Homilía de Francisco durante
la Audiencia General de este miércoles 29 de octubre
reflexionó desde la Plaza de San Pedro sobre
las dimensiones visible y espiritual de la Iglesia, y cuya relación puede ser
comprendida a través de Cristo.
A
Continuación el texto completo gracias a la traducción de Radio Vaticana:
La
Iglesia: realidad visible y espiritual
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En
las catequesis precedentes hemos tenido la oportunidad de evidenciar cómo la
Iglesia tiene una naturaleza espiritual: es el cuerpo de Cristo, edificado en
el Espíritu Santo. Pero cuando nos referimos a la Iglesia, inmediatamente el
pensamiento va a nuestras comunidades, a nuestras parroquias, a nuestras
diócesis, a las estructuras en las cuales habitualmente nos reunimos y,
obviamente, también a los componentes y a las figuras más institucionales que
la rigen, que la gobiernan. Esta es la realidad visible de la Iglesia. Entonces debemos preguntarnos: ¿se trata de
dos cosas diversas o de la única Iglesia? Y, si es siempre la única Iglesia,
¿cómo podemos entender la relación entre su realidad visible y aquella
espiritual?
1. En primer lugar, cuando hablamos de la
realidad visible – hemos dicho que son dos, ¿no? La realidad visible de la
Iglesia, la que se ve, y la realidad espiritual. Cuando hablamos de la realidad
visible de la Iglesia, no debemos pensar
solamente al Papa, a los Obispos, a los sacerdotes, a las religiosas y a todas
las personas consagradas. La realidad visible de la Iglesia está constituida
por los tantos hermanos y hermanas bautizados que en el mundo creen, esperan y
aman. Pero tantas veces escuchamos decir: “pero la Iglesia no hace esto, la
Iglesia no hace alguna otra cosa...” Pero dime: ¿quién es la Iglesia? “Son los sacerdotes, los Obispos, el Papa”.
¡La Iglesia somos todos, todos, todos nosotros! ¡Todos los bautizados somos la
Iglesia, la Iglesia de Jesús! Todos
aquellos que siguen al Señor Jesús y que, en su nombre, se hacen cercanos a los
últimos y a los sufrientes, tratando de ofrecer un poco de alivio, de consuelo
y de paz. ¡Todos, todos los que hacen lo que el Señor nos ha mandado, todos los
que hacen eso son la Iglesia!
Comprendemos
entonces que también la realidad visible de la Iglesia no es mensurable, no es
conocible en toda su plenitud: ¿cómo se hace para conocer todo el bien que se
hace? Tantas obras de amor, tanta fidelidad en las familias, tanto trabajo para
educar a los hijos, para llevarlos adelante, para transmitir la fe, tanto
sufrimiento en los enfermos que ofrecen su sufrimiento al Señor. ¡Esto no se
puede medir! ¡Es tan grande, tan grande! ¿Cómo se hace para conocer todas las
maravillas que, a través de nosotros, Cristo logra obrar en el corazón y en la
vida de cada persona? Miren: también la realidad visible de la Iglesia va más
allá de nuestro control, va más allá de nuestras fuerzas, y es una realidad
misteriosa, porque viene de Dios.
2. Para comprender la relación en la Iglesia,
la relación entre su realidad visible y
aquella espiritual, no hay otro camino que mirar a Cristo, del cual la Iglesia
constituye el cuerpo y del cual ella es generada, en un acto de infinito amor.
También en Cristo, en efecto, en virtud del misterio de la Encarnación,
reconocemos una naturaleza humana y una naturaleza divina, unidas en la misma
persona en modo admirable e indisoluble. Esto vale en modo análogo también para
la Iglesia. Y como en Cristo la naturaleza humana secunda plenamente aquella
divina y se pone a su servicio, en función del cumplimiento de la salvación,
así sucede en la Iglesia, por su realidad visible, con respecto a aquella
espiritual. Por lo tanto, también la Iglesia es un misterio en el cual lo que
no se ve es más importante de lo que se ve y puede ser reconocido sólo con los
ojos de la fe.
3.
En el caso de la Iglesia, sin embargo, debemos preguntarnos: ¿cómo puede
la realidad visible ponerse al servicio de aquella espiritual? Una vez más,
podemos comprenderlo mirando a Cristo: Cristo es el modelo, es el modelo de la
Iglesia porque la Iglesia es su Cuerpo. Es el modelo de todos los cristianos,
de todos nosotros. Cuando se mira a Cristo no nos equivocamos. En el Evangelio
de Lucas se cuenta cómo Jesús, de vuelta en Nazaret, - hemos oído esto - donde había crecido,
entró en la sinagoga y leyó, refiriéndose a sí mismo, el pasaje del profeta
Isaías, donde está escrito: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me
ha ungido para que dé la Buena Noticia a los pobres; me ha enviado a anunciar
la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, para poner en libertad a
los oprimidos, para proclamar el año de gracias del Señor”.
He
aquí cómo Cristo se sirvió de su humanidad
- porque también era hombre -, para anunciar y realizar el diseño divino
de redención y de salvación - porque era Dios -, así debe ser también la
Iglesia. A través de su realidad visible, de todo lo que se ve, los sacramentos
y el testimonio de todos nosotros cristianos, la Iglesia es llamada cada día a
hacerse cercana a cada hombre, comenzando por quien es pobre, por quien sufre y
por quien es marginado, de modo de continuar a hacer sentir sobre todos la
mirada compasiva y misericordiosa de Jesús.
Queridos
hermanos y hermanas, a menudo como Iglesia experimentamos nuestra fragilidad y
nuestros límites. Todos lo somos, todos los tenemos. Todos somos pecadores,
¿todos eh? Ninguno de nosotros puede decir: “yo no soy pecador”. Pero si alguno
siente que no es pecador, que levante la mano, ¿veamos cuántos? No se puede.
Todos lo somos. Y esta fragilidad, estos límites, éstos nuestros pecados, es
justo que procuren en nosotros un profundo pesar, sobre todo cuando nos damos
mal ejemplo y nos damos cuenta de convertirnos en motivo de escándalo. Pero
cuántas veces hemos oído, en el barrio: “aquella persona, está siempre en la
Iglesia, pero habla mal de todos, saca el cuero a todos”. Pero qué mal ejemplo,
¿eh? Hablar mal del otro. Esto no es cristiano, es un mal ejemplo: es un
pecado. Y así nosotros damos un mal ejemplo: “Eh, digamos, si éste o ésta es
cristiano yo me hago ateo”. Porque nuestro testimonio es lo que hace comprender
lo que es ser cristiano.
Pidamos
no ser motivo de escándalo. Pedimos entonces el don de la fe, para que podamos
comprender cómo, no obstante nuestra pequeñez y nuestra pobreza, el Señor nos
ha hecho realmente instrumento de gracia y signo visible de su amor por toda la
humanidad. Podemos convertirnos en un motivo de escándalo, sí. Pero también
podemos convertirnos en motivo de testimonio, ser testigos que con nuestra vida
decimos: así quiere Jesús que nosotros hagamos. Gracias.
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