En
la audiencia general de este miércoles 21 de octubre, el papa Francisco recuerda que “sin libertad no hay amistad, sin
libertad no hay amor, sin libertad no hay matrimonio“....
Bergoglio ha reflexionado sobre la promesa de amor entre el hombre y la mujer y ha recordado que el vínculo que se crea por el amor o la amistad es bello y nunca destruye la libertad.
Miles de personas venidas de todas las partes del mundo acudieron este miércoles 21 de octubre de 2015 más a la plaza de San Pedro para escuchar al papa Francisco en su catequesis semanal. En medio de los trabajos del Sínodo de la Familia, el Pontífice ha hecho una pausa esta mañana para compartir con los fieles una reflexión sobre la promesa de amor entre el hombre y la mujer, siguiendo con la de la semana pasada, en la que reflexionó sobre las promesas hechas a los niños.
Durante su recorrido en papamóvil por los pasillos de la plaza, los peregrinos se mostraban entusiasmados, y agitaban con alegría sus banderas y pancartas con mensajes de cariño y cercanía al papa.
Tras escuchar la lectura correspondiente, el Papa ha pronunciado su habitual catequesis. En el resumen hecho en español, ha indicado “queridos hermanos y hermanas: Reflexionamos hoy acerca de la fidelidad a la promesa de amor entre el hombre y la mujer sobre la cual está fundada la familia, y que lleva en sí el compromiso de acoger y educar a los hijos, cuidar de los padres ancianos y de los miembros más débiles de la familia, ayudándose mutuamente a desarrollar las propias cualidades y a aceptar las limitaciones”.
En la actualidad, ha asegurado el Santo Padre, “algunos factores como la búsqueda a toda costa de la propia satisfacción, o la exaltación innegociable de la libertad, han debilitado la fidelidad a esta promesa, deshonrando la fidelidad con el incumplimiento de las promesas o siendo muy indulgentes con la inobservancia de la palabra dada”.
A continuación, ha saludado a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. A ellos, les ha invitado a rezar por los Padres del Sínodo, “que el Señor bendiga su trabajo, desarrollado con fidelidad creativa y con la firme esperanza de que el Señor es el primero en ser fiel a sus promesas. Que Dios los bendiga”.
Tras los saludos en las distintas lenguas, el papa ha dirigido unas palabras en especial para los jóvenes, los enfermos y los recién casados. Recordando que mañana se celebra la memoria litúrgica de san Juan Pablo II, ha pedido a los jóvenes que el testimonio de vida del Papa polaco “sea ejemplo para vuestro camino”. A lo enfermos les ha pedido llevar con alegría la cruz del sufrimiento como él nos ha enseñado”. Y finalmente ha invitado a los recién casados a que pidan su intercesión para que en “vuestra nueva familia no falte nunca el amor”.
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Ciudad
del Vaticano, 21 de octubre de 2015
A
continuación publicamos las palabras del papa Francisco en la audiencia general:
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En
la pasada meditación hemos reflexionado sobre las promesas importantes que los
padres hacen a los niños, desde que ellos han sido pensados en el amor y
concebidos en el vientre.
Y
la promesa conyugal se extiende para compartir las alegrías y los sufrimientos
de todos los padres, las madres y los niños, con generosa apertura en lo
relacionado con la convivencia humana y el bien común. Una familia que se
cierra en sí misma es como una contradicción, una mortificación de la promesa
que la ha hecho nacer y la hace vivir. No olvidar nunca la identidad de la
familia siempre es una promesa que se extiende y extiende a toda la familia y
también a toda la humanidad.
En
nuestros días, el honor de la fidelidad a la promesa de la vida familiar se
presenta muy debilitada. Por una parte, por una malentendido derecho de buscar
la propia satisfacción, a toda costa y en cualquier relación, se exalta como un
principio no negociable de la libertad. Por otro lado, porque se fían
exclusivamente de las constricciones de la ley los vínculos de la vida de
relación y del compromiso por el bien común. Pero, en realidad, nadie quiere
ser amado solo por los propios bienes o por obligación. El amor, como también
la amistad, deben su fuerza y su belleza precisamente a este hecho: que generan
una unión sin quitar la libertad. El amor es libre, la promesa de la familia es
libre. Y esta es la belleza. Sin la libertad no hay amistad, sin libertad no
hay amor, sin libertad no hay matrimonio. Por tanto, libertad y fidelidad no se
oponen la una a la otra, es más, se sostienen la una a la otra, tanto en las
relaciones personales, como en las sociales. De hecho, pensemos en los daños
que producen, en la civilización de la comunicación global, la inflación de
promesas mantenidas, en varios campos y la indulgencia por la infidelidad a la
palabra dada y a los compromisos tomados.
Sí,
queridos hermanos y hermanas, la fidelidad es una promesa de compromiso que se
auto-cumple, creciendo en la libre obediencia a la palabra dada. La fidelidad
es una confianza que “quiere” ser realmente compartida, y una esperanza que
“quiere” ser cultivada junta. Y hablando de fidelidad me viene a la mente lo
que nuestros ancianos , nuestros abuelos cuentan ‘esos tiempos cuando se hacía
un acuerdo, un apretón de manos era suficiente, porque había fidelidad a las
promesas’. Y esto que es un hecho social también tiene su origen en la familia,
en el apretón de manos del hombre y la mujer para ir adelante juntos toda la
vida. ¡La fidelidad a las promesas es una verdadera obra maestra de la
humanidad! Si miramos a su belleza audaz, estamos asustados, pero si
despreciamos su valiente tenacidad, estamos perdidos. Ninguna relación de amor
--ninguna amistad, ninguna forma de querer, ninguna felicidad del bien común--
alcanza a la altura de nuestro deseo y de
nuestra esperanza, si no llega a habitar este milagro del alma. Y digo
“milagro”, porque la fuerza y la persuasión de la fidelidad, a pesar de todo,
no termina de encantarnos y de sorprendernos. El honor a la palabra dada, la
fidelidad a la promesa, no se pueden comprar y vender. No se pueden obligar con
la fuerza, pero tampoco cuidar sin sacrificio.
Ninguna
otra escuela puede enseñar la verdad del amor, si la familia no lo hace.
Ninguna ley puede imponer la belleza y la herencia de este tesoro de la
dignidad humana, si la unión personal entre amor y generación no la escribe en
nuestra carne.
Hermanos
y hermanas, es necesario restituir el honor social a la fidelidad del amor,
restituir honor social a la fidelidad del amor. Es necesario restar
clandestinidad al milagro cotidiano de millones de hombres y mujeres que
regeneran su fundamento familiar, del cuál vive cada sociedad, sin estar en
grado de garantizarlo de ninguna manera. No es casualidad, este principio de
fidelidad a la promesa del amor y de la generación está escrito en la creación
de Dios como una bendición perenne, a la cual está confiada el mundo.
Si
san Pablo puede afirmar que en la unión familiar está misteriosamente revelada
una verdad decisiva también para la unión del Señor y de la Iglesia, quiere
decir que la Iglesia misma encuentra aquí una bendición para cuidar y de la
cual siempre se aprende, antes aún de enseñarla. Nuestra fidelidad a la promesa
está siempre confiada a la gracia y la misericordia de Dios. El amor por la
familia humana, en la buena y en la mala suerte, ¡es un punto de honor para la
Iglesia! Dios nos conceda estar a la altura de esta promesa.
Y
rezamos por los Padres del Sínodo: el Señor bendiga su trabajo, desempeñado con
fidelidad creativa, en la confianza que Él el primero, el Señor, es fiel a sus
promesas.
Gracias
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