El
caballero Cipolla y el desvarío griego/Mario Vargas Llosa
Publicado en El
País | 12 de julio de 2015
En
el verano de 1926, Thomas Mann y su familia pasaron unas vacaciones en Forte
dei Marmi; era una época en la que el fascismo estaba en pleno apogeo y los
discursos de Mussolini retumbaban por toda Italia. Con estos recuerdos y el
interés que en aquel decenio se despertó en Europa (y en Alemania en
particular) por el hipnotismo, el espiritismo y las ciencias ocultas, el autor
de La montaña mágica escribió Mario y el mago,un relato aparecido en 1930 en el
que la crítica ha visto siempre una parábola sobre el efecto encantatorio de
líderes carismáticos como Hitler y Mussolini sobre las masas, que, seducidas
por la palabra del jefe, abdicaban de su soberanía y poder de decisión y lo
seguían, ciegas y dóciles, en sus extravíos.
El
espléndido y ceñido relato admite muchas interpretaciones y es, además de una
parábola política, una historia que pone los pelos de punta. En un pueblecito
de la costa, junto al mar Tirreno, Torre di Venere, el narrador describe un
espectáculo en el que un mago hipnotizador, el caballero Cipolla, hombre
malvado, repelente y deforme pero dotado de una fuerza psíquica irresistible,
enajena a todo su auditorio y lo obliga a humillarse y hundirse en el ridículo
más espantoso.
La
verdad es que la lectura de Mario y el mago en clave política es tan actual
como cuando los dictadorzuelos carismáticos campeaban por el mundo entero; en
nuestros días, el caballero Cipolla se encarna no sólo en caudillos fascistas y
comunistas, sino, también, en aparentemente benignos dirigentes democráticos,
que ganan limpias elecciones y son capaces, gracias a sus poderes
comunicativos, de imbecilizar a sus propios pueblos, privándolos de
razonamiento y sentido común; en otras palabras, llevándolos a la ruina. ¿No es
el caso de un Perón, un Evo Morales, un Rafael Correa, un Daniel Ortega? Ningún
ejemplo es más doloroso que el de Argentina, el país más culto de América
Latina: ¿cómo es posible que todavía la sociedad argentina siga cautiva de la
hipnosis suicida con que la sedujo hace sesenta o setenta años un coronel
inculto y fascistón y que ha llevado al país que fue el más avanzado del
continente americano y uno de los más prósperos y modernos del mundo a la
decadencia, la ruina económica y la miseria moral que representa la presidenta
Kirchner?
La
culta Europa no se queda atrás: el espíritu del caballero Cipolla está
transustanciado últimamente en el joven, apuesto y carismático primer ministro
griego, Alexis Tsipras. El líder de Syriza convenció a sus compatriotas de que
los terribles males que aquejan a su país son obra de la Unión Europea y el
Fondo Monetario Internacional, empeñados en humillar a Grecia luego de
destruirla económicamente, abrumándola de deudas y exigiéndole reformas
monstruosas que salvarían a los bancos pero empobrecerían más aún a sus desamparados
ciudadanos. También les hizo creer que, en vez de someterse a estos poderes
malignos, si Syriza ganaba las elecciones iniciaría una política económica
diametralmente opuesta a las de los Gobiernos anteriores, sirvientes de la
plutocracia internacional: repondría a los burócratas despedidos, inyectaría
fondos para dinamizar la economía y crear empleo y rompería todos los
compromisos con los organismos financieros, dejando de pagar la deuda, a menos
que los acreedores le concedieran una quita radical y admitieran que los pagos
se hicieran sólo en función del crecimiento económico. Los griegos le creyeron,
llevaron a Syriza al poder y ahora han confirmado su fe en la palabra del joven
carismático dándole un respaldo contundente en el reciente referéndum.
