17 nov 2008

La furia de John Le Carré

La furia de John Le Carré/Por John Le Carré
Suplemento Babelia, El País (www.elpais.com), 15/11/2008:
El autor británico se entrevista a sí mismo. Cree que el lector pasará miedo con El hombre más buscado, su nueva novela. A él le encanta porque ahí sus personajes despliegan su ira frente a quienes se amparan en la seguridad para limitar la libertad
PREGUNTA. -¿En qué se asemeja este libro a su obra anterior? ¿Lo considera un regreso a su estilo clásico o más bien algo innovador?
RESPUESTA. Eso es algo que deben decidir los críticos. Yo no formo parte del proceso crítico. Lo que sé es que este libro me encanta, y funcionó desde el mismo inicio de la obra. Tan pronto como puse en movimiento a los personajes, me llevaron donde quería estar. Doté al argumento de un toque de ira, y mis personajes han sabido expresarla. Pretendía escribir una novela de suspense y, a medida que avanzaba en su redacción, empecé a experimentar tanto miedo como espero que sienta el lector. La economía del proceso me sorprendió. Por lo general no soy tan meticuloso. He buscado en mi pasado, y por instinto o por suerte he pescado a los personajes y el trasfondo que quería.
P. -¿Quiere decir con esto que ya había confeccionado los personajes antes de empezar la obra?

R. En concreto, tenía dos personajes que vagaban por mi memoria de escritor, pidiendo a gritos que los usara. Algunos personajes son así. Maduran en una botella, a veces durante décadas. Por ejemplo, uno de ellos era un señor mayor que conocí en Saint John's Wood. Estaba sentado en un banco con las compras de la semana a los pies, llorando. Cuando le pregunté por qué lloraba, me respondió que las reprimendas de su mujer se habían vuelto insoportables, y que le faltaba valor para regresar a casa. Otro era el niño de 12 años ingresado en un hospital palestino que había perdido las dos piernas por culpa de una bomba de racimo, y a todo aquel que pasaba junto a su cama en el hospital le mostraba el puño con el pulgar hacia arriba. Aún no he utilizado a ninguno de los dos. Traté de incorporar al señor mayor en La canción de los misioneros, pero no encajaba. Y no creo que jamás sea capaz de escribir acerca del niño palestino. En mi memoria no es sólo un personaje, sino un símbolo irreprimible del coraje del ser humano.
Pero sí podía escribir sobre un chico llamado Issa, un checheno de 21 años que conocí en Moscú en 1992, cuando me estaba documentando para la novela titulada Nuestro juego. Era mitad checheno y mitad ruso, abandonó los estudios, y vivía en un gueto musulmán en las afueras de la ciudad. En los sitios cerrados llevaba una pistola encajada en el cinturón. Había hecho suya la causa chechena para fastidiar a su padre, que había servido como coronel en el ejército de ocupación ruso en la zona. Su madre era una pueblerina criada en el monte, castigada por su propia gente porque supuestamente se había dejado violar: los patriarcas de su comunidad enviaron a los miembros varones de su familia para que la mataran, como una cuestión de honor, nada más nacer Issa. Cuando su padre fue destinado nuevamente a Moscú, se llevó a Issa con él y trató de convertirle en un buen chico ruso. Los mejores colegios y todo eso. La respuesta de Issa tan pronto como pudo fue defender la causa del separatismo checheno. Y por amor hacia su madre, a quien nunca conoció, se convirtió al islam. En el libro que entonces estaba a punto de escribir, por fin tenía el papel perfecto para Issa, e incluso mantuve su nombre de pila, que es Jesús en checheno. Pero está claro que el Issa de mi novela ya no es el Issa que conocí fugazmente en Moscú. Para convertir a la gente de carne y hueso en personajes ficticios, tenemos que complementar nuestro limitado conocimiento de ellos injertando pedacitos de nosotros mismos.
P. -Y si no me equivoco, el otro personaje a la espera de entrar en escena era su inconformista alemán, el maestro del espionaje, Herr Bachmann.
