Un clásico novedoso/Juan Villoro
Publicado en Reforma, 29/02/2008;
Los conciertos que Bob Dylan ofreció en México sirven para calibrar la vigencia de los mitos y explorar el sentido de la música en vivo. El trovador de Duluth pertenece a rara variante de la leyenda, la que se mantiene viva y por lo tanto puede deparar sorpresas. Esto hace que se le aplauda con mayor unanimidad cuando llega que cuando se va. Al término de sus conciertos, algunos fans se rascan las canas, preguntándose si eso era lo que esperaban.
Ciertos artistas reciben el reproche de que todas sus obras se parecen. En una entrevista con Vanity Fair, Woody Allen comentó que ha filmado dramas, comedias, versiones de tragedias griegas, musicales, historias fantásticas y tramas policiacas, y sin embargo lo critican por repetirse. "Mis películas son como la comida china", comentó: "te sirven muchas cosas pero todas saben a comida china".
Dylan es objeto del reproche opuesto: cuando actúa, sus obras no se parecen a sí mismas. Si David Bowie transfigura su música de disco en disco, el autor de Los tiempos están cambiando transfigura en vivo lo que hizo en el estudio.
Desde que desconcertó al público por incluir instrumentos eléctricos en el folk, Dylan ha vivido para la ruptura. Al mismo tiempo, es fiel a la tradición popular norteamericana. Su excepcional inventiva ha logrado que lo clásico resulte impredecible.
A contrapelo de la mayoría de los espectáculos de masas, Dylan odia cumplir expectativas. En un momento en que nada vende tanto como la nostalgia y músicos que se odian a muerte se reúnen porque su pasado tiene más éxito que su presente, el incombustible Dylan usa el foro para reinventar sus composiciones con tal apetito de metamorfosis que a veces es imposible distinguirlas. Para los fanáticos que llevan décadas usando una camiseta con la melena de medusa del profeta, es reconfortante saber que Greil Marcus, señero biógrafo de Dylan, tampoco reconoce las canciones.
Esta cirugía reconstructiva no se guía por un criterio definido. En los tiempos en que se hacía acompañar por The Band, el compositor optó por versiones más cercanas a un rock básico y una dotación instrumental que luego emularía la E-Street Band de Bruce Springsteen. Cuando estuvo en México hace 17 años, en el infausto Palacio de los Deportes, deconstruyó sus canciones sin que eso fuera demasiado interesante.
En esta ocasión, Dylan llegó dispuesto a mostrar que los afluentes del rock llevan a una misma desembocadura y sugerir, de manera retrospectiva, que él creó todos. Con una dotación instrumental digna de la legendaria Incredible String Band, su grupo hizo que el contrabajo, el banjo y el violín convivieran sin trabas con la guitarra eléctrica. Hubo aires de bluegrass, country & western, boogie y rocanrolito sin salir de la atmósfera dylaniana. El efecto fue similar al de Buena Vista Social Club, que Ry Cooder describe como "una orquesta de los años cincuenta que nunca existió". En su encarnación de Buena Vista Social Bob, Dylan inventa un pasado donde diversas corrientes y épocas del rock tocan al unísono.
El resultado es tradicional y novedoso, como el piano de Rubén González acompañado por la guitarra con slide de Ry Cooder. El atuendo de vaquero imaginario con el que el cantante sale a escena refuerza la impresión de estar ante una original reformulación de lo típico. Lo mismo sucede con el título de su más reciente disco, Modern Times. Lo "moderno" se presenta con el nombre, ya canónico, de una película de Chaplin. La contradicción es deliberada: en el tiempo de la música, lo antiguo es actual, y viceversa.
En ciertas ocasiones un artista se vuelve esclavo de una obra. Si Leonardo resucitara, tal vez abominaría la Mona Lisa, cuya celebridad opaca otras creaciones del más versátil de los inventores. El gesto de Duchamp de pintarle bigotes a la Gioconda desestabilizó una imagen que amenazaba con ser más reverenciada que apreciada. Dylan hace algo parecido. El martes tocó tres melodías icónicas (It Ain't Me, Babe, Like a Rolling Stone y Blowin' in the Wind) con el placer de quien desarma un Meccano y logra otro artefacto con las mismas piezas. La transformación fue tan radical que cuando un estribillo sonó idéntico a la versión original nos pareció rarísimo. Este asombro recuerda la segunda Gioconda que "pintó" Duchamp: le quitó los bigotes a su versión anterior y dijo que era una Mona Lisa "afeitada". El cuadro de Leonardo nunca volvería a ser sólo el cuadro de Leonardo, del mismo modo en que el pasado de Dylan no puede volver a ser el que fue. ¡Qué inaudito que una frase suene de pronto igual que el disco! Como todos los demás versos suenan diferente, lo auténtico parece artificial. ¡La Gioconda está afeitada!
Ningún músico de rock ha alterado tanto un repertorio que -paradoja de paradojas- es el más conocido del pop. Mientras numerosos intérpretes cantan con fidelidad las versiones que han hecho de su música, el autor explora de nuevo lo que hizo.
En Chronicles, su excepcional autobiografía, Dylan ofrece algunas claves de su estética. Su memoria es obsesiva y tiene la salvaje precisión del coleccionista de mariposas. Los recuerdos son clavados con alfileres en la página. Esta pasión por el detalle sigue una caprichosa estructura. "Nunca olvido una cara", escribe Dylan en el tono de un detective del cine negro; sin embargo, sus recuerdos hiperrealistas se ordenan como las barajas de un tahúr. No se trata de una autobiografía lineal; los episodios llegan como cartas de póquer.
Antes de sus giras, el apostador baraja su repertorio para tentar a la fortuna. A veces sus nuevas versiones han sido no sólo irreconocibles sino tediosas o poco contundentes.En esta ocasión el arriesgado jugador mostró la novedad de su pasado. Clásico y sorpresivo, Bob Dylan estuvo a la altura de su incomparable eminencia.
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