11 ago 2015

(Manlio) ¿Había otro?/Juan Bustillos

(Manlio) ¿Había otro?/Juan Bustillos
Impacto, 9 de agosto
Tal vez hubo caras largas y algún puchero, pero el Presidente había hecho uso de su derecho, exclusivo, a designar al líder nacional de su partido, y no había nada más que decir
Pasaban las 6:00 de la tarde del martes (4 de agosto) y Manlio Fabio Beltrones se despidió, en la puerta de IMPACTO, con un abrazo fuerte, fraternal; marchaba sin incertidumbre, con paso seguro, a encontrarse con su futuro inmediato, pero con cierta prisa. Había tomado sólo un poco de agua, por recomendación médica; desdeñó el whisky, el tequila y el mezcal. Un poco antes de las 7:00, su camioneta ingresó a Los Pinos, y entre las 7:30 y las 8:00 escucharía las palabras mayores que, tratándose de priístas, sólo el Presidente Peña Nieto puede pronunciar.
Atrás había dejado la mesa poblada por hombres, como él, de probada experiencia y, sobre todo, lealtad: Carlos Romero Deschamps, Rafa Reséndiz, David López, Manuel Aguilera, Homero Cárdenas, Arturo Zamora, Miguel Romo, Andrés Chao, Alfonso Camacho, Javier Castellanos y más.
Nada denotaba en sus palabras, y en su lenguaje corporal, que tuviese alguna pista sobre su destino. Entrenado, desde sus tiempos con don Fernando Gutiérrez Barrios, a no dejarse delatar por el rostro ni las inflexiones en la voz, se despidió alegando que acudía al llamado de sus jefes, César Camacho e Ivonne Ortega; no mentía del todo, pues en minutos habría una reunión del CEN del PRI, pero, para encubrir lo que ocurría y a dónde se dirigía, dejó en prenda a sus leales escuderos, Marco Bernal y Manuel Añorve, que media hora después emprenderían la graciosa retirada.


Era otro el llamado, y Manlio, el experto conocedor de las reglas priístas, él mismo las aplicó sobre sus subalternos en momentos claves; sabía que sólo son llamados quienes van a ser; los que no serán se quedan esperando frente al teléfono.
Y, después del abrazo fraterno, enfiló rumbo a la residencia presidencial. Apenas le quedaba el tiempo justo para no llegar tarde a la cita.
Ya no había lugar a la duda: Sería Presidente del PRI. Lo pudo ser cuando Carlos Salinas le confió el destape de Ernesto Zedillo como heredero de la candidatura vacante por la ejecución de Luis Donaldo Colosio. Se lo ofrecieron el Presidente y el candidato; él se negó porque no podía regresar a Sonora como usufructuario de la sangre de su compadre, derramada en Lomas Taurinas.
Lo pudo ser, de nueva cuenta, cuando Roberto Madrazo no encontraba la manera de imponer su candidatura presidencial. Una propuesta fue la de Sergio García Ramírez (el mismo que se quedó, toda la madrugada, frente al teléfono esperando a que Miguel de la Madrid le confirmara que Alfredo del Mazo no mentía al destaparlo en lugar de Carlos Salinas), pero el ex procurador no aceptó. El encargo era demasiado para él. Entonces se abrió el espacio para Beltrones, pero Arturo Montiel consideró que Manlio le garantizaba la misma neutralidad que Enrique Peña Nieto le podría ofrecer a Madrazo; hasta en dos ocasiones, el mexiquense negó abrirle el espacio. Así fue como César Augusto Santiago rompió el récord de Pedro Lascuráin y fue presidente del PRI unos minutos, suficientes para que Mariano Palacios Alcocer fuese reelecto líder nacional violando el estatuto partidista.
Beltrones no lo cuenta, pero en plena refriega por la candidatura, Madrazo y Montiel pactaron una reunión cumbre en un lugar del Estado de México; la única condición fue la ausencia de Beatriz Paredes. Antes de la reunión, Roberto le planteó que ante la improbabilidad de un acuerdo entre los precandidatos, Manlio fuese el candidato. El sonorense se negó tajante y hasta amenazó con retirarse.
 ‘PON TUS BARBAS A REMOJAR CON FAB…’
Pero esa es otra historia; al día siguiente de la comida en IMPACTO, a las 12:40, una mano amiga me hizo llegar un mensaje cifrado, pero salpicado de humorismo: “No te calientes MAN… pon tus barbas a remojar con FAB…”. A quien sabe leer quedó clara la referencia a Manlio Fabio. Minutos después, IMPACTO adelantaba la noticia en su portal de Internet.
