20 jun 2011

Escritura y vida

Escritura y vida /Jesús Silva-Herzog Márquez 
Reforma, 20 Jun. 11;
La vida de Jorge Semprún terminó el 7 de junio pasado. Contempló y sufrió los horrores del siglo XX; se trepó al lomo de sus ilusiones y fue pateado por la decepción. Fue, ante todo, un hombre de acción. Quiso, como aquella tesis famosa, cambiar al mundo y no solo descifrarlo. Y a la intensidad de su vida de aventura, hecha de exilios y capturas; suplicios, clandestinaje y un ministerio, agregó una extraordinaria lucidez, una prosa clara y sustanciosa, una honestidad intelectual que le permitió ver el espanto a los ojos y reconocer en sí mismo el error.
Nacido en Madrid en diciembre de 1923, pasó los primeros años de su juventud en Buchenwald, un campo de concentración nazi, apenas a unos kilómetros de Weimar. No era un campo de exterminio sino un encierro de disidentes a los que se esclavizaba para producir armamento. El pórtico de la cárcel recibía a los presos con una frase: "A cada quien lo suyo". Monstruosa idea de justicia que daba a los hombres trato de trapo. ¿Cómo puede entenderse que un centro irradiador de cultura europea haya sido capital de la barbarie? En la fábrica de muerte de Buchenwald pudo haber estado un roble tatuado con el puño de Goethe. Más que los golpes, la tortura, los maltratos, lo que a Semprún le resultaba insoportable del cautiverio era la ausencia absoluta de privacía. No había forma de escapar de la mirada y el roce de los demás. Ningún refugio para lo más personal, lo más íntimo. Ahí transformó la poesía en una cortina de salvación. Recitar en silencio un poema de García Lorca era ganar la bendición de la soledad. Ahí le vio la cara al horror: observó el humo de los crematorios, recibió palizas, olió las pestilencias más insoportables, observó huesos que caminaban y vio pilas de cadáveres amarillentos. Nunca olvidó el olor a carne quemada. El preso 44904 se empeñó en salvarse y a salvar a los otros. En la peor de las circunstancias encontró rendijas de la libertad y la responsabilidad. El mal no es lo inhumano, dice Semprún en La escritura o la vida: es una de las posibilidades de la libertad. En la libertad arraigan humanidad e inhumanidad del hombre.

De su experiencia tuvo que callar durante muchos, muchos años. Describir su experiencia era revivirla. La memoria era la memoria de la muerte. Escribir entonces era tal vez despedirse de la vida: el recuerdo como una carta suicida. Optó por la vida, es decir, por la acción. La política era el antídoto al recuerdo porque se colgaba de la esperanza, del futuro. Lo era sobre todo en la política en la que creía Semprún: la revolucionaria, la que tenía como propósito el fin de la dictadura franquista. Bajo el nombre de Federico Sánchez, militó en el Partido Comunista y se convirtió en el hombre más buscado por la policía del régimen. Cayó en el dogmatismo, fue un creyente, le compuso una oda a Stalin. Pero tuvo el valor de abrir los ojos y la determinación de enfrentar la línea soviética. Mostró una valentía mayor al describir su propia enajenación. Si hoy sabemos que le escribió un homenaje a Stalin es porque él mismo lo dio a conocer, años después, avergonzado de su fanatismo ideológico. El encantamiento doctrinario fue pasajero. Tras enfrentarse a los comisarios de Moscú, recibió el regalo de la expulsión. Había cometido el crimen de revisionismo.

Ser expulsado del Partido Comunista fue un golpe terrible para Semprún pero le permitió reconciliarse con esa vocación que había reprimido durante demasiado tiempo: la de escritor. Había pasado ya suficiente tiempo. Podía recordar. Tenía ya la fuerza para hacerlo y sentía la responsabilidad de nombrar la experiencia del horror. La memoria se convirtió así en el territorio obsesivo de su escritura. Como buen conversador, Semprún brinca en sus libros por los mismos recuerdos pero en cada ocasión regresa del viaje con un ángulo nuevo, una reflexión libre, una imagen fresca.

Fue miembro del gabinete de Felipe González. Vivía desde hacía tiempo en Francia pero aceptó la invitación porque seguía sintiendo el deber de "intervenir en el curso de las cosas, de modificar la realidad". Se integró al gobierno socialista como ministro de cultura y pudo vivir también el otro ángulo de la política: las miserias de la intriga palaciega, la megalomanía, las batallas sordas por el poder, la verbosidad vacía, la arrogancia y el servilismo burocrático. De su experiencia en esa política habló también en un libro memorable al que tituló Federico Sánchez se despide de ustedes. Semprún padeció así dos caras abominables de la política: el poder como fuente del mal radical y el poder como el espacio de mezquindad.

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