La
gran obra del Señor de los Túneles
Así
se construyó el pasadizo que permitió a El Chapo escapar.
Sacaron 3.250
toneladas de tierra frente a funcionarios y militares
JAN
MARTÍNEZ AHRENS/EL País, 13 JUL 2015
A
Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, siempre le gustaron los mundos subterráneos. El
narcotraficante que ha dejado en ridículo a las fuerzas de seguridad mexicanas
al escapar de una cárcel de máxima seguridad mediante un cómodo e iluminado
túnel de 1.500 metros, ha ordenado durante años desde la cúspide del cártel de
Sinaloa la construcción de innumerables pasadizos. Sólo en Baja California,
Sonora y Chihuahua la agencia antidroga de Estados Unidos (DEA) atribuye a su
organización un centenar de narcogalerías para burlar los controles
fronterizos.
Esta
pericia, que la ha valido el apelativo del Señor de los Túneles, es bien
conocida por la policía mexicana. En febrero de 2014, El Chapo logró zafarse de
su captura en Culiacán, la capital de Sinaloa, al huir por un sofisticado
pasadizo instalado en su casa de seguridad. Mientras los comandos de la Marina
intentaban frenéticamente derribar la puerta de blindaje hidráulico, Guzmán
Loera puso en marcha el mecanismo de fuga: accionó un resorte que levantó la
bañera y se escabulló por un corredor metálico que desembocaba en las
alcantarillas. Siete casas suyas en Culiacán estaban conectadas por esta red
subterránea.
Con
estos antecedentes, no era sorprendente que intentase la fuga de la
inexpugnable prisión de El Altiplano por un túnel. Es una posibilidad de
manual. De hecho, el personal de este centro penitenciario, considerado la joya
de la corona del sistema de seguridad mexicano, estaba entrenado para realizar
estudios de radar y tomografía terrestre. Pero de nada valió.
Los
hombres de El Chapo, con una división de ingeniería propia, obtuvieron planos
detallados de la prisión y abrieron un túnel de 1.500 metros que desembocó
milimétricamente y con escalerilla en la propia ducha del preso número 3.578.
Para la obra tuvieron que remover, según cálculos de ingenieros civiles, 3.250
toneladas de tierra. Una cantidad suficiente para llenar 350 camiones medios.
Todo ello lo hicieron a la vista de la cárcel (desde sus torres de vigilancia
se advierte perfectamente la caseta donde sacaban la tierra) y a 700 metros
exactos del Octavo Regimiento de Infantería de la 22 Zona Militar. Para
escándalo de un país entero, nadie, aparentemente, vio nada.
Esta
pericia, que la ha valido el apelativo del Señor de los Túneles, es bien
conocida por la policía mexicana
El
primer paso fue edificar la caseta que les serviría de punto de arranque del
operativo. Hace aproximadamente un año o algo menos, aquí varían los
testimonios, empezaron a trabajar en el descampado de la colonia de Santa
Juanita, en el municipio de Almoloya de Juárez. Fue una edificación simple y de
aspecto inacabado. Dos habitaciones y una bodega de 110 metros cuadrados. Esto
último era lo más importante. Desde ahí arrancó el túnel. Durante la
construcción, los ingenieros del cártel, ayudados por los planos secretos,
desviaron dos veces su trazado para evitar zonas sensibles de la cárcel. En el
tramo final, verticalizaron el pasadizo y lo encajaron con enorme pericia en la
zona de ducha. Obra lista. La construcción junto al presidio de un sistema de
hidráulico posiblemente les ayudó a reducir sospechas.
En
el pasadizo participaron pocos obreros. No más de cuatro, según los vecinos. A
un ritmo de diez horas diarias, trabajaron posiblemente casi todo un año.
Sabían lo que hacían. La galería estaba bien asegurada, disponía de iluminación
y se ventilaba por conductos de policluro de vinilo (pvc). Para sacar la
tierra, emplearon una banda de rieles y el arrastre de una moto. Una vez fuera,
la almacenaban en la bodega, y desde ahí, para escarnio de las fuerzas de
seguridad, se las llevaban en camiones. Decenas de miles de sacos.
Todo
ello ocurrió durante meses a los pies de El Chapo. Hasta que llegó la noche del
sábado. Las primeras reconstrucciones policiales indican que a las 20.52 el líder
del cártel de Sinaloa entró en la zona de duchas, sin videovigilancia, y ahí no
tuvo más que levantar una tapa, introducir su cuerpo en un agujero de metro y
medio de largo, y alcanzar las escaleras que le condujeron al túnel. A la
salida, dejó su ropa de presidiario y, como atestiguan las cajas halladas en la
estancia, elegir ropa nueva. Posiblemente usó también el baño. Después, partió
rumbo a la clandestinidad. El Chapo, por segunda vez, volvía a ser libre.
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