- La única petición de los emisarios de la Sedena, de acuerdo con lo que confirmaron algunos familiares, fue “ya no hacer más ruido”.
Revista
Proceso
# 2021, 25 de julio de 2015..’’
Caso Calera Las
siete nuevas víctimas del Ejército/VERÓNICA ESPINOSA
De
nuevo el sinsentido: Siete civiles fueron torturados y ejecutados por militares
en Zacatecas. Hay responsables con nombres y apellidos: el coronel Martín Pérez
–amigo del secretario de la Defensa–, los escoltas José Manuel Castañeda,
Víctor Manuel González, Juan Ordóñez… Pero aunque la Sedena reconoció los
hechos, no explica por qué quienes deben
defender a la población la matan, dónde está la responsabilidad institucional,
o por qué constantemente sale a relucir el vínculo entre el narco y el
Ejército. Aquí, por lo pronto, está la historia de este nuevo ataque, que
revive a Tlatlaya, Ayotzinapa y Ecuandureo.
FRESNILLO,
ZAC.- Precedido por la fama que ganó tras encabezar el operativo que en
septiembre de 2011 permitió capturar en Michoacán al lugarteniente de Los
Caballeros Templarios Saúl Solís Solís, el coronel Martín Pérez Reséndiz acabó
con su carrera en el Ejército tras una serie de tropelías que llegaron al
extremo de disponer de las vidas de siete civiles en el municipio de Calera.
De
nada le sirvieron sus vínculos con los altos mandos militares ni su amistad con
el secretario de la Defensa, Salvador Cienfuegos Zepeda, después de que
familiares de los siete asesinados denunciaran la matanza, que volvió a desatar
las críticas contra el Ejército y recordó los ataques de Tlatlaya, Ayotzinapa y
Ecuandureo.
La
desaparición forzada de personas y su posterior ejecución, así como sus
presuntos vínculos con Los Zetas, son algunos de los delitos que se le
imputarán a Pérez en el proceso que enfrentará desde la prisión militar de
Jalisco donde está encarcelado, según divulgó la Secretaría de la Defensa
Nacional (Sedena) en tres comunicados, en una aparente estrategia para
presentar el juicio como un castigo ejemplar.
El
prometedor historial del coronel fue de más a menos en unos cuantos años. De
hecho, su actuación ya lo había puesto en la mira de las instancias internas
del Ejército desde meses antes de lo ocurrido el martes 7 en Calera. Esto
último fue imposible de ocultar y Pérez acabó por contribuir a su caída, de
acuerdo con lo que confirmó Proceso con distintas fuentes, entre ellas, algunas
de la propia milicia.
Pérez
llegó a Fresnillo unos meses después de ser ascendido a coronel, al frente del
97 Batallón de Infantería. Este grupo fue trasladado de Querétaro a Zacatecas
tras las gestiones del gobernador Miguel Alonso Reyes, quien cabildeó una
millonaria inversión (3 mil millones de pesos) para multiplicar las bases de
fuerzas federales en el territorio estatal, que se disputan Los Zetas y el
Cártel del Golfo.
Pese
a los nuevos cuarteles del Ejército, la Armada y la Policía Federal, la
violencia no bajó. Al contrario. Activistas, académicos y periodistas
comenzaron a denunciar que los operativos y otras “incursiones” dejaban tras de
sí allanamientos, tortura, detenciones arbitrarias y desaparecidos, como de
hecho ocurrió inicialmente con las siete personas que fueron sacadas de un
departamento del edificio ubicado en la calle Francisco I. Madero 106, en
Calera, y cuyos cuerpos fueron encontrados en dos fosas en Jerez a la semana
siguiente.
Parte
de la información que de manera extraoficial ha sido divulgada por algunos
medios locales apunta a que los siete ejecutados (que aparecieron con numerosos
signos de tortura) eran “sicarios del Cártel del Golfo”. Sin embargo, otros
datos indican que por lo menos tres de ellos –dos adolescentes de 16 y 17 años
y una mujer– eran integrantes de familias de jornaleros y habían trabajado en
el campo en fechas muy recientes.