Esta
última consulta griega ha sido una obra maestra de confusión y delirio
hipnótico. Los electores tenían que responder una pregunta incomprensible,
sobre si aceptaban o rechazaban una propuesta que la Unión Europea hizo a
Grecia el 25 de junio, ¡pero que ya no existía! Impertérrito, Tsipras explicó a
los griegos que el no le daría fuerzas para negociar con más éxito en Bruselas,
y los griegos —el 70% de los cuales no quiere que Grecia se retire del euro ni
de Europa— le creyeron también y el 6l,8% de los electores votaron por el no.
Este resultado es pura y simplemente manicomial. La única manera de entenderlo
es recurriendo a la sinrazón y poderes ocultos del caballero Cipolla. Para toda
persona en uso de sus facultades mentales, si algo se votaba en el referéndum
era saber si el pueblo griego quería seguir en Europa, respetando los
compromisos políticos y económicos que ello implica, o romper con la Unión
Europea negándose a aceptar dichos compromisos (que era lo que había venido
haciendo el Gobierno de Alexis Tsipras en las negociaciones). Ahora bien, el
61,8% que votó por el no creía votar por una opción inexistente que sólo
aparecía en el discurso del primer ministro griego: no respetar las
obligaciones a que los países de la Unión se comprometen al formar parte de
ella y seguir en Europa, pero exigiendo que aquellos compromisos sean cambiados
radicalmente pues así lo decidió en ejercicio de su soberanía el pueblo griego.
¿Hasta
cuándo puede durar este espectáculo lastimoso en el que vemos empeorar día a
día la situación de Grecia? En los meses que lleva en el poder Syriza, la
situación se ha agravado y el país, ahora misérrimo, está al borde de un
colapso económico del que le llevaría décadas recuperarse. Al corralito seguirá
el corralón, sus bancos quebrarán, no habrá empresas que quieran invertir en un
país en el que la inestabilidad es generalizada y difícilmente asumirá Rusia (o
China) la vertiginosa deuda en la que la ineficacia y la corrupción de sus
Gobiernos han ido sumiendo a Grecia.
La
verdad es que Europa y los Gobiernos anteriores al de Syriza sabían muy bien
que Grecia no estaba en condiciones de pagar su estratosférica deuda. Dos
quitas habían ya indicado que este supuesto era aceptado por los acreedores y
la Unión Europea había dado muy generosas muestras de comprensión, en función
de los esfuerzos de los Gobiernos griegos de hacer reformas e ir cumpliendo con
los compromisos contraídos. Al igual que Irlanda, España y Portugal, Grecia
comenzaba a salir (muy despacio, es cierto, pero crecía al 3%) del pozo,
haciendo los sacrificios inevitables que debe hacer un país semiquebrado si
quiere rehacer su economía y emprender una genuina recuperación. Todo eso se
fue al tacho con el triunfo de Syriza y desde entonces Grecia (su economía
ahora decrece) ha retrocedido hasta el borde mismo del abismo. No será el mago
hipnotizador Alexis Tsipras quien encuentre el remedio para esta catástrofe en
la que la cultura que inventó la filosofía, la tragedia y la democracia ha
caído por la irresponsabilidad y desvarío de su clase política. Y no es
refugiándose en el nacionalismo reaccionario (¿por qué será que el Frente
Nacional de Marine Le Pen, el facha y eurófobo británico Nigel Farage del UKIP
y los nazis de Amanecer Dorado celebran con tanto entusiasmo el no del
referéndum griego?) que Grecia superará la crisis de la que es ella sola
responsable.
La
magia y el hipnotismo colectivos pueden encaramar al poder a cualquier demagogo
sin escrúpulos, sin duda, tanto en una dictadura como en una democracia. Pero
los problemas económicos no admiten recetas mágicas ni son sensibles a los
hipnotizadores. La receta es una sola y es la que han seguido los países a los
que la crisis puso al borde de la catástrofe como Portugal, España e Irlanda,
que están ahora superando aquella prueba y volviendo a crecer, a atraer
inversiones, a recuperar la confianza y el crédito internacionales. Y es la
que, más tarde o temprano, tendrá que resignarse a seguir el pueblo griego una
vez que descubra que detrás de los magos y pitonisas a los que se ha rendido
sólo había hambre de poder, mentiras y vacío.
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