jacques Vergès? ¿Alguna vez lo sabremos? Eso se preguntaba el realizador Barbet Schroeder (Teherán, 1941) sobre este polémico y brillante abogado francés, veterano de guerra, revolucionario, agitador, más conocido como "el abogado del diablo". ¿Quién es Jacques Vergès? ¿Es un manipulador, un amoral, un defensor de los derechos humanos? Barbet Schroeder, el director francés de origen iraní, impulsor de la obra inicial de directores de la nouvelle vague, cineasta incansable que ha combinado sus trabajos en Hollywood con proyectos documentales comprometidos, ha reconstruido en El abogado del terror, que se estrena en España el próximo día 17, la trayectoria profesional y personal de este abogado nacido en 1925 en Tailandia (entonces Siam), hijo de padre francés y madre vietnamita, defensor y amigo de terroristas, torturadores y dictadores. No tiene desperdicio. Comunista, militante del anticolonialismo, defensor de argelinos que luchaban por la independencia, solidario de la liberación de Indochina y abogado de criminales como el terrorista Carlos o Klaus Barbie, uno de los más sanguinarios nazis. Personaje odiado o amado, al que nadie deja indiferente.
"¿Qué nos da derecho a juzgar a Barbie cuando nosotros, en conjunto, como sociedad o como nación, somos culpables de crímenes similares?", exclamaba en el alegato de defensa de Klaus Barbie, en el juicio celebrado en 1987, Vergès, un hombre siempre fascinado por el mal. A Schroeder le gustan la controversia y los conflictos. A sus 67 años, con la cabeza como una bola de billar, simpático y amable, se empeña en hablar en español, idioma que aprendió en sus tres primeros años de infancia en Colombia -"el país de mi corazón"-. "Vergès es de una complejidad extrema, es muy rico dramáticamente, tiene un lado oscuro y otro absolutamente encantador, es eso lo que le hace ser un perfecto personaje de novela o de cine", aseguraba el director en París, en enero pasado, durante la promoción de su filme en Francia. Ya lo advierte el documental en su inicio. "El abogado del terror presenta el punto de vista del director". A lo largo de dos horas y con entrevistas a personajes y políticos de medio mundo -algunos se negaron a participar por el odio que les provocaba el personaje-, Schroeder va construyendo una tela de araña e indagando en la vida sinuosa del abogado, sin juicios ni valoraciones, y su relación con las más polémicas personalidades y acontecimientos de la historia reciente. "He hecho una película sin una sola voz en off que lo juzgue", añade el realizador, que confiesa, sin dudar, los problemas morales que tuvo que sortear a la hora de abordar este espinoso asunto. "Cada segundo pensé en ello. Fue algo permanente. Estoy tratando de comprender la naturaleza del mal. Es todo un misterio, desde Shakespeare nos estamos preguntando cómo funciona la mente del malo. Es algo que me interpela constantemente", explica el realizador, que ya indagó en la vida de Idi Amin Dada en el documental del mismo título.
El abogado del terror es también, según Schroeder, la historia de los últimos cincuenta años. Ya desde muy joven, este abogado se vio envuelto en casos sonados. Después de servir, con 17 años, a las fuerzas francesas de liberación durante la ocupación nazi, Vergès se enfrentó a sus hasta entonces aliados, indignado por la represión de la insurrección argelina. Aceptó la defensa de Djamila Bouhired, una joven argelina de veinte años acusada de poner dos bombas en dos cafés frecuentados por los franceses en Argel. Tras cinco años encarcelada, Bouhired se casó con Vergès, quien se convirtió al islam y se instaló a vivir en Argelia. Tuvieron dos hijos. "Fue entonces cuando se pusieron los primeros coches bomba en cafés donde había 50 o 60 personas inocentes. Fueron las primeras matanzas indiscriminadas. Una vez que uno empieza con este tipo de terrorismo se termina en los atentados de las Torres Gemelas de Nueva York y en las bombas de los trenes de Madrid. Es algo que no se puede parar. En este sentido, la película pone al espectador en una situación muy inconfortable, porque uno puede aceptar la lucha por la liberación de Argelia como elemento idealista, pero no el terrorismo indiscriminado".
Uno de los aspectos de la vida de Vergès que más intriga a Schroeder son esos años en los que el abogado estuvo desaparecido, desde 1970 a 1978, y todavía sigue siendo un misterio. El abogado del terror no lo descubre, pero tampoco el propio Vergès, quien sólo repite: "Tengo demasiado respeto por la gente con la que estaba como para exponerlo ahora". "Es un personaje muy controvertido y tengo demasiado miedo para hablar de ello", añade Schroeder. El caso es que reapareció -"he vuelto curtido en batallas y optimista", declaró Vergès- y enseguida recomenzó su trabajo como abogado. Fue entonces cuando aceptó la defensa de algunos de los casos más escandalosos, como el del ex oficial de la Gestapo Klaus Barbie, extraditado de Bolivia para ser juzgado en Francia por crímenes contra la humanidad. "Monsieur Guillotina", le comenzaron a llamar, aludiendo al escaso éxito que tenía con sus clientes. "Su única intención con esa defensa fue dañar a Francia, la de intentar demostrar que los daños infligidos por las autoridades francesas en Argelia y las técnicas utilizadas fueron muy similares a las que emplearon los nazis", explica el realizador.
Se le puede calificar de mil formas. Para muchos sigue siendo un misterio, pero de lo que no cabe duda es de que la chulería es una de las principales características que definen al personaje de Vergès. "La única herida de guerra la tengo en este dedo y me la hice comiendo ostras en Tremblade, antes de embarcar hacia Olerón". Es una de las primeras confesiones que realiza en El abogado del terror. Era 1945 y apenas tenía 20 años. -

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