No
sólo eso. Víctor Hugo, joven de 16 años, formaba parte de una numerosa familia
de campesinos indígenas, los Cisneros Ramos, desintegrada en noviembre de 2013,
cuando más de 50 de sus miembros –entre padres, hijos, sobrinas y nietos,
adultos y niños– fueron desaparecidos en el lapso de pocos días en Calera.
Muchos
de los desaparecidos en aquella ocasión eran analfabetos. Algunos no tenían
actas de nacimiento ni fotografías. Testimonios de vecinos y conocidos
refirieron la aparición de un convoy de la Policía Federal, pero nadie quiso
denunciar.
Unos
cuantos “levantados” reaparecieron tiempo después. Entre ellos estaban Víctor
Hugo y su madre, Patricia. Ella fue la única que acudió a la Comisión Estatal
de Derechos Humanos a pedir ayuda tras la nueva desaparición de su hijo, el
martes 7.
Ricardo
Bermeo y Cristela Trejo, integrantes de Zacatecanos por la Paz, explican la
vulnerabilidad de niños o jóvenes como Víctor Hugo:
“Hay
niños que vieron cómo se llevaron a su madre o a su padre, fueron testigos de
homicidios en su familia, y al ver que no pasó nada o no tener medidas de
acompañamiento, hay mucho resentimiento social. La mayor parte de estos casos
de Zacatecas ocurre en la zona rural, donde no se está haciendo absolutamente
nada, o no hay ni siquiera una denuncia”, acusa Trejo.
Este
caso, abunda Bermeo, remite “sin lugar a dudas” al informe del Centro Pro sobre
la masacre en Tlatlaya, la responsabilidad del Ejército y la opacidad del
Estado para dar a conocer la situación.
En
Zacatecas se suma un agravio: a los diputados locales “se les pasó el tiempo”
para integrar la comisión estatal ordenada en la Ley General de Atención a
Víctimas, lo que dificultará el apoyo y el resarcimiento.
Días
aciagos
El
lunes 20, dos semanas después de la desaparición de los siete en Calera,
Patricia y otros familiares salían de las oficinas del delegado de la
Procuraduría General de la República, Sergio Martínez, con la certeza que no
querían:
“Ya
los hallaron, ya están identificados seis, nos falta uno –lloró Patricia–. Queremos
que nos ayuden, que metan a ese señor que se los llevó a la cárcel. No sabemos,
no nos han dicho nada. Nada más que ya tienen al coronel (Pérez) Reséndiz
encerrado, pero no sabemos si sea cierto o no. Vamos a seguirle hasta que haya
justicia, que no le sigan haciendo daño a más gente. ¿Por qué no los entregó a
algún lado, por qué les hizo lo que les hizo? Los dejó muy mal, no se les
conoce por la cara, están como que los mataron de hace muchos días, tenían
mucho tiempo tirados. Nomás encontramos casi la pura ropa de ellos. Sí había
tortura, los raparon, les hicieron muchas cosas.
“Él
(Pérez) se los llevó y ni la cara nos quiso dar. Si no tenía culpa por qué no
salió; nomás cuando fuimos a los medios, y en la noche luego luego los
hallaron. Pero ya los hallaron destrozados.”
El
viernes 17, personal de la Procuraduría de Justicia Militar había arribado a
Zacatecas para iniciar una investigación. El nombre del coronel del 97 Batallón
de Infantería en Fresnillo no era el único que se mencionaba. En las horas
siguientes, Pérez fue detenido y presentado en la 11ª Zona en Guadalupe. Fue
interrogado junto con otros integrantes del batallón que participaron en el
ataque.
El
lunes el coronel amaneció en la prisión militar de Jalisco. Con él fueron
encarcelados sus subalternos José Manuel Castañeda Hernández, capitán segundo
de Infantería; Víctor Manuel González Alderete, teniente de Infantería, y el
subteniente de Infantería Juan Ordóñez Prado.
Los
tres formaban parte de la escolta personal del coronel. De hecho, los había
mandado traer desde Apatzingán, donde los conoció y habían sido sus
subordinados en el 51 Batallón.
