2 may 2012

Jim Yong Kim, presidente del Banco Mundial,

La elección equivocada del Banco Mundial/ Jagdish Bhagwati is University Professor of Law and Economics at Columbia University and a senior fellow at the Council on Foreign Relations. A renowned expert on international trade, he has served in top-level advisory positions for the World Trade Organization and the United Nations, including Economic Policy Adviser to the Director-General, GATT (1991-93), and Special Adviser to the UN on globalization. He is the author of many books, including In Defense of Globalization.
Traducido del inglés por Carlos Manzano.
Project Syndicate, 27 de abril de 2012 
La selección del candidato americano, Jim Yong Kim, como Presidente del Banco Mundial, en lugar de la ministra de Hacienda de Nigeria, Ngozi Okonjo-Iweala, abrumadoramente considerada una candidata muy superior, es imposible de justificar, pero fácil de explicar. También indica graves peligros para la inacabada tarea del desarrollo.

El proceso de selección adoleció de varias injusticias y falta de transparencia que socavaron la afirmación contraria de los Estados Unidos. De hecho, esas afirmaciones eran idénticas a las obscuridades lingüísticas que predominan en el debate público americano: así como se llamó “pacificación” a los bombardeos en masa durante la guerra de Vietnam, hoy se llama “extranjeros indocumentados” a los inmigrantes ilegales.
Así, el rodillo de la máquina de propaganda americana en pro de Kim, quien viajó a muchas capitales de todo el mundo con el apoyo del Tesoro de los EE.UU. y promesas de liberalidad americana, seguro que sesgó el voto contra Okonjo-Iweala. Al fin y al cabo, el Banco Mundial es una entidad donante, por lo que posibles prestatarios como la India y México, que deberían haber votado por Okonjo-Iweala, actuaron con prudencia y votaron, en cambio, por Kim. El capital humano de aquélla nada pudo frente al capital financiero de éste.
En una contienda verdaderamente abierta y basada en los méritos, las deliberaciones de la Junta Ejecutiva, compuesta de veinticinco miembros, habrían ido precedidas de debates entre los candidatos. Sospecho que Okonjo-Iweala, con su enorme competencia y renombrado ingenio, habría vencido a Kim. Además, el mundo habría visto por qué tantos la apoyábamos.
Una vez más, no se debe subestimar la influencia mundial de los poderosos medios de comunicación liberales de los EE.UU. Mientras que The Economist respaldó a Okonjo-Iweala, el New York Times apoyó a Kim. Éste es un año electoral en los EE.UU.: si el Presidente Obama hubiera seleccionado a una farola, al “periódico de referencia” de los Estados Unidos le habría parecido que presentaba credenciales excelentes.
Además, así como la candidatura de Ralph Nader (y el Tribunal Supremo de los EE.UU) impidieron a Al Gore derrotar a George W. Bush en 2000, hemos de reconocer que la de José Antonio Ocampo, ex ministro de Hacienda de Colombia, respaldado por el Brasil, socavó la de Okonjo-Iweala e hizo parecer a ésta una “candidata africana” regional, mientras que Ocampo era el candidato “latinoamericano”.
El Brasil debería haberse unido, en cambio, a la India, México y Sudáfrica para preparar un apoyo unitario a Okonjo-Iweala. Cuando el Brasil sí que se orientó en esa dirección, ya era demasiado tarde para influir en el resultado.
Y ahora no podemos por menos de pensar que la elección de Kim podría resultar desastrosa para la causa del desarrollo. Su diatriba de 2000 contra las reformas liberales que han transformado a países como la India y China en motores del crecimiento mundial, han reducido la pobreza y han beneficiado a grupos marginados muestra que carecía de buen juicio en relación con cuestiones fundamentales. Nadie recuerda expresión de disculpa alguna por su parte, lo que indica que persiste en semejante locura… y utilizaría la condicionalidad para retroceder en el tiempo a una época anterior a los decenios de progreso habidos en la economía del desarrollo.
Pero lo que temo es que Kim sea un desastre incluso en los asuntos relativos a la atención de salud, sector en el que se ha granjeado un merecido reconocimiento por su labor en materia de SIDA, paludismo y tuberculosis. Gracias al crecimiento económico resultante de las reformas que denunció, países como la India y el Brasil ahora tienen ingresos mayores para gastar en atención de salud para los pobres, entre otros bienes públicos.
A consecuencia de ello, las cuestiones relativas a la salud pública que Kim afrontará en el Banco Mundial son muy diferentes de las “grandes” enfermedades de las que se ocupó en el pasado. La India, por ejemplo, está esforzándose por equilibrar las prestaciones públicas y privadas de asistencia médica para problemas de salud cotidianos y abordar cuestiones de formación y disponibilidad médicas (es decir, ¿debería la India tener “médicos descalzos” o debería fijarse el objetivo de contar sólo con facultativos plenamente aptos?).
¿Podrá Kim ejercer la dirección en esas y otras cuestiones respecto de las cuales carece de experiencia? Podemos temernos lo peor.

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