La tarde-noche del martes lo habían despedido los pocos, escrupulosamente, convocados al “Panchos´Bar”, como los irreverentes Bustillos de esta casa bautizaron al salón Francisco Galindo Ochoa, dominado por el gran lienzo, fruto del arte de don Toño Anaya, que muestra a aquel jalisciense, ¿de dónde más podía ser?, que acumuló en su persona todas las virtudes y los defectos del viejo priismo.
El último dinosaurio, como a sí mismo se llamaba aquel prohombre del priÍsmo, marcó, durante décadas, la vida pública con su lealtad incuestionable a los muchos amigos que tuvo en la cumbre y a los muy pocos que le quedamos cuando los priístas se hundieron en la orfandad de la que fueron rescatados por Enrique Peña Nieto en 2012.
Sólo no asistió Emilio Gamboa, que cumplía menesteres propios del momento.
No faltó el despistado que no resistió las ganas de preguntar por qué desde 2012 dejamos de celebrar los cumpleaños de IMPACTO, La Revista y por qué reiniciamos, precisamente, el martes.
La primera tiene respuesta. En realidad nunca se suspendieron; sólo que ya no había motivo para hacer los festejos en grande; los hicimos en familia.
En 2012 se atravesó Ángela Merkel al abrir las puertas al Presidente electo Peña Nieto y, por el empalme de las fechas, ya no hubo comilona; al menos eso explicó el secretario particular presidencial, Erwin Lino, aunque sospecho que la famosa Triada, cuyo poder, ya desde entonces, era insuperable, aconsejó la inconveniencia de la presencia del mandatario en nuestras instalaciones.
En realidad, aquellas celebraciones de la revista política más antigua de México fueron concebidas para enmarcar la lucha por la sucesión presidencial de 2012; era tal la demanda para estar cerca de los aspirantes priístas, Enrique Peña Nieto y Manlio Fabio Beltrones, que si hubiésemos vendido, y revendido, las entradas habríamos acumulado una pequeña fortuna. Hubo, incluso, auto-invitados, colados, pues.
¿Por qué, precisamente, el martes pasado se reanudaron con cierta prisa? Sólo hay una respuesta: La lealtad, un homenaje a esa virtud facilona porque, según don Pancho Galindo, el hombre nace con ella. Mérito tienen los desleales, me decía carcajeándose, porque sabía que mentía.
La celebración fue presidida por Rafa Reséndiz, no sé si el único, pero sí de los pocos que tuvieron la hombría de marcharse a casa después de la ejecución de Luis Donaldo Colosio.
Cuando animados por unos whiskys me mostraba el camino al hielo en la soledad de la casona de San Ángel que aún no habitaba Diana Laura, y que no terminó de pagar, “Pelo Chino” me dijo: “Rafael es mi conciencia”. Su jefe de prensa en el PRI y Oficial Mayor en Sedesol le decía lo que nadie se atrevía. Sí, su conciencia y la de muchos otros; la mía, martes a martes.
Al lado derecho de Rafa, Carlos Romero Deschamps, en cuyo nacionalismo y lealtad tiene puesta su confianza el Presidente en estos momentos difíciles para el país, Pemex, los petroleros y el gobierno; es de los pocos que intentaron evitar la entrega del poder al PAN en 2000. Con la aprobación de su gremio puso en juego el patrimonio de los petroleros, pero también su libertad y vida. Más aún, soportando presiones, amenazas y rechazando los cantos de las sirenas, gracias a su hombría selló su boca y guardó las palabras que habrían desencadenado la desaparición del partido al que ama.
A la izquierda de Rafa, el aún coordinador de los diputados priístas esperaba, con paciencia, la decisión del Presidente. “Sólo él y Aurelio (Nuño) me han tratado bien”, decía. Nada sabía sobre su destino; sólo tenía la seguridad de que aplaudiría la determinación de Peña Nieto, cual fuese, pero, eso sí, defendería su derecho a definir el qué hacer con su vida en caso de no ser seleccionado para sustituir a César Camacho en el PRI. A su edad ya se siente viejo para aprender echando a perder; quizás 20 años atrás habría aceptado presuroso cualquier posición, pero sus tiempos ya no son los de aprender echando a perder.
Ignoraba que el Presidente se disponía a inaugurar con él la nueva era sexenal en la toma de decisiones; digamos que, en realidad, volvería a lo básico, como aconsejaba Vince Lombardi a los jugadores de los Green Bay Packers cuando el equipo iba perdiendo.
Y lo básico en esta ocasión, como en todas, es jugar a ganar. Mirando a la banca, Peña Nieto encontró que sólo podía echar mano del jugador más experimentado, el que, como nadie, conoce el terreno de juego, a los jugadores contrarios, y ofrece cierta garantía de triunfo en los encuentros electorales por venir.