Un
exmilitar que estuvo también bajo las órdenes de Pérez dice a Proceso que, a
finales del año pasado o principios de éste, el coronel había recibido ya el
aviso de que sería cambiado de adscripción. Reacio y apelando a sus “altas
relaciones” pidió que lo dejaran en Fresnillo. Y, según esta versión, se le
concedió.
“Con
frecuencia, cuando nos hablaba en la plancha (el patio del cuartel) nos decía
que el general secretario le había llamado para felicitarlo”, cuenta la fuente.
Pérez
y el general Cienfuegos se conocieron en el Colegio Militar, cuando el actual
secretario de la Defensa era director. “Sí había amistad, no sé si eran
compadres como Reséndiz decía, pero de las familias sí. El general llegó a ir a
la unidad y se llevaban muy bien”.
Proclive
a colocarse bajo los reflectores mediáticos, Pérez era un asiduo invitado a los
actos del gobierno municipal –generalmente invitado por el exalcalde y diputado
federal electo Benjamín Medrano. Reporteros locales afirman que les avisaba de
los operativos “para la nota”.
Pronunciaba
discursos en encuentros cívicos, impartía pláticas en escuelas, los ediles de
la región se reunían con él en las instalaciones del batallón. Su esposa
también protagonizaba actos y reseñas en la prensa, por sus actividades en el
voluntariado del Ejército.
En
un mensaje que ofreció a través de los medios hace unos meses, a propósito de
los jóvenes tentados a acercarse a los cárteles, el coronel dijo esto:
“El
Ejército no es correccional, para empezar. Puede suceder que algún joven esté
mal ubicado, pero así, mandarlo al Ejército, es mandarlo a prisión. El Ejército
ha cambiado, se ha transformado mucho. Yo tengo 35 años de servir a mi
Ejército, la institución que me ha dado todo, y a lo mejor yo en su momento fui
de un carácter rebelde, y aquí me formaron, me educaron. Pero he visto
compañeros que han entrado en la situación que ustedes ponen, de que los papás
ya no los pueden controlar, y lo único que han provocado es que ese joven tarde
o temprano termine en prisión.”
Además
de traer a sus escoltas, Pérez también se llevó a Fresnillo a su intendente, el
capitán segundo Fausto Nájera Galán. “Él ya le sabía el modo al coronel y cómo
se manejaba”, dice el exsoldado entrevistado.
Tanto
él como otras fuentes castrenses relatan que “los manejos” de Pérez en
operativos incluían entrar a domicilios particulares, y “su gente de confianza
sacaba todos los aparatos, electrodomésticos, lo que podía”.
“Ya
sé dónde llorarle”
La
puerta del departamento en Francisco I. Madero 106 está abierta. El vidrio está
quebrado muy cerca de la cerradura. En las tres recámaras hay colchones sin
sábanas, volteados; ropa, papeles, zapatos, cosméticos regados por el suelo. Ni
un televisor o aparato de sonido; sólo dos controles remotos tirados.
Los
vecinos apenas hablan. Sólo dicen que casi no veían a los habitantes de esa
vivienda porque la habían rentado apenas unos 10 días atrás; parece que andaban
en malos pasos; saludaban bien.
La
noche del lunes 6 ahí estaban reunidos, en una fiesta, Germán Martín García
González, de 26 años, exmilitar del 97 Batallón; Víctor Hugo, de 16 años;
Fernando José, de 17; Beatriz Fernández, de 27; María Alejandra Rocha Montes,
de 18; Jorge David, de 17, y Guillermo, de 15 años.
A
las seis de la mañana del martes 7, un destacamento encabezado por Pérez y sus
escoltas cerró la calle con varios vehículos e ingresó al domicilio. Sacó a
todos.
La
esposa de Martín, que se había salido de la casa enojada por la fiesta, volvía
cuando se dio cuenta de lo que pasaba e identificó plenamente al coronel, de
acuerdo con la declaración oficial que rindió ante la Procuraduría de Justicia
estatal y que fue turnada a la delegación de la PGR.