R. No. Bachmann se limitó a meterse en el libro a codazos, surgiendo de la nada o de cualquier rincón. A lo largo de mi vida he conocido a varios Bachmann, fantasmas quemados de mediana edad como Alec Leamas en El espía que surgió del frío. Bachmann es de la misma calaña. No, el personaje sentado en mi sala de espera imaginaria era Tommy Brue, un escocés de 60 años heredero de un banco que está yéndose a pique, que se ve arrastrado a la vida de Issa. Al igual que Issa, Brue tuvo un padre turbulento. Todo el mundo tiene padres en este libro. Todo el mundo se bate en conflictos personales que ha heredado por nacimiento y por las circunstancias. Me figuro que es mi propia manera de lidiar con la compleja relación con mi padre, sobre la cual escribí en Un espía perfecto. Tiempo atrás viví en Viena, y ya hace 40 años de esto, pero aún conservo grabado en la memoria a aquel beodo banquero escocés que siempre andaba animándome a abrir una cuenta numerada en su banco. No estaba detrás de mi dinero, sino de mi compañía. Cuando me disponía a abandonar Viena, resultó estar implicado en un escándalo desagradable. Y todo por culpa de lo que había hecho su padre antes que él.
P. -Entonces, ¿tenía en mente estos dos personajes a medida que se adentraba en el argumento?R. Había un tercer personaje, y muy importante: la ciudad de Hamburgo. Alemania tiraba de mí, como suele hacer cuando escribo, del mismo modo que atrajo a George Smiley una y otra vez; Alemania, el motor de Europa, ese elefante díscolo de la historia del siglo XX, cuna de gran parte de nuestra cultura europea. Pero en esta ocasión tenía que ser Hamburgo, sólo valía Hamburgo. Y Hamburgo es en muchos sentidos el personaje más exótico del libro. Hoy en día es una ciudad vibrante y próspera, bella y segura de sí misma; no una gran estrella de la cultura, pero sí la ciudad más rica de Europa, aunque arrastra un pasado turbulento: ocupada por Napoleón, arrebatada por los comunistas en 1918, y más tarde por los nazis en 1933. En 1933 había en Hamburgo 20.000 judíos, y para el año 1945 quedaba apenas un millar. Su renacimiento y reconstrucción después de la guerra fueron prácticamente milagrosos. Tolerancia y liberalismo eran el nuevo santo y seña. A lo mejor por eso la ciudad fue a su pesar anfitriona de Ulrike Meinhoff y de la banda de Baader Meinhoff. Y años más tarde, de Mohammed Atta y media docena de los secuestradores predestinados para ir al cielo que se estrellaron contra las Torres Gemelas, o que ayudaron a planear esta atrocidad.
Tenía otro motivo para elegir Hamburgo, un motivo personal. Yo era un hijo pródigo. A principios de los años sesenta trabajé allí como cónsul del Reino Unido, adscrito al ya desaparecido Consulado General. Fui destinado allí apresuradamente por la Embajada británica en Bonn después de que hubiera salido a la luz que yo era el autor de El espía que surgió del frío. Mis superiores no pusieron objeciones al libro, pero no se esperaban el escándalo que se montó cuando me identificaron como su autor. Hamburgo parecía un buen sitio para alejarme del primer plano. De manera que me quedé en Hamburgo dudando entre proseguir con mi carrera diplomática o dedicarme de lleno a la escritura. Cuando opté por esto último, mi salida de Hamburgo fue prácticamente furtiva. No recuerdo ninguna despedida. Fue como si me hubiera embarcado en una aventura amorosa con la ciudad y luego me hubiera escabullido por la noche sin tan siquiera dejar mi nueva dirección. Quedó en mí una enorme necesidad de retomar la relación en el punto en el que la había abandonado de manera tan brusca.
