Revista
Proceso
# 2034, 24 de octubre de 2015
Cassez-Ayotzinapa:
Montando montajes/DENISE DRESSER
Montajes
van, montajes vienen. Así funciona la justicia en México, fabricando culpables,
extrayendo confesiones bajo tortura, aliándose con los medios para manufacturar
mentiras. Llevando así a condenas colectivas, como en el caso de Florence
Cassez, y a “mentiras históricas” como en el caso de Ayotzinapa. Permitiendo
que los administradores del aparato inquisidor usen a víctimas prestadas para
cobrar venganzas ajenas o construir narrativas oficiales a conveniencia o
legitimar las acciones ilegales del gobierno en el “combate a la inseguridad”.
De esa manera se usa al sistema de justicia para crear leyendas mediáticas.
Para armar grandes pantomimas. La parodia de la justicia con fines televisivos.
Todo para darle al público un buen espectáculo.
Cómplices
de un montaje que –al igual que Ayotzinapa– se organizó porque no existía una
investigación, o para paliar sus carencias. Porque de haber sido culpables, los
habrían capturado en flagrancia en el interior de la casa, en presencia de las
víctimas. Porque había que inculpar a Cassez y a Vallarta porque era imperativo
presentar a algún secuestrador detenido. Porque la única manera de sostener que
Israel y Florence eran secuestradores era hacer a las víctimas cómplices de la
manipulación y la escenificación. No es casual que los secuestrados agradezcan
su rescate una y otra vez a la AFI. Del núcleo del montaje policiaco-judicial
–al igual que Ayotzinapa– desciende el montaje mediático, que a su vez produce
pruebas para el montaje judicial. En el caso Cassez, la Suprema Corte echó para
abajo la obsesión de quienes argumentaron que las violaciones al debido proceso
y la escenificación no afectaban el fondo del asunto. En el caso Ayotzinapa, el
Informe del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes acaba de tumbar
el montaje de Murillo Karam.
Mientras
tanto, Israel Vallarta, por ser mexicano y no tener un gobierno extranjero que
lo respalde, languidece en la cárcel. Torturado. Golpeado y sometido a toques
eléctricos. Obligado a confesar algo que no hizo. Detenido arbitrariamente.
Pudriéndose por ser el malo de una película que el gobierno –de la mano de las
televisoras– escribió. Él y sus familiares, a quienes la justicia es incapaz de
procesar, juzgar, sentenciar. Condenados ya por un tribunal mediático mientras
jueces y ministerios públicos siguen pedaleando en el lodo de la presunta
investigación policial, paralizados por consignas políticas. Como escribe
Steels, “a Cassez se le atacó por ser francesa, a ellos se les ignora por ser
mexicanos”. Como tantos más. Como los que el Estado torturó para extraer
confesiones sobre Ayotzinapa y así montar una “verdad histórica”.
“Verdad”
que evidencia la mentira que el gobierno preferiría ocultar. El ejercicio
indebido del servicio público por autoridades judiciales y policiales. El abuso
de autoridad. El delito contra la administración de la justicia. Pero en vez de
ser procesados y castigados, los responsables de engañar, mentir y montar son
recompensados con altos puestos o con impunidad. Helos en el entorno directo de
Enrique Peña Nieto, con la protección blindada. Genaro García Luna y Luis
Cárdenas Palomino y Humberto Castillejos y Eduardo Medina Mora y Alfredo
Castillo y Luis Enrique Miranda Nava y Daniel Cabeza de Vaca y Arturo Chávez
Chávez y Marisela Morales. Los responsables de un acuerdo fraguado para
garantizar la impunidad de los montajes. Los responsables de construir el
sólido muro de contención frente a los –hasta ahora hipotéticos– intentos de la
justicia para sancionar abusos del pasado. La investigación abierta por la PGR
iniciada en 2013 sobre las irregularidades del caso Cassez no ha ido a ningún
lado, y con Arely Gómez –dados sus lazos con Televisa– seguramente no lo hará.
En lugar de castigar a los autores del montaje se les ha protegido y premiado,
incluso con un asiento en la Suprema Corte, como ocurrió con el exprocurador
Medina Mora.
Él
y tantos más en el actual gobierno, interesados en que Israel Vallarta siga siendo
considerado como un secuestrador, como el líder de una banda que nunca existió,
como culpable al igual que el resto de sus familiares encarcelados, con o sin
sentencia. Interesados en mantener de la misma manera el montaje de Ayotzinapa,
por la forma en la cual el cinismo ha permeado a toda una generación de
policías y agentes del Estado. Un grupo compacto que se protege entre sí y que
a través de su silencio, su pasividad y su consigna de sepultar la verdad ha
creado un modelo perverso. El modelo mexicano de inseguridad, de tortura
generalizada, de violaciones sistemáticas a derechos elementales, de injusticia
sin fin. El modelo que sólo cambiará si se enmiendan y se castigan los errores.
Si se reconoce y se pone fin a la simulación con la que actúa la PGR. Si se
reconoce que la tortura en México es un mal generalizado. Porque si eso no
ocurre, los montajes continuarán, las mentiras proseguirán y la batalla librada
contra el crimen organizado será lo que ha sido: una lucha de fachada. Un
montaje más. l
No hay comentarios.:
Publicar un comentario