10 sept 2014

La beligerancia fronteriza de China

 La beligerancia fronteriza de China/Brahma Chellaney, Professor of Strategic Studies at the New Delhi-based Center for Policy Research, is the author of Asian Juggernaut, Water: Asia’s New Battleground, and Water, Peace, and War: Confronting the Global Water Crisis. 
Traducido del inglés por Carlos Manzano.
Project Syndicate | 10 de septiembre de 2014
En los últimos años, el Ejército Popular de Liberación de China ha estado aprovechándose de su influencia política en ascenso para provocar escaramuzas y tensiones militares localizadas con la India al violar la larga y disputada frontera himalayense. La reciente intensificación por parte del EPL de semejantes violaciones de la frontera tiene importantes consecuencias para la próxima visita del Presidente Xi Jinping a la India y para el futuro de la relación bilateral.
En realidad, semejantes provocaciones han precedido con frecuencia a visitas a la India de dirigentes chinos. De hecho, justo antes de la visita del Presidente Hu Jintao a la India en 2006, China reafirmó su reivindicación del gran Estado de Arunachal Pradesh, en la India nordoriental.

Así mismo, antes del viaje del Primer Ministro Wen Jiabao a la India en 2010, China comenzó a expedir visados en hojas de papel sueltas y grapadas en los pasaportes de los residentes de Cachemira que solicitaban permiso para entrar en China, desafío indirecto a la soberanía de la India. Además, China acortó abruptamente la longitud de su frontera con la India rescindiendo su reconocimiento de la línea de 1.597 kilómetros que separa la Cachemira india de la Cachemira detentada por China, y la visita del Primer Ministro Li Keqiang, el pasado mes de mayo, siguió a una profunda incursión del EPL en la región india de Ladaj, aparentemente encaminada a transmitir la irritación por las tardías medidas de fortificación de sus defensas fronterizas por parte de la India.
Ahora, China vuelve a las andadas, incluido el mismo lugar –cerca del punto de convergencia de China, la India y el Pakistán– en el que la invasión del EPL el año pasado desencadenó una tensión militar durante tres semanas. Esa tónica indica que el objetivo fundamental de las visitas de los dirigentes chinos a la India no es el de hacer avanzar la cooperación conforme a un programa conjunto, sino el de reforzar los propios intereses de China, comenzando por sus reivindicaciones territoriales. Ni siquiera el comercio con la India, muy lucrativo y en rápido aumento, ha frenado la agresividad territorial cada vez mayor de China.
En cambio, los primeros ministros indios desde Jawaharlal Nehru han viajado a China para expresar su buena voluntad y hacer concesiones estratégicas. No es de extrañar que la India haya salido perdiendo con frecuencia en los acuerdos bilaterales.
Particularmente desacertada fue la cesión por parte del Primer Ministro Atal Bihari Vajpayee en 2003 de la baza que el Tíbet representa para la India. Vajpayee llegó hasta el extremo de usar, por primera vez, el término jurídico “reconocimiento” para aceptar lo que China llama la Región Autónoma del Tíbet (RAT) como “parte del territorio de la República Popular de China”. Así se abrió el paso a la reivindicación por parte de China de Arunachal Pradesh (con una superficie que representa el triple de la de Taiwán) como “Tíbet Meridional” y se reforzó la posición de China sobre las cuestiones territoriales: cualquier zona que este país ocupe es territorio chino y cualesquiera reivindicaciones territoriales que haga deben zanjarse mediante “la acomodación y el entendimiento mutuos”.
El error de Vajpayee agravó el de Nehru en 1954, al aceptar implícitamente, en el Tratado de Panchsheel, la anexión del Tíbet por China, sin garantizar (ni pretender siquiera) el reconocimiento de la frontera indo-tibetana entonces vigente. En realidad, conforme a dicho tratado, la India sacrificó todos sus derechos y privilegios extraterritoriales en el Tíbet, heredados del Imperio Británico.
Conforme a lo acordado en el pacto, la India retiró sus “escoltas militares” del Tíbet y concedió al Gobierno de China, a un precio “razonable”, los servicios postales, telegráficos y telefónicos públicos que regentaba el Gobierno de la India en la “región del Tíbet de China”. Por su parte, China violó repetidas veces el pacto de ocho años y al final organizó la invasión transhimalayense de 1962.
En resumen, China utilizó el Tratado de Panchsheel para burlarse de la India y humillarla Sin embargo, este verano, sin ir más lejos, el nuevo gobierno del Primer Ministro Narendra Modi envió al Vicepresidente Hamid Ansari a Beijing para que participara en las celebraciones del sexagésimo aniversario del Tratado.
Anari fue acompañado del ministro de Comercio, Nirmala Sitharaman, quien durante su estancia firmó un acuerdo por el que se permitirá a China –sin nada a cambio– la creación de parques industriales en la India, lo que exacerbará los desequlibrios existentes en la relación comercial bilateral: actualmente, China exporta a la India tres veces más de lo que importa de este país y en la mayoría de los casos se trata de materias primas, con lo que expone a la India a una presión estratégica mayor y sirve a los intereses de China, al impedir el ascenso de la India como competidora en plan de igualdad.
El hecho de que ahora se haya centrado la atención en la reivindicación de Arunachal Pradesh, vinculada con el Tíbet, en lugar de en el estatuto del Tíbet, subraya el predominio de China al establecer el programa bilateral. Dada la dependencia en que se encuentra la India de las aguas transfronterizas procedentes del Tíbet, podría acabar pagando un precio demasiado alto.
Azorada por las implacables violaciones fronterizas de China –según el ministro de Estado para Asuntos Interiores de la India, Kiren Rijiju, en los 216 primeros días de este año ha habido 334–, la India ha establecido recientemente una distinción engañosa entre “transgresiones” e “intrusiones”, que le permite incluir todas las violaciones en la lista de simples transgresiones, pero el juego de palabras no le servirá de nada.
Un ejemplo de ello se produjo en la cumbre de los BRICS celebrada el pasado mes de julio por el Brasil, Rusia, la India, China y Sudáfrica, cuando, una vez más, China obtuvo una ventaja sobre la India. Se anunció que la sede del Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS sería Shanghái, no Nueva Delhi; el premio de consolación para la India fue el de que el primer presidente del Banco será un indio.
Bajo la presión de una China inflexible y revanchista, la India necesita urgentemente formular una estrategia contraria, prudente y cuidadosamente calibrada. Para empezar, la India podría rescindir su reconocimiento de la soberanía de China sobre el Tíbet y al tiempo aplicar presiones económicas mediante el comercio, como ha hecho China con el Japón y las Filipinas, cuando estos últimos países han discutido sus reivindicaciones territoriales. Al hacer depender el acceso al mercado de China de los avances con miras a la resolución de las controversias políticas, territoriales e hídricas, la India puede impedir que China fortalezca su influencia.
Además, la India debe estar dispuesta a reaccionar ante las intrusiones chinas enviando tropas al territorio estratégico detentado por China. Así sabría esta última a lo que se expondría con sus violaciones de la frontera y, con ello, se incrementaría la disuasión.
Por último, la India debe examinar detenidamente la apariencia de asociación con China que se esta produciendo mediante los acuerdos comerciales y los BRICS… al menos hasta que surja una relación bilateral más equilibrada. Al fin y al cabo, ni el auge del comercio ni la pertenencia al club de los BRICS protegen frente a la intimidación.

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