8 abr 2008

Rodrigo Guerra y el Papa

Juan Pablo II: pontífice, filósofo y místico
La agencia Zenit -Jaime Septién-, publica una entrevista a Rodrigo Guerra, especialista en el pensamiento de Juan Pablo II, doctor por la Academia Internacional de Filosofía en el Principado de Liechtenstein, consultor del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), miembro de la Academia Pontificia por la Vida, profesor de la Universidad Católica de Querétaro y director del Centro de Investigación Social Avanzada.
-Han pasado tres años tras la muerte de Juan Pablo II. ¿Es vigente su pensamiento o ha quedado rebasado por los nuevos escenarios sociales y políticos que afrontamos en el mundo entero?
-Rodrigo Guerra. Los escenarios que marcan el mundo a comienzos del tercer milenio ciertamente se encuentran cambiando a un ritmo acelerado. En los últimos meses se han suscitado eventos que seguramente eran difíciles de prever aún por parte de los analistas geopolíticos más agudos hace tres años. Sin embargo, el Magisterio del Papa Juan Pablo II logró ofrecer una interpretación transpolítica del mundo contemporáneo basada primariamente en el Evangelio y en la dimensión antropológica que este posee de manera intrínseca. Así, su enseñanza presenta las claves de lectura fundamentales para poder interpretar la crisis del nuevo mundo global y ofrece importantes pistas para la construcción de esfuerzos auténticamente alternativos que permitan la renovación religiosa y cultural de nuestras sociedades y de sus instituciones.
-¿Qué significa más exactamente que el Papa Juan Pablo II ofreció una «interpretación transpolítica» del mundo contemporáneo?
-Rodrigo Guerra. El término proviene de Renzo de Felice y luego fue enriquecido con la reflexión de Augusto del Noce. Yo lo utilizo para indicar que el Magisterio del Papa Juan Pablo II es una ayuda eficaz para descubrir que no basta intentar descifrar la dinámica del mundo desde la lógica del poder, del puro análisis «estratégico» o «político», sino que la realidad exige ser interpretada desde aquello que le da su sentido último y radical. Sólo cuando el destino definitivo del mundo y de la vida es tomado como criterio hermenéutico al momento de juzgar y al momento de actuar, el significado esencial de los acontecimientos que tejen la historia emerge y no se eclipsa. Esto puede constatarse, por ejemplo, en el Capítulo III de la Encíclica Centesimus annus, intitulado «1989» o en el Capítulo V de la Sollicitudo rei socialis, denominado: «Lectura teológica de los problemas modernos». Ambos textos son actualmente una brújula que no puede dejar de mirarse para adquirir orientación a inicios del tercer milenio.
-El Papa Benedicto XVI ha destacado el 2 de abril de 2008 que Juan Pablo II poseía «una excepcional sensibilidad espiritual y mística». ¿Este perfil no coloca la figura del Papa Wojtyla al margen de las preocupaciones de la cultura contemporánea y de las necesidades concretas del hombre actual?
-Rodrigo Guerra: Cuando las palabras «espiritual» y «mística» significan aquello que no posee carne, aquello que no es concreto, fácilmente conducen a una comprensión puramente formal del cristianismo, es decir, conducen a alguna modalidad de gnosticismo. Precisamente uno de los mensajes centrales de la encíclica programática de Juan Pablo II, Redemptor hominis, consiste en que la gracia acontece en la historia de manera encarnada, haciendo de todo lo humano un «método», es decir, manifestando que el cristianismo es fundamentalmente acontecimiento gratuito antes que proyecto de la voluntad. Así las cosas, el Papa Benedicto XVI ha dicho entonces algo realmente importante: la vida de Juan Pablo II no es el resultado de un programa de superación humana. Al contrario, su continua convocatoria a no tener miedo «no se basaba en las fuerzas humanas, ni en los éxitos logrados, sino únicamente en la Palabra de Dios, en la Cruz y en la Resurrección de Cristo». Esto es precisamente un místico. Y esto es lo que permitió que Juan Pablo II no eludiera nada de aquello que fuese auténticamente humano tanto en su vida individual como en el amplio universo de necesidades de la sociedad actual.
-Juan Pablo II escribió la Encíclica «Fe y razón». Benedicto XVI parece continuar con especial interés el legado de este documento. ¿Qué debemos de hacer para asimilar con mayor fuerza las propuestas centrales de la Iglesia en este tema?
-Rodrigo Guerra. En octubre de 2008 se celebrarán los 10 años de la publicación de la Encíclica «Fe y razón». Este aniversario será una magnífica ocasión para apreciar uno de los legados más trascendentes de Juan Pablo II y uno de los aspectos más emblemáticos del Pontificado de Benedicto XVI. En ambos Papas existe un aprecio extraordinario por la razón. Pero la «razón» de la que hablan es ante todo capacidad para asentir y maravillarse ante una Presencia personal racional y razonable que cumple y excede las exigencias más profundas de la condición humana. Por ello, tal vez la más importante acción que podemos emprender en este sentido es permitir que nuestra propia inteligencia sea provocada y educada para apreciar toda la verdad, incluido ese momento de la verdad que es principalmente revelación y gratuidad total. La verdad como «Aletheia», como «de-velación», se realiza principalmente en la «re-velación» de lo absolutamente amoroso, personal, excepcional e inesperado, es decir, en la manifestación histórica de «Lógos» de Dios, Cristo, Dios y Hombre verdadero.
-¿Qué significado posee para la cultura actual Juan Pablo II como hombre que simultáneamente es Papa, pastor, filósofo y místico?
-Rodrigo Guerra. El Papa Juan Pablo II fue un hombre de nuestro tiempo y para nuestro tiempo. Desde su labor como filósofo supo acoger las preocupaciones del mundo moderno dándoles una respuesta no-ilustrada. Acogiendo lo mejor de la fenomenología, del tomismo y del personalismo logró una síntesis original que nutre actualmente el Magisterio eclesial y numerosos proyectos sociales y culturales en el mundo entero. Como Pastor convocó a una «nueva evangelización» que no se presenta disociada de la promoción humana y del desarrollo de una cultura cristiana. En cuanto «místico» supo descubrir por propia experiencia la importancia de la primacía de la gracia y apreció con especial interés a figuras como San Juan de la Cruz, Santa Teresita, Sor Faustina Kowalska y Edith Stein. Como Pastor Supremo de la Iglesia repropuso con vigor el Concilio Vaticano II, alentó a numerosos movimientos eclesiales, reanimó a la vida consagrada, desactivó algunas de las propuestas más riesgosas de disolución neopelagiana del cristianismo en compromiso político y proyecto revolucionario y ayudó a profundizar el significado de la dimensión eclesial y simultáneamente secular de la vocación laical. Para la cultura actual, la presencia de Juan Pablo II, ha sido un desafío que invita a revisar los viejos clichés racionalistas y las fallidas rupturas postmodernas. Su persona, su palabra y su ministerio permiten intuir que la santidad no es sólo un tema para la vida intraeclesial sino un motivo también para la reformulación de las certezas que la vida humana requiere en momentos de tedio, desconcierto o confusión.

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