9 nov 2009

El mundo tras la caída

El mundo tras la caída del Muro/Antoni Segura, catedrático de Historia Contemporánea de la UB
Publicado en EL PERIÓDICO, 09/11/09):
Fue la noche del jueves 9 al viernes 10 de noviembre de 1989 cuando, después de anunciarse que la RDA facilitaría visados para viajar al extranjero, miles de berlineses orientales se dirigieron a los pasos fronterizos para exigir su apertura. La policía no había recibido aún instrucciones y, poco después de las 11 de la noche, se levantaba la barrera de la calle de Bornholmer. Minutos más tarde, lo hacían el resto de barreras que separaban desde hacía más de 28 años las dos partes de Berlín y una multitud cruzaba la frontera hacia el Berlín occidental.
Atrás quedaban decenas de muertos abatidos cuando intentaban cruzar el muro. La última víctima había sido Chris Gueffroy, el 6 de febrero de ese año, pero las manifestaciones semanales para exigir el derribo del muro y la creciente emigración hacia la RFA a través de Austria e Hungría daban por fin sus frutos y aquel muro ignominioso era derribado.
PERO LO que estaba claro para los berlineses y muchos ciudadanos de la Europa Oriental, que la caída del comunismo en Europa era cuestión de poco tiempo, como confirmó el rápido proceso que se da entre la caída del muro y la desaparición de la URSS (diciembre de 1991), no había sido previsto por la CIA, que se quedó literalmente sin enemigo. Como reconocía Milt Bearden, jefe de la división soviética de la agencia, aquella noche se quedó atónito, aferrado a la butaca de su despacho, mirando las imágenes que retransmitía la CNN de la caída del muro, porque, simplemente, no sabía nada. Años después, rememoraba que la CIA «no era una institución. Era una misión. Y la misión era una cruzada». Con la desaparición de la URSS «ya no nos quedó nada… La misión había finalizado».
No obstante, más allá de la perplejidad de la CIA, el resto del mundo recibió con ilusión la caída del muro de Berlín. Como escribió Fátima Mernissi «nunca los occidentales, inscritos en el recuerdo del tercer mundo por su pasado de colonizadores brutales, habían conseguido mostrarse creíbles como portadores de algo bueno para las otras culturas, especialmente del credo democrático, como en el momento de la caída del muro de Berlín. Con la ayuda de los medios de comunicación de masas, este acontecimiento –y la serie de caídas de déspotas que le siguieron: y, en particular la de Nicolau Ceaucescu, y el abortado golpe de Estado de Moscú– insufló en lo más profundo de las medinas árabes un aliento de esperanza ancestralmente reprimido».
Era un cambio histórico de proporciones inimaginables, pero, entonces, nadie fue capaz de vislumbrar las consecuencias de futuro que suponía la desaparición del viejo régimen de guerra fría. Efectivamente, la caída del muro de Berlín y la implosión del imperio soviético abrieron un periodo de esperanza que, a pesar de la invasión de Kuwait y la guerra contra Irak de 1991, cristalizó en la reunificación de Alemania (octubre de 1990); la independencia de las repúblicas bálticas, y de Ucrania, Bielorrusia, Georgia y del resto de exrepúblicas soviéticas de la región caucásica y de Asia central (1991); el proceso de paz de Oriente Próximo (Acuerdos de Oslo de 1993 y 1995, establecimiento de relaciones diplomáticas entre Israel y Jordania en 1994); los Acuerdos de Dayton (1995), que ponían fin a la guerra de los Balcanes (con el añadido de Kosovo en1999), y la progresiva ampliación de la OTAN y de la Unión Europa con los países de la Europa Oriental que habían estado bajo la órbita de Moscú.
Sin embargo, el cambio era tan profundo que obligaba a actualizar los análisis de las últimas décades, basados fundamentalmente en políticas de contención y disuasión. La desaparición de la URSS generaba un vacío de poder que provocó nuevos movimientos geoestratégicos con el trasfondo de la reunificación alemana y la ampliación europea y de las reservas de hidrocarburos de la región del Caspio y su salida por las repúblicas caucásicas.
Al mismo tiempo, los atentados del 11 de septiembre del 2001 ponían al descubierto la amenaza de un nuevo terrorismo internacional, de alcance global, de connotaciones antisistema y de raíces confesionales relacionadas con el wahhabismo saudita. Erróneamente, los aliados de Moscú en Oriente Próximo (Irak y Siria) eran puestos en el punto de mira del Washington neoconservador de Bush. La cara amarga de la moneda del nuevo mundo surgido con la desaparición del Muro y la URSS era, pues, desvanecidas las esperanzas de los años 90, ¿cómo haría frente la única gran potencia vencedora de la guerra fría a las nuevas amenazas en un mundo que ya no disponía de los mecanismos de control de los conflictos que habían caracterizado esa guerra?
En este sentido, los dos mandatos de Bush han sido un fracaso, porque no supo hacer frente a las nuevas amenazas de forma eficaz, como denotan las negativas consecuencias de las invasiones de Afganistán e Irak y la escalada del terrorismo internacional. Habrá que ver si la nueva política de Obama puede entroncar con las esperanzas de un mundo mejor y más justo abietas con la caída del Muro.

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