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Syndicate | 8 de octubre de 2014
El
14 de abril de 2014, el grupo terrorista islámico Boko Haram secuestró a 276
alumnas de la escuela secundaria pública de Chibok, ciudad al norte de Nigeria.
Muchas pudieron escapar, pero 219 siguen cautivas y no se conoce su paradero.
Tan
profundas son la desesperación y la desolación que sienten sus padres, que
están considerando la posibilidad de declarar a sus hijas “presuntamente
muertas”. La tradición local manda que los funerales se celebren cuatro meses
después de la pérdida de los seres queridos, para dar a las familias tiempo
para elaborar el duelo. Las muchachas llevan más de cinco meses cautivas.
Nadie
puede negar la angustia indescriptible de las familias al no saber si sus hijas
han sido violadas, torturadas, traficadas fuera de Nigeria o tan siquiera si
están vivas. El resto del mundo siguió andando, pero para estos padres cada
mañana es el inicio de un día más de zozobra y resignación. Las esperanzas son
cada vez menos.
Lograr
el regreso de las muchachas sanas y salvas no parece empresa fácil. Lanzar una
operación militar para rescatarlas sería muy arriesgado. Se cree que a las
niñas las separaron en grupos, de modo que un intento de rescatar a un grupo
pondría en peligro a las otras. Se habla de que el gobierno negocie un trato
con los captores, pero esta idea también entraña grandes riesgos.
Incluso
si al final todas las niñas vuelven a casa, ya nada será igual para ellas o sus
familias; y para algunas, ya es demasiado tarde. Siete padres relativamente
jóvenes han muerto de infarto o derrame cerebral, y es probable que la tensión
intolerable que padecían haya contribuido a este desenlace.
Pero
en medio de tanta desolación, brilla un rayo de esperanza. Aunque no sabemos
qué será de las niñas que todavía están cautivas, quince de las cincuenta y
siete que escaparon de sus secuestradores ya están de nuevo en la escuela,
desafiando las amenazas de Boko Haram de regresar y raptar a más estudiantes.
Otros cientos de miles de niñas en el norte de Nigeria están demasiado
asustadas para ir a la escuela, pero estas no se dejan acobardar, y están
decididas a compensar el tiempo perdido.
Esta
exhibición asombrosa de coraje y determinación de estudiar debería inspirarnos
a todos en la lucha contra la discriminación. Para apoyar y alentar a más niñas
a concurrir a la escuela a pesar de las amenazas de secuestro, se lanzó en
Nigeria una Iniciativa por Escuelas Seguras, cuyo objetivo es financiar
diversas herramientas defensivas, de comunicaciones y de seguridad que ayuden a
calmar el temor de las niñas de ir a un lugar donde deberían sentirse
protegidas.
Lamentablemente,
la respuesta del mundo a los pedidos de donaciones ha sido lenta y mezquina.
Esta indiferencia es similar a la que ya vimos ante otros llamados recientes a
la solidaridad internacional, por ejemplo, para colaborar con la escolarización
de refugiados sirios en el Líbano. Una falta de interés que denota bastante
insensibilidad, si se piensa que el costo de proveer de educación a un niño
refugiado no supera los ocho dólares por semana.
Parece
que el mundo no está suficientemente indignado; excepto los jóvenes mismos.
Ellos son los más asertivos a la hora de defender un derecho, el de recibir
educación, que supuestamente deberían defender los adultos. Fue especialmente
alentador ver a los cientos de embajadores de la juventud que, venidos de cien
países, se reunieron hace poco en Nueva York para demandar el cumplimiento de
este derecho y apoyar la campaña Bring Back Our Girls en Nigeria, que aunque
hoy es la iniciativa más visible en la lucha contra la discriminación de las
niñas, es sólo una parte de un creciente movimiento global de jóvenes a favor
de los derechos civiles.
La
lucha por los derechos civiles en Estados Unidos, que alcanzó su apogeo en los
sesenta, combatió el prejuicio racial y la discriminación fronteras adentro y
se opuso al colonialismo en el exterior. Pero al mundo todavía le falta ganar
una guerra de liberación: la guerra contra el trabajo, el matrimonio y el
tráfico infantil, y contra la discriminación de las niñas. Ninguno de estos
males se terminará hasta que la educación básica sea universal y obligatoria,
como es en Occidente desde hace más de un siglo.
La
campaña por las 219 muchachas nigerianas secuestradas por querer ir a la
escuela es una batalla representativa de esta lucha por la libertad. Una lucha
que ganaremos algún día, ya que ninguna injusticia puede durar para siempre.
Pero para las niñas que faltan y para sus seres queridos, es una lucha que hay
que ganar lo antes posible.
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