La
paz de Colombia es la paz del mundo/Juan Manuel Santos es presidente de Colombia.
El
País | 3 de noviembre de 2014
Hace
unas semanas, ante la Asamblea General de la Naciones Unidas, conté la historia
de Constanza Turbay, una colombiana que perdió casi toda su familia a manos de
la guerrilla de las FARC.
En
La Habana, donde se lleva a cabo nuestro proceso de paz con esta guerrilla,
Constanza tuvo la oportunidad de mirar a sus victimarios a los ojos y contar su
trágica historia, la misma de millones de víctimas de una guerra sin sentido
entre hijos de una misma nación.
Por
primera vez, Constanza escuchó de uno de los líderes de las FARC las
manifestaciones de un arrepentimiento sincero. En las propias palabras de esta
valiente mujer, las víctimas están “cambiando su dolor por la esperanza de
paz”.
Ese
anhelo de reconciliación de la gran mayoría de colombianos es el que ha
impulsado el intento, serio y juicioso, que estamos realizando los colombianos
para alcanzar la paz.
Pero
tener esperanza no significa ser ingenuos. Somos conscientes de que estamos
negociando con nuestros adversarios. Entendemos que el país ha sufrido mucho a
raíz de incontables asesinatos, bombas, secuestros y extorsiones.
Por
esa razón tenemos que negociar el fin del conflicto armado de una vez por
todas. Es mucho más fácil hacer la guerra que la paz. Lo sé porque fui ministro
de Defensa y le propiné a la guerrilla los golpes militares más duros en toda
su historia. Pero así como hay un tiempo para la guerra, hay un tiempo para la
paz.
El
proceso que adelantamos en La Habana desde hace dos años —con el acompañamiento
de Chile, Cuba, Noruega y Venezuela— ha sido un proceso serio, realista, digno
y eficaz, que ha presentado avances concretos.
Silenciar los fusiles significa recuperar
enormes extensiones del campo colombiano y contribuir así a la seguridad
alimentaria del planeta
Los
tres primeros puntos, ya acordados con la guerrilla, contienen cambios
profundos para Colombia: realizar inversiones históricas para el desarrollo
rural, raíz de nuestro conflicto; cambiar las balas por votos, lo que
significaría una profundización de nuestra democracia, y el desmonte de las
estructuras mafiosas del narcotráfico, acompañado de un gran programa nacional
de sustitución de cultivos y desarrollo alternativo, que nos acercaría a una
Colombia sin coca.
Hemos
llegado más lejos que nunca, pero también es cierto que estamos entrando en la
etapa más compleja: los puntos que abordan el tema de víctimas y justicia
transicional, y el llamado DDR: desarme, desmovilización y reintegración. Son
temas difíciles, sin duda, pero si persiste la voluntad de negociación —como ha
sucedido hasta ahora— confío en que también lograremos acuerdos satisfactorios.
Muchos
se preguntarán ¿y esto por qué es importante para Europa o para el mundo?
Hay
varias razones de fondo. La primera es que seremos el primer país que negocia
el final de un conflicto armado dentro del Estatuto de Roma. Lo que pase en
Colombia tendrá profundas consecuencias para la resolución de futuros
conflictos en cualquier parte del mundo.
Segundo,
silenciar los fusiles significa recuperar enormes extensiones del campo
colombiano. Colombia, un poco más grande en territorio que España y Francia juntos,
es considerada por la FAO uno de los ocho países en el mundo que pueden
aumentar significativamente su producción de alimentos y, en la medida que las
tierras recuperadas se vuelvan productivas, estaremos en capacidad de
contribuir más decididamente a la seguridad alimentaria del planeta.
Tercero,
el desmantelamiento del narcotráfico reducirá la cantidad de cocaína que
ingresa a las capitales europeas desde Sudamérica y ayudará a frenar el impacto
devastador del proceso de producción de la pasta de coca sobre el medio
ambiente. Colombia es el país con mayor biodiversidad del planeta por kilómetro
cuadrado y la conservación de su ecosistema es de suma importancia para la
humanidad.
Por
último, la paz es un buen negocio. La economía colombiana es la de mayor
crecimiento y más baja inflación en América Latina —incluso comparada con los
países de la OCDE— y es una de las que más inversión extranjera recibe.
Solamente en los últimos cinco años, el comercio entre la Unión Europea y
Colombia creció un 25 por ciento. Este crecimiento —vale la pena destacarlo— se
ha logrado con equidad, generando empleo de calidad y reduciendo
significativamente la pobreza.
Si
hemos alcanzado estos logros con un conflicto armado, ¿se imaginan la Colombia
que podríamos construir en paz? Estudios recientes han señalado que, sin el
conflicto, el PIB de Colombia podría crecer dos puntos adicionales de forma
permanente, lo que se traduciría en enormes oportunidades de inversión en
infraestructura, turismo y desarrollo tecnológico para empresas como las
europeas.
En
un mundo amenazado por vientos de guerra, Colombia ofrece hoy una esperanza de
paz. En un mundo preocupado por la incertidumbre económica, aporta
oportunidades y estabilidad.
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