24 feb 2009

Alzar la voz

Columna Juegos de Poder/Leo Zuckermann
Publicado en Excélsior (www.exonline.com.mx), 24 de febrero de 2009;
Alinear a la sociedad con el Estado
En una cosa coinciden el procurador de la República y el secretario de Seguridad Pública federal: la guerra en contra del crimen organizado se va a ganar el día que la sociedad se
ponga del lado del Estado. Es lo que ocurrió en Colombia. Aunque este país tiene peores indicadores que México en materia de inseguridad, se tiene la idea de que ya le dieron la vuelta al problema. La pregunta es: ¿por qué? La respuesta tiene que ver con una actitud generalizada de la sociedad colombiana que, harta de lo que estaba ocurriendo, comenzó a apoyar al Estado en su lucha en contra del crimen organizado. Se acabó la tolerancia social. Ni qué decir del apoyo explícito. Esto es lo que logró el presidente Álvaro Uribe: alinear a la sociedad con el Estado.
Cuenta Genaro García Luna la siguiente historia. Un secuestrador dejó en casa de su madre al secuestrado. La policía allanó el domicilio y liberaron a la víctima. A la señora le preguntaron por qué había aceptado que su hijo le dejara a alguien privado de la libertad. La mujer se indignó. Contestó que ella había tratado bien a la víctima: “Le di de comer y la llevé al baño”. Increíble: al parecer esperaba que le agradecieran el “benévolo” trato que le había dado a la víctima. Se pregunta García Luna: “¿Cómo es posible que una madre acepte ser la cómplice de un secuestro perpetuado por su hijo?”.
A lo que hemos llegado. Niveles incomprensibles de tolerancia social al crimen. En todas las clases sociales. Desde los pobres que justifican los delitos como una especie de reivindicación social, hasta los ricos que lavan el dinero de los narcos, pasando por la clase media que renta en efectivo sus propiedades. Se trata de un proceso de degradación social que sólo fortalece a la delincuencia organizada y disminuye el poder del Estado para combatirla. Mucho se habla de cómo los narcos han infiltrado las instituciones del Estado. Poco se dice, en cambio, de cómo han infiltrado a la sociedad.
El tema viene a colación por un comentario que recibí sobre mi artículo de Ciudad Juárez. Frustrada, una lectora me demanda una respuesta de qué hacer para que lo que ocurre en aquella ciudad fronteriza no se generalice en el país. No tengo una contestación fácil. En Colombia, la sociedad se alineó al Estado después de una década negra de violencia. Estaban hartos. Ayudó, también, la habilidad comunicativa de Uribe. Quizás en México todavía no nos hartamos y nuestros gobernantes dejan mucho que desear en materia de comunicación en la guerra contra el crimen organizado.
En Juárez, sin embargo, yo sí encontré un hartazgo social. La gente está desesperada. Y creo que el resto de la población debemos ser empáticos con los juarenses. Ponernos en sus zapatos antes de que el agua nos llegue a los aparejos en otros lados.
Recuerdo un gran poema atribuido al pastor Martin Niemöller sobre el terror nazi:
“Cuando los nazis vinieron por los comunistas,
Yo permanecí en silencio;
Yo no era comunista.
Cuando los nazis vinieron por los socialdemócratas,
Yo permanecí en silencio;
Yo no era socialdemócrata.
Cuando los nazis vinieron por los sindicalistas,
Yo permanecí en silencio;
Yo no era sindicalista.
Cuando los nazis vinieron por los judíos,
Yo permanecí en silencio;
Yo no era judío.
Cuando vinieron por mí,
Ya no había nadie que alzara la voz.”
Toda proporción guardada, no podemos callar por lo que están sufriendo diversas ciudades del país azotadas por el crimen organizado. No podemos dejar solas a las actuales víctimas de la violencia. Hartémonos junto con ellas. Alcemos nuestra voz antes de que sea demasiado tarde

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