Libertad
e independencia para Grecia/John Carlin
El
País |13 de julio de 2015.
Sísifo,
personaje de la mitología griega, pecó de orgullo y lo pagó caro. Por engañar a
los dioses fue condenado a cargar una roca hasta la cima de una montaña pero,
al cumplir su misión, la roca rodaba cuesta abajo al lugar donde empezó. Sísifo
descendía la montaña, recogía la roca y otra vez para arriba. Siempre, y para
siempre, con el mismo resultado.
Hoy
se repite la historia. Grecia es Sísifo. Los griegos engañaron a los dioses de
la Unión Europea cuando falsificaron sus cuentas para poder cumplir los
requisitos de admisión al euro; y Syriza, la coalición gobernante electa en
enero, ha fracasado en su pretensión de negociar con los eurodioses como
iguales. Ahora el pueblo griego se enfrenta a la condena de cargar la roca de
sus deudas y sus errores per saecula saeculorum.
Ríos
de tinta y algoritmos se han derramado en el intento de diagnosticar el
problema pero pocos dan con el fondo humano de la cuestión. Se trata de algo
tan eterno como sencillo, contado hace 2.500 años en las tragedias griegas. El
héroe cae como resultado de un “fallo trágico”. En casi todos los casos el
fallo trágico acaba siendo una variante del mismo tema, el orgullo que ciega al
protagonista a sus propias limitaciones. Por falta de humildad y
autoconocimiento excede las fronteras que el destino le ha impuesto, generando
una espiral de calamidades que lo lleva a su destrucción.
He
aquí el fallo trágico que ha llevado a Grecia a la ruina. Los griegos, anclados
en un orgullo ancestral, que poca relación tiene con la realidad moderna de su
país, no han querido reconocer que simplemente no están capacitados para
competir en el mismo terreno, obedeciendo las mismas reglas económicas de
juego, que Alemania y Francia, o incluso España e Italia. Lo más parecido a un
consenso entre los expertos que han participado en la gran polémica de los
últimos meses es que la entrada de Grecia en el euro fue un error. No es ningún
secreto por qué. Lo contó el autor estadounidense Michael Lewis en su
bestseller mundial Boomerang: Viajes al nuevo tercer mundo europeo, publicado
en 2011. El país menos europeo y más tercermundista que Lewis visitó fue
Grecia.
Lewis
descubrió un país que festejó su incorporación al euro a principios de siglo, y
su acceso a los créditos bancarios del norte, viviendo muy por encima de sus
posibilidades. Siguieron con la antigua costumbre del soborno y la trampa para
no pagar impuestos, recaudando para el Estado una ridícula proporción de lo que
correspondía, pero en poco más de una década los salarios en el sector público
griego se duplicaron —y eso en un país con dos veces más funcionarios estatales
que el Reino Unido, cuya población es casi seis veces mayor—. El sistema de
educación pública griego es uno de los peores de Europa pero a Lewis le asombró
ver que empleaba más profesores por alumno que el finlandés, número uno en el
ránking mundial. La edad de jubilación en Grecia era, y sigue siendo, 57 años
(en muchos casos menos) mientras que en Alemania los jubilados no reciben sus
pensiones estatales hasta los 67 años. Lewis cita en su libro a un exministro
de finanzas, Stefanos Manos, que declaró una vez que tal era la ineficiencia,
corrupción y exceso salarial en el sistema nacional de ferrocarriles que le
resultaría más barato al Estado pagar para que todos los griegos viajaran en
taxi.
Hablé
hace un par de años en Atenas con Stefanos Manos que se lamentaba del
primitivismo cultural detrás del funcionamiento económico de su país. “Todo se
maneja sobre favores personales”, dijo. “La gente sigue creyendo que puede
atenerse a una sinecura y no hacer nada, para siempre”.
Hoy
la fiesta se acabó. Lo único que no han perdido los griegos es el orgullo. Lo
decía la semana pasada Haridimos Tsoukas, un académico del Warwick Business
School de Inglaterra: “Grecia es una nación orgullosa… Históricamente la nación
griega deriva su autoestima, si no de Platón y de Aristóteles, de la batalla
contra sus opresores”. Resistir es todo. Por eso, y por más ineficaces que
hayan resultado ser las negociaciones del gobierno con los alemanes y demás
divinidaes europeas, muchos griegos han celebrado las poses bravuconas de sus
líderes electos frente a los “chantajistas”, “terroristas” e incluso “Nazis”
que les exigen apegarse a las reglas de juego del mundo real. Por eso, optaron
por un “no” rotundo a las medidas de austeridad impuestas por los dioses del
norte en el referéndum del domingo pasado, medidas que el propio gobierno
griego aceptaría prácticamente en su totalidad cuatro días después.
El
referéndum, cuyo resultado fue celebrado en las calles de Atenas como si Grecia
hubiera ganado un Mundial, fue absurdo en cuanto a utilidad práctica. Tuvo
valor únicamente como ejercicio de terapia colectiva para un pueblo pobre y
humillado que no se reconcilia con la verdad de que, como decía el autor Eduardo
Mendoza la semana pasada, “desde que murió Aristóteles no ha dado un palo al
agua”.
Fue
tan inútil el gesto del referéndum como si Sísifo, al llegar a la cima de la
montaña y ver la roca rodando hacia abajo, decidiera negar su impotencia y
emitir un grito de rebeldía hacia los dioses —antes de darse media vuelta y
rendirse una vez más a su inexorable destino—.
Los
griegos de hoy tienen, sin embargo, una opción que Sísifo no tuvo. Una segunda
oportunidad. Pueden mirarse en el espejo, reconocer sus limitaciones, dejar de
engañarse a sí mismos, aceptar quiénes son y entender que su lugar por
naturaleza no es en los cielos de la eurozona sino solos, a su manera, en la
agreste y noble tierra helena. Para el bien de ellos y de todos los europeos
deberían redefinir su noción de orgullo patrio, retirarse voluntariamente de lo
que se ha vuelto para ellos la tiranía del euro y buscar su propio destino en
la independencia y la libertad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario