27 jul 2016

El arma secreta de la democracia turca/

El arma secreta de la democracia turca/Adeel Malik is Globe Fellow in the Economies of Muslim Societies at Oxford University. 
Traducción: Esteban Flamini.
Project Syndicate, 27 de julio de 2016
El reciente golpe fallido en Turquía puso de manifiesto que el país sigue siendo vulnerable a intentos de toma del poder por la vía militar. Pero también reveló el surgimiento de un recurso muy potente, que los vecinos de Turquía deberían tratar de cultivar: una clase media fuerte con voluntad y capacidad de movilizarse contra amenazas extremistas. Queda por ver ahora, en el caso de Turquía, si el presidente Recep Tayyip Erdoğan lo cultivará. En el caso de Medio Oriente en general, la cuestión es cómo crear una clase media capaz de salvaguardar la estabilidad.

 La salida a las calles de multitudes de ciudadanos a mitad de la noche, decididos a hacer retroceder a los golpistas, fue una muestra elocuente del poder de la acción colectiva, de un tipo que debería concitar la atención de cualquier líder político, particularmente aquellos que buscan el desarrollo de sus países. El análisis del golpe, en general, se concentró en las rivalidades dentro de la élite turca y en los fallos de Erdoğan (sin duda abundantes). Pero poco se dijo de los cambios estructurales en la política económica turca, que empoderaron a la clase media del país, base electoral del partido Justicia y Desarrollo (AKP) de Erdoğan.

 Durante las dos últimas décadas, Turquía hizo notables avances económicos, pasando de ser el enfermo de Europa a convertirse en una de las economías más dinámicas de la región y nuevo centro de gravedad del comercio de Medio Oriente. Un elemento crucial de esta transformación fue la inversión en infraestructura, el apoyo a las pymes, la expansión del comercio regional y el desarrollo del sector turístico.
 En consecuencia, el ingreso per cápita turco se triplicó en menos de una década, mientras su tasa de pobreza se redujo a menos de la mitad, según estimaciones del Banco Mundial. Esto generó un altísimo grado de movilidad económica para la mano de obra rural, los pequeños emprendedores y los trabajadores de menos ingresos de Turquía, lo que llevó a multitudes de personas de los márgenes de la sociedad al centro de la escena. Incluso la política exterior, en la medida de lo posible, se adecuó a los intereses económicos de la clase media en ascenso (aunque la intervención en Siria refleja un cambio de prioridades).
 Para la nueva clase media de Turquía, la supervivencia de la democracia es esencial; y como demostraron los acontecimientos recientes, sus miembros están dispuestos a luchar por ella. En efecto, lo que ocurrió en Turquía no solo es muestra de una pugna por el poder entre Erdoğan y sus rivales, sino también prueba de que la clase media está decidida a garantizar que Turquía no retroceda a un sistema político que perjudique sus perspectivas económicas y políticas.
 Todo esto indica que Erdoğan y sus partidarios no deben centrar su respuesta a la intentona golpista solamente en castigar a la facción militar que la ejecutó (aunque esto, por supuesto, es crucial). También deben pensar en fortalecer los intereses de la clase media, que salió a defender al gobierno.
 En este sentido, el desafío real al que se enfrentará Turquía en los meses y años venideros no vendrá del ejército ni de conspiraciones externas. Sucumbir a la tentación de consolidar el poder en manos del presidente (con el propósito declarado de proteger la autoridad de su gobierno) supondría limitar el sistema de controles y contrapesos, y restar espacio a la oposición política, incluso dentro del partido gobernante. Eso debilitaría el sistema mismo por el cual la clase media ha estado luchando.
 Por supuesto, Erdoğan necesita consolidar su base de apoyo político, lo que incluye renovar el compromiso de sus partidarios leales, a quienes sin duda complacería una purga de posibles simpatizantes del golpe en el ejército y la burocracia civil. Pero también debe cerrar la grieta política y forjar un nuevo consenso que sostenga la prosperidad económica.
 Algo quizá más importante es que el AKP debe poner fin al peligroso desmantelamiento del modelo turco de integración económica regional basado en la política de “cero problemas con los vecinos”, que fue ideada por el ex primer ministro Ahmed Davutoğlu y comenzó a revertirse estos últimos años, en que Turquía cortó vínculos con casi todos sus vecinos inmediatos en Medio Oriente. El reciente empeoramiento de la relación diplomática con Rusia dejó la posición turca aún más debilitada. En el proceso, el estatus de Turquía como modelo de democracia musulmana comenzó a deteriorarse, y la polarización política se profundizó, a la par que crecen las amenazas a la estabilidad del país.
 Nada de esto es bueno para la economía de la que depende la clase media turca (y con ella, el éxito electoral del AKP). Eso da motivos para esperar que la intentona golpista, al resaltar el papel de la clase media como dique de contención contra los rebeldes militares, alentará al gobierno de Erdoğan a resolver el atasco político en Turquía y garantizar el crecimiento económico. La clase media turca no apoyará a un partido que no promueva sus intereses y logre la prosperidad económica. Pero que el AKP regrese a su visión fundacional de generar movilidad económica, eso es otra historia.
 Es importante que ahora que intenta concentrar más poderes en la presidencia, Erdoğan recuerde las condiciones que llevaron al surgimiento y posterior caída del Imperio Otomano. Igual que el ascenso del AKP, el imperio se basó en el apoyo de una ciudadanía rural emancipada, particularmente en el corazón territorial de Anatolia. Pero tras consolidar su poder en Constantinopla, los gobernantes otomanos se apresuraron a establecer un sultanato, lo que contradijo esos orígenes progresistas y debilitó el imperio desde el interior. La centralización del poder dejó a los gobernantes otomanos en una incómoda dependencia respecto de los notables de la sociedad turca y de las potencias imperiales europeas.
 Si el AKP de Erdoğan quiere evitar un destino similar, debe detener su marcha hacia una versión moderna del sultanato. Una democracia próspera e inclusiva es la única salida para Turquía, y restauraría un modelo que los países de Medio Oriente necesitan con urgencia.

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