P. -¿Después de 40 años?R. Bueno, he vuelto unas cuantas veces, pero nunca el tiempo suficiente. Supongo que fue una casualidad que me encontrara en Hamburgo el 11 de septiembre de 2001, pero el resto no parece que sea fruto del azar. Me estaba documentando para un libro bastante diferente, Amigos absolutos, que también trata sobre Alemania, y me había pasado la mañana entera encerrado en el archivo de un canal de televisión alemán, viendo secuencias de Rudi Dutschke, el líder estudiantil anarquista de los años sesenta y setenta, enardeciendo a sus fieles y clamando contra Estados Unidos. Al regresar al hotel a la hora de la comida, tenía un mensaje telefónico que había dejado mi secretaria desde Cornwall: "Pon la televisión ahora mismo". Así hice y llegué a tiempo para ver cómo se estrellaba el segundo avión contra las Torres Gemelas. Había pasado la mañana con Rudi Dutschke, y la tarde con Osama Bin Laden, ambos enemigos declarados del colonialismo estadounidense, de la globalización y de lo que llamamos progreso. Me quedé en Alemania durante una semana más aproximadamente y escuché las reacciones de mis amigos. En apariencia, se observaba un gran despliegue de simpatía hacia Estados Unidos. De puertas para adentro, buena parte de los comentarios eran menos agradables. Un sacerdote protestante de 60 años me dijo que los estadounidenses tenían lo que se merecían. Para los de su generación al menos, el eco de la voz de Rudi Dutschke no había desaparecido del todo.
P. -Y Annabel, su abogada alemana especializada en derechos civiles que acude en ayuda de Issa, ¿de dónde surge?
R. Tenía la idea de que quería incluir en el reparto a una mujer de Alemania Oriental que insinuara alguna clase de marginación respecto al bullicioso materialismo de Hamburgo, pero eso era pedir demasiado. De manera que opté en su lugar por una mujer altruista de las acomodadas clases profesionales de Alemania, una abogada de derechos humanos, pero que adopta una postura rebelde. Puritana, pero librepensadora, contra las clases establecidas, pero parte de ellas, y decorosa hasta decir basta, en especial en el trato con Issa. Y atractiva. Buscaba esa tensión sexual propia de una relación entre un musulmán de veintitantos años que no ha estado con una mujer desde hace años y una mujer joven e idealista conmovida por su delicada situación. Issa la conoce después de haber sido encarcelado y torturado. Las víctimas de torturas pertenecen a una aristocracia atroz. Los que no hemos sufrido torturas no nos podemos comparar con ellos, gracias a Dios. Nos sentimos culpables por ellos, y profundamente protectores, y creemos que estamos en eterna deuda con ellos. De ahí proceden los sentimientos de Annabel. Si a esta mezcla le añadimos mi banquero, Brue, ya tenemos un círculo de amor frustrado. Para mí esta química funcionaba. Como he dicho al comienzo, me encanta este libro.
P. -Dice que ha dotado al argumento de un toque de ira. ¿A qué se debe esa ira?R. Estoy furioso en parte porque hay muy poca ira a mi alrededor al ver lo que se está haciendo a nuestra sociedad, supuestamente para protegerla. Nos han llevado a una guerra de manera fraudulenta, y nos han despojado de nuestras libertades civiles en medio de un ambiente de pánico. Nuestros abogados no se echan a las calles como ocurre en Pakistán. Nuestros parlamentarios se dejan engañar por sus propios expertos de la manipulación y terminan creyéndose su propia propaganda. Traemos a rastras a nuestro ministro de Asuntos Exteriores que se encuentra en una misión en Oriente Próximo para que pueda votar a favor de la ley que amplía la detención preventiva a 42 días. La gente me dice que soy un viejo furioso. Que se vayan a hacer puñetas. No hace falta ser viejo para que esas cosas te pongan furioso. Hemos sacrificado nuestra soberanía en favor de una supuesta "Relación Especial" que no tiene nada de especial salvo para nosotros mismos, y por eso precisamente quería explorar la cuestión de lo lejos que está dispuesta a ir Alemania a la hora de imitar nuestros errores.
Pero eso no deja de ser palabrería, a menos que el argumento y los personajes cojan al toro por los cuernos, que es lo que hacen en este libro. Y me encanta justo por eso.

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