- Venezuela busca silla en el Consejo de Seguridad/Diego Arria fue embajador de Venezuela ante la ONU y asesor especial del secretario general Kofi Annan.
El
País | 7 de octubre de 2014
Los
Gobiernos de los países de América Latina y el Caribe miembros de la ONU están
apoyando la candidatura de la tiranía comunista venezolana, creada por Hugo
Chávez y continuada por su suplente, Nicolás Maduro, para que los represente
como miembro no permanente en el Consejo de Seguridad para el periodo
2015-2016.
Semejante
despropósito, que desdice del sentido de seriedad y de responsabilidad que
supuestamente tienen estos Gobiernos con la paz y la seguridad internacionales,
no podía presentarse en un peor momento, cuando fuerzas emergentes de la mayor
peligrosidad amenazan la paz y la seguridad que tanta unidad necesita para
hacerles frente.
Lo
hacen, precisamente, cuando el Consejo de Seguridad acaba de aprobar por
unanimidad una resolución exigiendo a los países aprobar leyes que prohíban
viajar al extranjero para unirse a grupos terroristas, o financiar esos
esfuerzos, a pesar de saber que el régimen venezolano es conocido por
proporcionar pasaportes a individuos pertenecientes a grupos radicales de Oriente
Próximo, incluyendo a Hezbolá. Tampoco ignoran su cooperación con los grupos
narcoterroristas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias Colombianas (FARC).
Esta
práctica, sin duda delictiva, es tan alarmante que cinco generales venezolanos
han sido incluidos por el Tesoro de Estados Unidos en la Lista kingpin que
mantiene el Tesoro para todos aquellos cooperadores del tráfico de armas, de
drogas y de lavado de dinero. Dos de estos oficiales son actualmente
gobernadores de los Estados de Guárico y Trujillo, y miembros activos del
Partido Socialista Unido de Venezuela.
Es
irresponsable que Gobiernos que exhiben credenciales democráticas, y que
incluso han sufrido bajo el flagelo militar, apoyen a un régimen que durante
los últimos 15 años se ha asociado con algunos de los peores y más infames
personajes como Sadam Husein, Gadafi, Al Bashir, El Asad, Ahmadineyad y Mugabe.
Lo
más alarmante es que estos Gobiernos no pecan por ignorancia. Conocen el
colapso de la democracia y del Estado de derecho, del linchamiento como
modalidad judicial contra los disidentes, de la tortura y la persecución como
política de Estado. Del infame récord de nivel olímpico de violaciones a los
derechos humanos debidamente documentadas en el Consejo de Derechos Humanos de
la ONU, así como en el Sistema Interamericano de Derechos Humanos, y por grupos
de defensa de derechos humanos como Amnistía Internacional y Human Rights
Watch. Tampoco ignoran que el régimen está bajo el control del Gobierno cubano,
que sería el representante de facto en el Consejo.
También
están al tanto que más de la mitad de la comunidad judía en Venezuela se ha
visto obligada a abandonar el país por el acoso infligido a ellos después de
que el régimen rompió relaciones diplomáticas con Israel, calificándolo de
Estado genocida. Y por su alineación con grupos extremistas de la región hoy
muy presentes y activos en el país.
¿Qué
puede explicar semejante posición de los Gobiernos latinoamericanos y
caribeños? Algunos, para pagar favores recibidos a través de los petrodólares
de la diplomacia venezolana. Otros, para complacer a grupos de izquierda dentro
de sus países y otros, para atacar a EE UU en el Consejo por medio de
Venezuela.
Dos
casos son muy esclarecedores: el presidente Juan Manuel Santos, de Colombia, en
su calidad de ministro de Defensa bajo el presidente Álvaro Uribe, documentó el
rol criminal desempeñado por el régimen venezolano con las FARC, y aun a
sabiendas de que tal asociación ha causado tanto sufrimiento a su propia gente,
decidió dejar este gravísimo delito de lado para apoyar el régimen de Maduro.
Chile, que tanto se benefició de los anteriores Gobiernos democráticos
venezolanos que ayudaron a liberar a dirigentes políticos prominentes del
partido de la presidenta Bachelet presos por Pinochet, ni se inmuta al
respaldar a un régimen igualmente militarizado.
Venezuela
ha pertenecido en cuatro ocasiones al Consejo de Seguridad. La última vez en
1992- 1993, cuando tuve el privilegio de ser su representante. Nuestra
selección siempre fue votada por consenso, puesto que mi país se distinguió
como miembro fiable y responsable de la comunidad internacional, así como ser
un promotor y defensor activo de los derechos humanos y del derecho
internacional.
Afortunadamente,
a pesar del inexcusable respaldo dado a Venezuela, la decisión final para
elegir a los representantes en el Consejo de Seguridad recae en la Asamblea
General, que en cuanto tenga conocimiento de que la candidatura venezolana no
responde para nada al interés general de la comunidad internacional, no debería
proporcionarle la mayoría de dos tercios necesaria para ser elegido. Y la
votación es secreta.
No
se equivoquen: el régimen venezolano no es solo un enemigo declarado de Israel
y de Estados Unidos, sino de los principios y fines que rigen a la propia
organización mundial. Esta infame realidad, junto con la inexistencia de la
libertad de expresión, hace de Venezuela el peor y más descalificado candidato
para representar a América Latina y el Caribe.
Los
países miembros no deben permitir que Venezuela compre un asiento en la ONU
gracias a la complicidad de los países de la región.
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