9 nov 2009

Jacobo Silva Nogales

TIEMPO DE POLÍTICA/JORGE LOFREDO
Tras la liberación de Gloria Arena Agis y Jacobo Silva Nogales, ex dirigentes del ERPI, se conocieron las declaraciones de Arturo Miranda Ramírez, líder de la ACNR, quien señaló el riesgo que existe debido a una sentencia de muerte por parte del EPR.
Textualmente: “tenemos entendido que en el caso de Jacobo Silva había una sentencia de muerte a partir de que hubo una escisión, y por eso urge conocer su postura, tomando en cuenta que el gobierno pudiera cometer un atentado a nombre del EPR con la finalidad de culparlos y provocar un enfrentamiento entre las dos organizaciones revolucionarias.” (La Jornada Guerrero, 3|11|2009)
El EPR había emitido un comunicado, anterior a la liberación, dirigido al ERPI y donde fijó posición subrayando que las diferencias serán tratadas “de manera eminentemente política, para así abortar los planes contrainsurgentes del Estado, de provocar una lucha fratricida.” (1|7|2009). Difícil encontrar una afirmación semejante en algún escrito anterior, al menos en lo inmediato.
Esta cuestión vuelve a otorgarle relevancia al tema de las divisiones en el interior del eperrismo, pero también revive la “leyenda negra” que lo embarga desde tiempos del PROCUP. Sin embargo los tiempos parecen haber cambiado porque si se considera que el EPR está transitando una instancia de legitimación, al menos desde la desaparición de sus dos miembros, es altamente improbable considerar que este sea momento para “ajustar cuentas” con ex camaradas.
Por el contrario, disímiles llamados a la unidad son los que ocupan parte de los textos más recientes de la mayoría de las organizaciones clandestinas armadas conocidas, lo que permite considerar que se han superado algunos de los elementos que las enfrentan. Si puede advertirse que todas ellas coinciden en remarcar que las divisiones las han debilitado, una conclusión es que no son los tiempos para que se profundicen las divisiones; más cuando acaban de expresarse, todas ellas, después de un llamativo y coincidente silencio.
Investigador
Centro de Documentación de los Movimientos Armados
www.cedema.org
Publicado en El Periódico (México), 6 de noviembre de 2009, pág. 4.
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Revista Proceso #, 8 de noviembre de 2009
Sobre la excarcelación de dos exguerrilleros

El abrazo de Gloria, Jacobo y su hija tuvo que esperar 10 años
Señor director:
Le ruego permitirme compartir con sus lectores la siguiente imagen de nuestro país.
Sus nombres son Gloria Arenas y Jacobo Silva, padres de una hija. Fueron torturados y detenidos en octubre de 1999 por el delito de rebelión, al haber sido comandantes guerrilleros del Ejército Revolucionario del Pueblo Insurgente (ERPI). Bajo un proceso penal lleno de irregularidades, fueron encarcelados por 10 años en las peores prisiones de México, tratados como criminales y enemigos del Estado.
Durante todo ese tiempo resistieron la ignominia de las cárceles mexicanas, “máquinas de destruir gente”, “exilios internos”, como las han llamado los presos políticos, donde no es permitido tener dignidad y los derechos humanos permanecen siempre fuera de sus murallas.
A lo largo de la reclusión, sus familias, amigos y organizaciones sociales los cuidaron desde fuera, visitándolos, animándolos, impidiendo que el encierro los matara y aniquilara su conciencia crítica y revolucionaria. Diez años, miles de días, horas y segundos que –como decía el poeta guerrillero Roque Dalton, preso político en su tiempo– “no le caben en la boca al mundo”.
En su resistencia, Jacobo encontró la pintura y Gloria la poesía, además de que ambos descubrieron un movimiento social pacífico que los arropaba como parte íntima de su familia.
Fueron ellos mismos quienes tuvieron que llevar su defensa desde la cárcel, a veces en condiciones que no les permitían tener una Constitución, libros u otros impresos. Pese a ello, fueron ganando uno a uno los amparos, demostrando que su injusta condena ya había sido compurgada.
Su caso fue recibido recientemente por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), por lo que el Estado mexicano simplemente ya no podía inventar un proceso más para mantenerlos presos. Fue así como, de manera totalmente sorpresiva, el miércoles 28 de octubre Gloria fue excarcelada, y al día siguiente salió Jacobo.
En la mañana del viernes 30, en la central de autobuses, algunas decenas de personas pudieron ver el abrazo amoroso de Jacobo, Gloria y su hija, tras una separación que duró una década. Sus primeras declaraciones mostraban esa ternura y asombro de quien por largo tiempo no había escuchado la risa de un niño ni veía “el sol sin cuadros”, de quien pasó muchos años sin ser abrazado, besado, tocado. “Ustedes no se ven hermosos porque se ven diario”, dijo Jacobo.
Ahora tendrán que rehacer su vida y luchar contra la impunidad de su tortura. Su espíritu rebelde permanece, pero ahora en el movimiento popular pacífico. Su seguridad y su vida tendrán ahora los  mismos riesgos de un luchador social en un país donde es un crimen “ejercer el derecho de cambiar las cosas”, aun de manera pacífica.
En sus vidas particulares, Jacobo Silva y Gloria Arenas recorren la historia dolorosa y contradictoria de nuestro país, en que por un lado hemos enterrado vivos a nuestros luchadores contemporáneos, y, por el otro, enriquecido y empoderado a los traidores de la patria. Su presencia y existencia serán la prueba histórica de que el Estado mexicano que actualmente honra y celebra a los “héroes patrios” se comporta como los mismos dictadores y Estados colonizadores que condenaron y mataron en su tiempo a Zapata, Villa, Morelos o Hidalgo, por el mismo delito de rebelión y sedición. Hace cien años, Porfirio Díaz usaba el centenario de la Independencia para celebrar su propio poder; hoy, el Estado mexicano se pone a sí mismo como el gran triunfador de nuestra historia, mientras nuestro país se hunde en la desigualdad económica, el desempleo, el narcotráfico y la represión política.
Estos dos exguerrilleros –ahora luchadores sociales pacíficos– son, de este modo, un puente vivo con nuestra historia real y una gran mirada digna hacia el futuro. ¡Bienvenidos sean a esta nueva etapa de su inquebrantable libertad!
Atentamente
Édgar Octavio Valadez Blanco


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