30 oct 2008

Los hispanos en las elecciones

¿Son hispanos un asunto de España?/ Javier Valenzuela
Publicado en EL PAÍS, 28/10/08;
Pocos compatriotas de Obama y McCain saben que el primer europeo que pisó suelo de lo que hoy conocemos como Estados Unidos fue un español: Juan Ponce de León, en 1513, en las costas de Florida. O que la ciudad estadounidense más antigua es San Agustín (Florida), fundada en 1565. O que el nacimiento de Santa Fe (Nuevo México) fue asimismo anterior a la llegada a Massachusetts, en 1620, del buque inglés Mayflower con sus peregrinos. Escritos desde el anglocentrismo, los manuales estadounidenses ignoran la historia de un tercio de ese país. Pero ¿cuántos conocen estos hechos en la propia España? Pocos, también muy pocos.
Lo español no es ninguna novedad en EE UU, aunque la mayoría de sus habitantes, educados en una mitología estrictamente blanca, anglosajona y protestante (WASP), lo desconozca. Los ancestros de muchos hispanos de Nuevo México, Tejas o California vivían allí mucho antes de la independencia estadounidense (1776). Como dicen con gracia, no es que ellos atravesaran la frontera, es que la frontera les atravesó a ellos cuando en 1847 el joven Estados Unidos anglo le arrebató a México la mitad septentrional de su territorio.
Hace poco supimos que la valenciana Noelia Zanón había sido contratada para cantar los temas en castellano de la campaña de Obama. Aquí hubo algunas risas al respecto (¿quién es Noelia Zanón?) y ninguna reflexión sobre el fondo del asunto: ¿por qué el Partido Demócrata escoge a una española para dirigirse a los electores latinos? Y sobre todo, ¿puede España desempeñar algún papel en el universo de las comunidades hispanas del norte del Río Bravo?
Se calcula que el 4-N unos 10 millones de latinos acudan a las urnas. La mayoría, tres de cada cinco, parece inclinarse por Obama, el presidente poeta, como le ha llamado Ariel Dorfman. Pero eso es sólo la punta de un gran iceberg. Los hispanos, un mínimo de 45 millones de personas, son ya la primera minoría de EE UU, el 15,1% de la población, según el centro de investigación Pew.
Y el castellano, usado por Obama y McCain para difundir mensajes electorales, no es sólo la segunda lengua de EE UU, sino que ese país es el segundo hispanohablante del mundo, después de México y por delante de España y Colombia.
Cierto es que los hispanos constituyen un mosaico. Sus divisiones son múltiples: en función de una veintena de orígenes nacionales distintos; de la fecha de su llegada a EE UU, y de sus motivaciones (políticas para los exiliados cubanos, económicas para los mexicanos y casi todos los demás). Pero aunque la gran mayoría se gane la vida en inglés, ya no existe como en tiempos no tan lejanos la voluntad de olvidar la lengua de Cervantes y las raíces hispanas. Se han desacomplejado, acaba de señalar Eduardo Lago, director del Cervantes de Nueva York, en la presentación de la Enciclopedia del Español en Estados Unidos. Y por encima de la diversidad de sus procedencias, emerge la conciencia de una identidad común. Por lo demás, ya no son sólo espaldas mojadas, su conversión en clase media es galopante.
El interés del fenómeno para España debería ser evidente. Para empezar, los hispanos (unos 60.000 dólares de renta media anual) son un mercado natural para productos editoriales y culturales españoles, al igual que una vía de entrada para otro tipo de bienes y servicios al mercado estadounidense en general. Pueden, por supuesto, desempeñar el papel de puente político, económico y cultural entre España y EE UU, sin olvidar las posibilidades de “triangulación” con América Latina.
La mayoría de los latinos de EE UU desconoce España; apenas la ubica en el mapa, y si lo hace, no le concede más importancia que a Italia o Reino Unido. Y sin embargo, una estrategia española de penetración e influencia en ese mundo, en la que participaran poderes públicos, empresas privadas y medios de comunicación, podría ofrecerles un paquete interesante:
1. Un elemento simbólico unificador de las diferentes comunidades hispanas. Lo que todas tienen en común -idioma, tradiciones, formas de vida, elementos culturales…- no se explica sin España. Es lo que dijeron el rey Juan Carlos en Nueva York (1997) y Washington (2001) y el príncipe de Asturias en Washington (2003).
