Cicerón,
consultor sobre la vejez/Federico Fernández de Buján, catedrático de la UNED.
ABC
| 10 de octubre de 2015..
La
Organización Mundial de la Salud ha publicado su «Informe mundial sobre
envejecimiento y salud». Destaca los significativos aportes que las personas
mayores hacen a la sociedad. Y añade: si gozan de buena salud, su capacidad
apenas tendrá límites; si tienen graves insuficiencias físicas y/o mentales,
las consecuencias individuales y sociales serán negativas. Por ello, expone un
completo programa para «agregar salud a los años». Hace dos mil años, en
sintonía con esta proposición, Marco Tulio Cicerón escribe un pequeño ensayo,
De senectute. Es el primer tratado de la historia sobre el aprovechamiento de
la vejez. Su contenido, de orden natural, es imperecedero. Además, es un
antídoto frente a tendencias actuales que convierten a los mayores en personas
fútiles que pretenden, artificialmente, ser jóvenes.
Adentrémonos
en la vejez desde el ideal ciceroniano. Cicerón, como cicerone, nos conduce.
Reflexionemos sobre ese lecho final por el que discurren las aguas, tranquilas
o turbulentas, de nuestra existencia. El libro está dedicado a Pomponio Ático.
Trata de probarle que la vejez nada tiene de temible. Recrea una conversación
entre el anciano Catón, prestigioso censor y senador, y los jóvenes Escipión y
Lelio. Se inicia desde esa filosofía que considera que toda vida cobra sentido
desde el servicio: «Me ha parecido escribirte sobre la vejez, para hacerte
llevadera esta carga… y me ha sido de tanto gusto su escritura que me ha
quitado las molestias de la vejez haciéndola agradable». He aquí su clave
interpretativa: pasar de una vejez-física, limitativa y frustrante, a una
vejez-experiencia, comunicativa e ilusionante. Una vejez situada al alba de la
vida del otro: «¿No dejaremos a la vejez fuerzas para instruir a los jóvenes?».
Sus
interlocutores admiran a Catón: «Jamás hemos conocido que te sea molesta la
vejez, la cual a otros es tan odiosa». Les contesta que lo molesto no son los
años, sino el desencuentro con la virtud. Los mayores destemplados y
descontentos han sido ya de difícil convivencia, por contra los que han vivido
virtuosos permanecen felices y amables: «Las artes y las virtudes… cultivadas
en la vida dan maravillosos frutos… logran una vejez apacible, como fue la de
Platón, que murió escribiendo a los ochenta y un años».
Enuncia
cuatro motivos por los que la vejez es considerada una carga: «Invalida para
determinadas funciones y excluye de los negocios; debilita el cuerpo; priva de
casi todos los deleites; y no está lejos de la muerte». Imposible resumirlos
con mayor exhaustividad y precisión. Al primer argumento responde: «Quienes
niegan a la vejez el manejo de los negocios son semejantes a quienes dijeran
que el piloto nada hace en la nave, cuando unos suben a los mástiles, otros
maniobran por los puentes, y él, dirigiendo el gobernalle, está sentado en
popa. No hace lo que los mozos, pero en mayores cosas se ocupa. No se
administran los asuntos graves con fuerza del cuerpo, sino con autoridad y
consejo: prendas que no se pierden en la vejez, sino que suelen aumentarse».
Al
segundo, recomienda un consejo que parece extraído de recientes estudios
clínicos: «Has oído lo que hace Masinisa, que alcanza ya los noventa años:
cuando ha iniciado su camino a pie jamás monta a caballo, y cuando a caballo
comienza nunca se apea de él». Expresa que no se guiaba por su apetencia, sino
seguía siendo exigente consigo mismo, dominando cuerpo y espíritu. Así, el
hombre debe ejercitarse en tareas que impidan que merme su memoria o se embote
su entendimiento: «¿Disminuye la memoria?, bien lo creo, si no la ejercitas…
Dura el ingenio en los mayores lo que dure el cuidado. Sófocles componía
tragedias aunque era de mucha edad… no le obligó la vejez a enmudecer en sus
estudios. Ni a Hesíodo, Homero, Pitágoras, Platón y Demócrito».
Al
tercer argumento, que presenta una madurez limitativa, responde: «No goza la
vejez de mesas ostentosas ni exceso de bebidas… aunque puede recrearse de
convites moderados. Debíamos dar gracias a la vejez, la cual es causa de que no
nos agrade lo que no nos conviene». Lo desgraciado de nuestro tiempo es que el
hombre se ha erigido en su propio diosecillo y pretende hacer lo que la vejez
no permite. Por el contrario, afirma Cicerón que ciertos placeres se
incrementan con la edad: «Estoy agradecido a la vejez que me ha aumentado el
deseo de conversar». Y recrea cuánta felicidad proporciona a la vejez
deleitarse con la lectura y la escritura: «Si acompaña algún recreo de las
letras… ¡qué vejez más gustosa y descansada!… así a Cayo Galo, ¡cuántas veces
le cogió la luz del día habiendo comenzado a escribir por la noche!».
Finalizo
con el último argumento esgrimido: «La vejez no está lejos de la muerte».
Subraya Cicerón que esta vida no tiene fin, si se espera gozar de la otra.
Advierte que los mayores son los que menos deben temer a la muerte, pero, al
propio tiempo, deben desear vivir lo más posible esta vida: «Ni han de desear
con ansia aquel tiempo que les resta por vivir ni lo han de abandonar sin
motivo. Pitágoras enseña que ninguno, sin orden de Dios, debe apartarse del
puesto de la vida». Y continúa con pasión: «Si no fuera verdad que las almas
son inmortales, no se empeñaría el hombre tanto en esta vida… Y si yerro en
pensar que las almas son inmortales, yerro con toda mi voluntad, y no quiero
que me saquen de este error mientras vivo, porque en él me gozo». Resulta
maravilloso corroborar esa percepción que todo creyente siente, cada vez que
intenta ser mejor de lo que su propio instinto y naturaleza le impulsa. Al
final, con serenidad, se enfrenta Catón a la muerte: «Si algún dios me
concediera volver a ser niño y llorar en la cuna, me resistiría mucho… Así como
terminan otras edades, así se acaba la vejez. Y en llegando ese tiempo, el
cansancio de la vida trae consigo la ocasión oportuna de morir».
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