2 feb 2014

Ripstein deseó filmar “Las batallas en el desierto”


Ripstein deseó filmar “Las batallas en el desierto”/ COLUMBA VÉRTIZ DE LA FUENTE
Revista Proceso # 1944, 1 de febrero de 2014.

José Emilio Pacheco incursionó exitosamente en el género del guión cinematográfico a partir de 1972, cuando su compañero de pachangas juveniles y director Arturo Ripstein lo convocara para escribir el libreto de la película El castillo de la pureza. Ripstein lamenta no haber llevado al celuloide su novela Las batallas en el desierto, que filmó Alberto Isaac bajo el título Mariana, Mariana, pero “con resultados nefastos”.
En los años setenta, José Emilio Pacheco y Arturo Ripstein crearon los guiones para las cintas El castillo de la pureza (1972), El santo oficio (1973), Foxtrot (1975), El palacio negro/Lecumberri (1976) y El lugar sin límites (1977), “una etapa privilegiada en mi vida” que Ripstein evoca así:
“José Emilio elaboró guiones cuando concebía poesía, cuentos, novelas y, de pronto, se metió en este lodazal que es la estructura del séptimo arte. Poseía un rigor muy estricto. Era un corrector infatigable, trataba de que el texto quedara lo mejor posible para el guión. No hacía a un lado el género y adivino que realizó guiones porque apreciaba el cine, esto debió estimularlo como una manera de escribir a lo que no estaba habituado. Caminaba por territorios desconocidos.
“No sólo disfruté de su caudal de conocimientos, cultura y asombrosa memoria, sino también de su enorme sentido del humor. Fue muy divertido colaborar juntos.”

Pacheco le dedicó en 1972 la novela corta El principio del placer, y a su vez Ripstein retribuyó su amistad con la ­película Cadena perpetua (1978).
–¿Qué le dijo el escritor?
–Me agradeció. Igual le di las gracias por dedicarme El principio del placer. Lo hicimos porque era un gesto de amistad, y nada más.
El largometraje El castillo de la pureza, que recibió un Ariel por el guión, está basado en un hecho real de los años cincuenta (que también inspiró a Luis Spota a escribir su libro La carcajada del gato y a Sergio Magaña a montar la obra teatral Los motivos del lobo), la historia de Rafael Pérez Hernández, quien mantuvo secuestrada a su mujer y a sus dos hijos porque estaba convencido de que el mundo exterior les hacía daño mental y moralmente.
 –¿Cómo fue que empezaron a trabajar juntos?
 –Me llamó Manuel Barbachano Ponce después de muchos extraños incidentes para adaptar al cine el asunto de Rafael Pérez Hernández, como ya estaba la novela y la pieza teatral, me gustó la idea.
 “En una proyección privada en los Estudios Churubusco vi a Pacheco, éramos amigos desde mucho tiempo atrás, como 10 años, y yo pensaba que era mejor trabajar con escritores que con guionistas, le dije si hacíamos el guión y aceptó. Adaptamos la pieza teatral, luego fuimos a la Hemeroteca, donde buscamos todos los datos, y después creamos nuestra propia historia. Es parte realidad y parte ficción. Cuando se narra una película hay muchísimo de inventado, y así surge El castillo de la pureza.”
 –Siguen con El santo oficio, ¿verdad?
 –Sí. Igual lo invité a crear el guión. Éramos muy jóvenes. Pacheco escribía todo el día, nos íbamos a comer, nos daba tiempo de tomar tragos y en la noche íbamos a bailar. ¡Eran tiempos de fuerza y entusiasmo!, ¡no parábamos!
 El principio del placer
 Prosiguieron con Foxtrot, producción México-Estados Unidos, ubicada durante la Segunda Guerra Mundial.
 Y después “un bombazo”: La versión fílmica de la novela homónima de José Donoso El lugar sin límites, con la célebre danza travesti “Amor de hombre” por Roberto Cobo Calambres, a quien muestra además en un apasionado beso con otro hombre en apariencia bastante macho: el actor Gonzalo Vega.
 “Entró Manuel Puig para realizar esta adaptación del guión, pero ya no terminó y Pacheco lo finalizó. Aunque no lo firma.”
 –¿Cómo lograron acoplarse para realizar esas cintas tan polémicas?
 –Nosotros estábamos muy convencidos de que eran películas divertidas. Cuando hicimos El castillo de la pureza, Pacheco y yo estabamos muy seguros de que escribíamos una comedia de risa loca.
 “Le leímos el guión a Cristina (Pacheco) y a la entonces mi esposa, que nos comentaban que era una atrocidad, pero nosotros estábamos muertos de la risa. El acoplamiento era gracias a que era divertido trabajar, más que estar llenando el mundo de ideas o soluciones. Luego José Emilio Pacheco hizo la introducción del documental El palacio negro (Lecumberri)…”
 –¿Pensaron que esos largometrajes iban a ser emblemáticos en el cine mexicano?
 –Siempre he tratado, durante los 50 años de mi carrera como cineasta, de crear el mejor filme posible. Qué consecuencias va a traer, es un misterio, uno está atenido al azar. Las carreras en el cine son producto de la contumacia y la suerte.
 –¿Intervenía José Emilio Pacheco en los rodajes?
 –No, me visitaba algunas veces durante el rodaje pero no intervenía en la filmación.
 –¿Por qué no trabajaron más juntos?
 –Después ya no escribimos porque Pacheco no tenía tiempo, no tenía ganas…
 En algún momento yo había deseado rodar Las batallas en el desierto, pero la filmó Alberto Isaac, se titula Mariana, Mariana, con resultados nefastos. Esa novela no merecía la basura de película que resultó. Es vergonzosa. También quería realizar El principio del placer, pero, bueno, por muchas circunstancias no se dio.
 –¿Tardaban mucho en escribir los guiones?
 –No, porque no tienen fecha de caducidad. Uno debe convencer a la gente de que está bien y sacarlos adelante. Es el primer paso y el definitivo para crear un filme, no es como el de una novela que tarda en terminarse tres años. Nos tomaba un par de meses efectuar cada guión.
 Aunque ya no trabajaban juntos, el escritor de la llamada Generación de los cincuenta y Ripstein se veían regularmente. “¡Y seguíamos divirtiéndonos!”, agrega el director, si bien durante los últimos meses ya no se frecuentaban, “fue una pena, y me hubiera gustado mucho haberlo visto…”.
 –¿Con qué recuerdo se quedaría usted de los premios Cervantes y Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2009?
 –Con su asombrosa inteligencia, cultura y su memoria, pero básicamente lo que recuerdo de él son las risas que tuvimos. Su gracia para mí fue vital. Lo he leído unas 20 veces y sin la menor duda es uno de los grandes escritores de nuestro tiempo. Dejó una obra deslumbrante, muy sólida.
 –¿Y qué hay de la preocupación política y social que tenía el poeta?
 –Era muy injurioso en eso, aunque en la situación política uno cambia de opiniones. Yo prefiero lo duradero de José Emilio, que es el espléndido sentido del humor que lo caracterizaba.

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