2. Una raíz en la propia historia estadounidense. El Reino de España tuvo una presencia dilatada al norte del Río Bravo tanto en el tiempo (1513-1822) como en el espacio (desde el Caribe al Pacífico). Los hispanos no son recién llegados a Estados Unidos, están en su casa. No tanto como los indios, pero tanto o más que los anglos.
3. Prestigio. España es un país europeo tan viejo o más que Inglaterra y hoy constituye una sociedad democrática, abierta, tolerante, con un nivel razonable de protección social y una cultura atractiva (Pedro Almodóvar, Antonio Banderas, Javier Bardem…), donde viven amplias comunidades procedentes del otro lado del Atlántico y que ha refrescado sus vínculos con América Latina. Frente a la superioridad política, económica y cultural de los WASP, los hispanos tienen una gran necesidad de lo que ellos mismos llaman “respeto”, y España puede ofrecerles una imagen de calidad susceptible de ser un patrimonio propio.
4. Puerta de Europa, el mayor mercado del mundo. Como escribió en este periódico Vicente Palacio, España debe presentarse ante los hispanos de EE UU como “un socio europeo fiable, dinámico y que acude al encuentro en su mismo idioma”.
5. Educación y financiación. En un congreso de empresarios hispanos y españoles celebrado en 2004, en Casa América, los primeros contaron que las dos grandes demandas de su comunidad son educación y capital. Respecto a la educación, señalaron que la aportación española podría consistir en la concesión de becas para universitarios y una mayor presencia editorial y cultural. Respecto a lo segundo, invitaron a las entidades bancarias españolas a implantarse en localidades con alta presencia latina, algo que BBVA y Santander Central Hispano ya han comenzado a hacer.
6. Industrias punteras. Jaime Malet y Paul Isbell han recordado aquí mismo que España es vanguardista en el sector de energías renovables y que ello es muy atractivo para un EE UU que ya no puede seguir funcionando con el consumo ilimitado de petróleo barato. Asimismo, el sector español de las grandes infraestructuras tiene muchas posibilidades en ese país.
En la segunda mitad de los años noventa, coincidiendo con el creciente peso latino en el Estados Unidos de Clinton -la moda Macarena- y con la oleada de inversiones españolas en América Latina, empezó a hablarse en España de los hispanos como un posible asunto de Estado. “Los españoles tenemos la obligación de definir qué papel podemos jugar en una nueva dinámica social que puede cambiar el propio Estados Unidos”, dijo Antonio Garrigues Walker en su calidad de presidente de la Fundación Consejo España-Estados Unidos. De hecho, los primeros análisis sobre el fenómeno procedieron de esa entidad, que definió a los hispanos como un potencial aliado estratégico de España.
A Aznar hay que reconocerle que incorporó a los hispanos a las prioridades de su política exterior, hasta el punto de que él mismo efectuó varios viajes a EE UU destinados exclusivamente a ese universo y en 2003 se dirigió en Austin (Tejas) a la asamblea anual del Consejo Nacional La Raza. Lamentablemente, todo quedó en retórica, el apoyo a Bush en la guerra de Irak y un Aznar hablando con un grotesco acento tex-mex (”Estamos trabajando en ello”). Igualmente cabe lamentar que ni Zapatero ni Moratinos hayan evidenciado la menor preocupación por este tema.
Y si algún destinatario evidente tiene el proyecto de una marca España que intentan impulsar diversos organismos públicos y privados, éste es esa comunidad de comunidades que son los hispanos de EE UU. Se trataría, según los especialistas, de forjar una política de Estado en la que participaran no sólo las Administraciones públicas sino también las empresas y la sociedad civil. Sus primeros destinatarios tendrían que ser los líderes y las organizaciones del mundo latino estadounidense, en particular los que trascienden sus orígenes nacionales y sostienen el panhispanismo. Y no se trata, faltaría más, de que España pretenda sustituir a países como México, Cuba o Brasil. La estrategia española debe insertarse en el marco iberoamericano.
Esperando a Obama, he aquí lo que María Jesús Criado, del Real Instituto Elcano, definió una vez como una “relación por construir”.

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