Y al político simple y llano se impuso el estadista, porque ese único del que podía echar mano es, precisamente, quien le compitió en 2011 por la candidatura presidencial, y el único en quien, según las voces cercanas, no podía confiar la espalda; lo menos que como líder nacional del PRI puede hacer Manlio, si le gana su proyecto personal, sugería la “opinocracia” empujada desde la oscuridad por manos interesadas, será adueñarse de la estructura del partido para su propia causa.
LAS PALABRAS MAYORES
¿Cuándo, cómo, dónde y por qué se decidió Peña Nieto por Manlio? Sólo lo sabe él.
La tarde-noche del martes (porque oscurece pasadas las 8:00) quizás se repitió paso a paso, en Los Pinos, el mismo episodio que años atrás en la Casa de Gobierno de Toluca cuando ni el leal Jorge Corona se enteró del ingreso de Eruviel Ávila a escuchar las llamadas “palabras mayores” que Luis Spota registró en sus libros sobre la política mexicana.
Al ya salir Manlio como único candidato a presidir el PRI, tal vez ocurrió como cuando Eruviel lo hizo a candidato a gobernador: Hubo caras largas y algún puchero, pero el Presidente había hecho uso de su derecho, exclusivo, a designar al líder nacional de su partido, y no había nada más que decir.
Caras largas y pucheros porque, en automático, el Presidente rompió el equilibrio de poder que él mismo creó al seleccionar a su grupo compacto y delegarle su gran poder; la intromisión de Beltrones tiene la virtud de ofrecer a los desplazados, a quienes durante tres años no pudieron penetrar las murallas de Los Pinos para acercarse al Presidente, un nuevo conducto o, por lo menos, un interlocutor con peso propio, igual y, en algunos casos, superior a los existentes. Y porque, a querer o no, dependiendo siempre de lo que Manlio haga en los procesos electorales, los aspirantes al futuro tienen un fuerte competidor.
Pero el nuevo presidente del PRI no es el único que con su arribo desquebraja los pilares que impedían ver a doña Blanca. El todavía líder nacional, César Camacho, en su nueva advocación de coordinador de los diputados priístas de la siguiente Legislatura, dejará de ser apéndice de la Oficina de la Presidencia. Su condición de mexiquense y líder legislativo en la etapa más difícil del sexenio le permite sacudirse cualquier jefatura que no sea la del Presidente.
Ni imaginar lo que puede ocurrir si Manlio y César hacen frente común.
¿Por qué Peña Nieto se ofrece en apariencia temerario en exceso a vísperas de iniciar la segunda mitad de su mandato? ¿No teme que le sea arrebatada su facultad, también exclusiva, de designar al candidato presidencial?
Durante tres años fue un amigo leal que dio oportunidad a sus amigos y paisanos; llegó el tiempo en que amigos y paisanos, si aprendieron, correspondan a su jefe, pero también que él piense en sí mismo y en su futuro. Le asiste todo el derecho del mundo.
Le llegó, fatalmente, el momento de pensar en su “verdugo”, es decir, en su sucesor. No le queda tiempo, cuando mucho seis meses para empezar a construir al que le gustaría o a quien quiera que lo suceda; las encuestas de Los Pinos y las ajenas indican que no hay priísta que caliente un jarro de agua. Hoy no tiene con quién ganar, con las implicaciones históricas, políticas y jurídicas que esto trae consigo.
La construcción de Colosio llevó unos nueve años; Zedillo fue un invento de último momento porque, en realidad, el candidato en aquella campaña fue Carlos Salinas; la de Peña Nieto también fue construida en nueve años.
Es probable que el candidato priísta del 2018 necesite, para competir con cierta garantía de éxito, a un Peña Nieto ubicado, nuevamente, en las alturas de la popularidad. No es tarea fácil la que tienen Eduardo Sánchez y Aurelio Nuño.
La realidad es que así como en la banca del PRI no había otro para echar mano de él y colocarlo en la oficina de César, sólo Manlio, los priístas no tienen a otro Peña Nieto para competir en 2018; quien sea postulado necesitará que el Presidente lo arrastre, lo empuje y le comparta su popularidad. Ninguno podrá ganar por sí solo y, a menos que la soberbia se mantenga, deben saberlo los aspirantes.
Algún lisonjero dijo el miércoles que en IMPACTO ya sabíamos que Manlio era el hombre y que por eso la comida; ignoran que el Presidente no es hombre dado a confiar sus decisiones. La comida sólo fue un encuentro de hermanos, la mayoría sobrevivientes del 94.

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