2 feb 2014

El primer "inventario" de JEP


Saul Bellow, Premio Nobel 1976
LA REDACCIÓN
Revista Proceso # 1944, 1 de febrero de 2014.
El primer “Inventario” de José Emilio Pacheco en Proceso fue publicado justamente en la edición número uno de la revista, el 6 de noviembre de 1976.

 “La entrega de todos los premios Nobel de este año a ciudadanos norteamericanos es el mejor regalo que se podía hacer al país en la celebración de su bicentenario”, comentó el presidente Ford, aún maltrecho por sus autogoles en los debates con Carter. Y añadió: “El hecho demuestra que los Estados Unidos son el paraíso de los intelectuales”. (“Alguien tiene que haber dicho eso al presidente Ford, porque no lo creo capaz de pensarlo por su cuenta”, comentó enseguida Saul Bellow.)
 Los premios de economía, química, física y medicina fueron en efecto acaparados por Norteamérica. Sólo faltó el desierto Nobel de la paz aunque hubo rumores de que, ya en pleno éxtasis del bicentenario, los suecos pensaban dárselo a la CIA. Desde el 20 de octubre los corresponsales en Estocolmo difundieron que Bellow era el tapado. La recompensa le tocaba como “the best living American novelist” y como intelectual que fue derivando del radicalismo juvenil a una posición cada vez más conservadora.

No fue el hecho de haber sido postulado por los torturadores y carceleros de Chile lo que impidió que Borges recibiera el premio, pues Milton Friedman, otro amigo de Pinochet, se llevó el de economía. Borges morirá sin el Nobel: al único jurado de la Academia Sueca que lee español, el poeta Artur Lundkvist, no le gusta Borges; sus candidatos hispanoamericanos son, en este orden, Octavio Paz (que acaba de obtener el premio Jerusalén), Gabriel García Márquez y Alejo Carpentier. Lundkvist ve posibilidades futuras para Mario Vargas Llosa y nuestro Fernando del Paso, reciente ganador del premio México.
 Uno puede gustar o no de Saul Bellow; considerarlo un gran novelista o un producto de la desesperada necesidad que tiene su país de llenar el sitio que dejaron Faulkner, Hemingway o Dos Passos. Lo innegable es que Bellow impuso el tono de la novela norteamericana de posguerra y que sus libros son una versión imaginativa y a la vez fidedigna de la historia moral e intelectual estadunidense entre 1940 y 1976. (El más reciente, To Jerusalem and Back, crónica de su viaje a Israel a fines del año pasado, acaba de publicarse hace unos días.)
 Bellow nació en Lachine, Quebec, en 1915, de padres judeo-rusos recién llegados a Canadá. Vive en Chicago desde su infancia; allí estudió antropología y sociología, y hoy es profesor en la Universidad y presidente del comité de estudios sobre pensamiento social. Ha escrito ensayos no coleccionados, teatro (The Last Analysis, A Wen, Under the Weather) y cuentos (Mosby’s Memories) pero su obra fundamental son sus novelas, elogiadas entre muchos otros por Norman Mailer –“De todos los escritores de mi generación Bellow es quien posee la imaginación más fecunda”– y Norman Podhoretz que juzga a Bellow como un “estilista de primer orden, quizá el mayor virtuoso que la novela ha visto después de Joyce”.
 El tema único de Bellow a través de sus variaciones es la dificultad de existir, el ser humano como animal de dolor. Cuando Dangling Man aparece en 1944 se ha disuelto el entusiasmo hacia la vanguardia de los veinte y se ha perdido la fe de los treintas en la Unión Soviética, a raíz de los procesos antibolcheviques de Moscú, el pacto Hitler-Stalin y el asesinato de Trotsky. Joseph, un joven intelectual de Chicago cuyo diario forma la novela, está a punto de ser enrolado en el ejército y oscila entre la histeria y la apatía. Rechaza el izquierdismo de su primera juventud y siente que no hay respuesta para los problemas. Al fin Joseph marcha a la guerra a aprender en la regimentación del espíritu lo que la libertad fue incapaz de enseñarle.
 En la posguerra los intelectuales judíos rompieron definitivamente con el yugo anglosajón y ocuparon la vida cultural del país. Muchos, como los reunidos en la Partisan Review, transitaron del stalinismo al desengaño y del desengaño a la aceptación de los Estados Unidos como el menor de los males y por un momento llegaron a celebrar chovinísticamente las virtudes del sistema. Los años del macartismo y el conformismo terminaron para ellos al ver que la sociedad era infeliz: un purgatorio poblado de cadáveres incomunicables que no tardaría en convertirse en infierno.
 Los protagonistas de The Victim (1947) Asa Leventhal y el antisemita Albee, se enfrentan bajo el calor veraniego de Nueva York. Son víctimas y verdugos a un tiempo y deben llegar a un acuerdo antes que la ciudad entera se convierta en jungla y la vida vuelva a ser, como en el estado de naturaleza según Hobbes, “breve, brutal, siniestra”.
 The Adventures of Augie March (1953) rompen con la novela intelectual y con el nihilismo. Augie es un personaje picaresco que se resiste a la conformidad tanto como a la protesta social. La historia transcurre en los treinta; la miseria de la depresión obliga a Augie a robar y a desafiliarse de un mundo que encuentra su única medida en el éxito. La existencia también puede ser aventura y sorpresa. Augie viaja en busca de sí mismo (pasa por México y se relaciona con los trotsquistas); el fracaso deja de importarle: “También Colón cuando lo devolvieron encadenado creyó que su empeño era un fracaso –lo cual no comprobó que no existiera América”. Tommy Wilhelm, protagonista de Seize the Day (1956) es de nuevo la víctima. Quiere ser y no tener, librarse de los valores corruptores: éxito y dinero. Supone que el mal no es social sino metafísico y que a los ojos de Dios y del Padre todos somos el Kafka, niño condenado a pasar la noche a la intemperie ante una puerta que ya no se abrirá.
 Henderson the Rain King (1959) es la novela de la insaciedad. Su antihéroe, un millonario anglosajón, no puede acallar la voz interna que repite “quiero, quiero”. En un África irreal, parodia de las fantasmagorías hemingwayanas, Henderson se topa con el rey Dahfú, quien intenta salvar el mundo mediante el retorno al primitivismo, y encuentra el sentido de la existencia.
 Tal vez la mejor novela de Bellow sea Herzog (1964), un hombre que busca su lugar en la historia escribiendo cartas a quienes tienen el poder. Herzog se redime de su radical desamparo y su marginalidad gracias a la compasión. Después de Auschwitz e Hiroshima, Herzog descubre cómo hay que vivir: “No hagas a los demás lo que no quieras para ti mismo”. El empleo cómico de la queja se extiende a Mr. Sammler’s Planet (1970). Sobreviviente del universo concentracionario y del grupo de Bloomsbury, Sammler da su acre testimonio sobre el Nueva York de 1969 y ataca todas las mitologías de una década a la deriva ente el apocalipsis y la era de Acuario.
 Humboldt’s Gift (1975), hasta ahora la última novela de Bellow, es la historia, mezclada a la de su amigo Charles Citrine, del poeta von Humboldt Fleisher (Delmore Schwartz, 1913-66) que persiguió la ruina y el desastre como alternativas contra el poder, el éxito y el dinero. La obra de Saul Bellow comprueba que, como escribió Marthe Robert, la novela sigue siendo “el más poderoso medio de comunicación entre el sueño de uno solo y la realidad profunda de todos”.

JEP

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