Margarita /Guadalupe Loaeza
Publicado en Reforma, 28 Jun. 11
Debió de haber sido sumamente doloroso para Margarita Zavala ser testigo del diálogo que se dio durante el encuentro dolorosísimo entre las víctimas del crimen organizado y Felipe Calderón, el pasado jueves, en el Castillo de Chapultepec. Conforme escuchaba los señalamientos del poeta Javier Sicilia y los testimonios de madres, padres y hermanos de asesinados o desaparecidos, la expresión de su rostro se entristecía de más en más. Era evidente que Margarita padecía profundamente tanto por las víctimas, No te enojes, Felipe; por favor no te vayas a enojar, parecía suplicarle telepáticamente con toda su alma y con una postura ligeramente encorvada. Pero los reclamos, unos más contundentes que otros, continuaban sin tregua: mande un mensaje al mundo de que la violencia no termina nunca con la violencia, y así no sea recordado como el Presidente de los 40 mil muertos y nosotros como una nación de salvajes y cobardes, escuchó, junto con millones de ciudadanos, gracias a la trasmisión en vivo a través de internet. ¡Qué frustrante ha de haber sido en esos momentos para Margarita, ciudadana consciente, participativa y con un enorme sentido empático, no poderle responder a Julián Le Barón! Pero, ¿qué le hubiera dicho Margarita a este ciudadano que aún no ha asimilado el asesinato de su hermano Benjamín? ¿Qué le hubiera dicho para consolarlo, que estaba dispuesta a unirse a la próxima caravana del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad? No te enojes, Felipe, te lo suplico, no te enojes... se hubiera dicho que continuaba rogándole a su marido esta esposa tan compungida (¿quién mejor que ella sabe de los exabruptos de Felipe, cuya mecha parece cada vez más cortita?). Para esos momentos de confrontación entre las víctimas y Calderón, Margarita ya no era la primera dama, sino una virgen dolorosa, especialmente cuando escuchó la voz rijosa y el golpe de la mano de su marido que dio contra el atril a la vez que le decía al poeta Sicilia: Ahí sí, Javier, estás equivocado. Esta fue su reacción, cuando Javier Sicilia le sugirió que pidiera perdón por las víctimas y que cambiara su estrategia. No te enojes, mi Felipe, por lo que más quieras, pero por favor no te enojes..., acaso proseguía la pobre de Margarita rogándole a su marido, que para ese momento, tenía la ceja más levantada que como solía levantarla Pedro Armendáriz. ¡Cuánta cerrazón por parte del Presidente, cuánta falta de sensibilidad y de humildad! ¡Qué manera de haber perdido una espléndida oportunidad y de haberse mostrado mucho más solidario ante el dolor de todas las víctimas! Si Calderón ya había hecho ese enorme gesto al estar dispuesto al diálogo, a pesar de todos los reclamos que lo esperaban, por qué no ir hasta sus últimas consecuencias en este gran esfuerzo por el diálogo y ofrecer es-pon-tá-nea-men-te sus disculpas, a pesar de que de refilón sí haya exclamado ¡Sí, pido perdón a todos los agraviados! "Comparezco ante vosotros no como profeta, sino como humilde servidor. Vosotros y vuestros sacrificios heroicos me han permitido estar hoy aquí delante de vosotros". Más adelante en su discurso que pronunció un muy envejecido Nelson Mandela, al salir de la cárcel el 11 de febrero de 1990, agregó: "El perdón libera el alma, elimina el miedo. Por eso es una herramienta tan poderosa". Algo me dice que en esos momentos, Margarita hubiera pronunciado la palabra "perdón", para las víctimas, con toda la sinceridad y frescura de la que es capaz. Seguramente, ella hubiera pedido perdón, con una sonrisa en los labios, consciente del alivio moral que esto representaría para las madres de tantos asesinados. Advirtiéndola, como creo advertirla, quiero pensar que fue ella la que le sugirió varias veces a Calderón: De verdad, Felipe, deberías de dialogar públicamente con Javier Sicilia y con las víctimas. Tienes que escucharlos y al hacerlo intentar ponerte en sus zapatos. Debes expresar cuál es exactamente tu postura y tus convicciones frente a las medidas que ha tomado el gobierno para luchar contra el crimen organizado. Además, sería un gran ejemplo para nuestros hijos. Un Presidente mexicano que pide perdón a la sociedad seguro pasará a la historia por haber reconocido sus errores... Sí, Margarita ha de ser de las que sí creen en el perdón. Cuántas veces ha de haber perdonado los enojos de su marido, cuántas, su impaciencia y su constante irritabilidad. De niña, Margarita ha de haber aprendido tanto en su casa, como en el Colegio Asunción, la importancia del perdón. La comunidad de la Iglesia es el lugar donde el perdón de Dios es suceso vivo, tal vez leyó en repetidas ocasiones en la Imitación de Cristo.
como por todos los reclamos que le hacían a su marido.
No me quiero imaginar la conversación que sostuvieron Margarita y Felipe, después del encuentro en el Castillo Chapultepec, camino a Los Pinos. ¿Le habrá comentado sus aciertos y sus errores de sus participaciones? ¿Será, Margarita, la típica esposa que le tiene pavor a su marido? O durante el trayecto, se fueron en silencio, mientras ella continuaba diciéndole telepáticamente: Me muero de ganas de compartirte varias cosas acerca del diálogo, pero por favor no te enojes. No, Felipe, te lo suplico, no te enojes conmigo, pero por momentos, sentí que te faltó sensibilidad y empatía hacia las víctimas. ¿Y si te mando un tuit a tu celular y te escribo en 140 caracteres: hay que saber pedir perdón, perdón, perdón...?
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