La
voz corrió con rapidez; los familiares comenzaron a coincidir en las puertas
del 97 Batallón –donde les dijeron que ahí no conocían a ningún coronel Pérez
Reséndiz–, de la Zona Militar, de la Procuraduría local, del Servicio Forense y
del Congreso. Nadie les dio razón.
Así,
acordaron reunirse el miércoles afuera del departamento allanado. Llevaron
carteles con las fotografías de los siete, llamaron a los reporteros y colgaron
algunas mantas que ya consignaban el nombre del coronel del 97 Batallón como el
de alguien que debía saber el paradero de los desaparecidos.
El
jueves 16 fueron localizados cuatro: Germán, Beatriz, Fernando José y
Guillermo. El reporte de la Policía Ministerial del estado dice que “un aviso
por parte del sistema de emergencias 066” de Jerez, recibido cerca de las tres
de la tarde del miércoles, informó que había unos cuerpos cerca de la presa El
Tesorero, en el kilómetro 16 de la carretera Jerez-Zacatecas-Fresnillo, así
como cuatro casquillos percutidos de pistolas 9 milímetros.
El
sábado 18, alrededor de las seis y media de la tarde, personal militar de Jerez
informó que sobre el kilómetro 2 de la carretera federal Jerez-Fresnillo, en un
arroyo, estaban los otros tres: José David, Víctor Hugo y María Alejandra.
El
martes 21, cuando las autoridades confirmaban, gracias a análisis genéticos, la
identidad de los tres adultos y los cuatro adolescentes, algunos portales
informativos difundieron dos videos, en los que se veía que algunas de las
víctimas de la desaparición forzada eran o actuaban como integrantes del Cártel
del Golfo. Aparecían interrogando a supuestos miembros de Los Zetas, a quienes
después mataban y decapitaban.
Ninguna
de las instancias oficiales involucradas en la investigación había confirmado,
al cierre de esta edición, los supuestos antecedentes delictivos de las
víctimas del Ejército, aunque una fuente allegada a la Zona Militar asegura a
Proceso que el coronel Pérez allanó la casa de Calera y sustrajo a los siete
civiles “para ayudar a Los Zetas a limpiar” la región de la presencia del
Cártel del Golfo.
La
hermana mayor de David narra a este semanario que el muchacho de 17 años había
regresado a Fresnillo a finales de mayo para vivir con su mamá, después de un
tiempo de estar con ella y su esposo. Años atrás, David ayudaba a su abuelo en
el rancho que el anciano poseía y, después, cuando vivió con su hermana, le
echaba la mano a su cuñado en la construcción.
Quería
ser soldado o entrar a la Marina, recuerda su hermana. Todavía el lunes 6 la
llamó para decirle que iba a Calera porque un amigo le había ofrecido trabajo
en un rancho. “No sé quién, no conocía yo a ninguno de los que estaban con él
en esa casa. Nunca los mencionó. Lo que dicen de él no coincide, no es el que
yo conocí. Hablábamos mucho, me contaba sus cosas”.
“Tantos
días de andarlo buscando. Todavía cuando aparecieron los últimos tres cuerpos y
ya todo mundo decía que eran ellos, en la PGR me decían a mí que no era mi
hermano. Luego que sí. En la hoja de defunción aparece que le dieron un disparo
en el cráneo. Pero no me lo dijeron sino cuando tenía días de fallecido. La PGR
nos dijo que la investigación la iba a tomar otro nivel, personas más altas. Y
yo me quedo así, ¿ahora qué hago?
“Pero
por una parte le doy gracias a Dios, porque hay mucha gente que no sabe si
están vivos o están muertos. Yo ya sé dónde está, dónde llorarle.”
El
día del sepelio de David, dos enviados de la Procuraduría Militar y la Defensa
Nacional buscaron a los parientes de las siete personas asesinadas, con el
propósito de acordar una indemnización. Se entrevistaron con ellos por
separado.
La
única petición de los emisarios de la Sedena, de acuerdo con lo que confirmaron
algunos familiares, fue “ya no hacer más ruido”.
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