24 may 2011

El poeta llamado Bob Dylan

Un electrón libre llamado Bob Dylan
El legendario e indomable músico cumple 70 años - Conciertos, libros y filmes celebran su aportación a la música popular
DIEGO A. MANRIQUE -Madrid -
El País, 21/05/2011
Una catarata de celebraciones. Los 70 años de Bob Dylan, que se cumplen el martes 24, están generando docenas de libros, conciertos, fiestas, documentales y reportajes, en rotunda demostración de la relevancia del personaje a escala global. Con voces discrepantes, cierto. Tras un show chapucero, un crítico del The Wall Street Journal sugería que Dylan debería jubilarse, por el bien de su reputación.
El cantautor de Minnesota (1941) organiza su calendario a través de la Gira interminable, con 100 conciertos anuales. Recordemos que no está condenado a la carretera: sus ingresos millonarios como compositor garantizan una vida más que confortable a Dylan y sus abundantes herederos. Se trata de una apuesta de alto riesgo: desea revitalizar, recuperar el sentido de su cancionero y su profesión.
Ninguna figura se sometería voluntariamente a semejante ritmo de trabajo. Esa agenda de correcaminos complace a buena parte de sus incondicionales, predispuestos a levitar con su mera presencia, pero también quita relumbrón a su mito, sobre todo en EE UU. Mientras sus visitas al extranjero son tratadas como acontecimientos culturales, en su país se le puede encontrar en escenarios menos que prestigiosos: casinos de reservas indias, ferias del condado o -aunque los promotores sepan que no atraerá muchos estudiantes- recintos universitarios.
Por pobres que sean los resultados, hay grandeza romántica en esa vocación itinerante, como si pretendiera ganar la partida a Bessie Smith, Hank Williams y demás héroes personales que murieron en una carretera perdida. No obstante, hay que sumar argumentos de management para racionalizar su resurrección. Máxima víctima de los bootlegs (discos piratas con directos o descartes de estudio), en 1991 inaugura su propia Bootleg series, lanzamientos oficiales que revalorizan su trayectoria y disimulan cualquier sequía de material fresco. Periodos que pueden ser agonizantes: entre 1991 y 1996, solo editó temas folk y un desenchufado.
Y la diversificación. Ha defraudado como actor, cineasta o pintor, pero sí funciona como locutor. Su Theme time radio hour, programas conceptuales emitidos entre 2006 y 2009, le muestra como un cascarrabias con retranca... y una inmensa colección de discos. Responsable de textos anfetamínicos en los sesenta, se revela como escritor concienzudo con Crónicas (2004), primer volumen de unas memorias imposibles.
Sistemáticamente, Bob esquiva los focos y las entrevistas confesionales. Extiende una espesa neblina sobre su ideología, sus finanzas o su vida amorosa. Con asombroso éxito: en 2001, el biógrafo inglés Howard Saunes destapó que se había casado 15 años antes con Carolyn Dennis, integrante del coro que le acompañó durante su etapa góspel. Para entonces, la pareja -que tuvo una hija- ya estaba divorciada. Dado que la vocalista era afroamericana, en tiempos menos ilustrados se habría pensado que Bob ocultaba una relación simbólicamente potente.
Pero pretender aclarar las motivaciones de Dylan es tarea fútil. Pesa el factor perversidad: se deleita en salir por la tangente, en romper las previsiones. ¿Actuar ante el Papa? Si paga ¡claro! ¿Cantar en la Academia de West Point? Sí, incluyendo su brutal Masters of war. ¡También puede tocar el himno de los marines! ¿Un disco navideño? Desde luego, y aparentemente en serio. ¿Plagia? Sí, ante el deleite general.
A diferencia de otros artistas, no necesita justificarse. Dispone de una falange de fanáticos que banalizan sus logros al ensalzar cualquier disco, al reivindicar hasta el concierto más penoso, al disculpar sus deslices más sonrojantes. La consigna: "Todo lo que hace Bob es genial". Rara vez necesita Dylan salir a la palestra pero, hace una semana, difundió una declaración negando que, durante su gira asiática, se hubiera sometido a la censura china.
Suena sospechoso, pero todo el asunto es grotesco: desde que Björk invocó la causa tibetana ante el público de Pekín, los burócratas inspeccionan los repertorios de las estrellas visitantes y vetan incluso temas eróticos a los Rolling Stones. Pura superstición pensar que, en 2011, aquellos himnos de los sesenta, ignorados en la China de la Revolución Cultural, pudieran crear conmoción social en versiones tan irreconocibles como ininteligibles.
El comunicado, sin embargo, termina con un párrafo que recuerda la vigencia del humor dylaniano: "Hay una millonada de libros sobre mí, ya publicados o a punto de salir. Animo desde aquí a cualquiera que haya hablado conmigo, que me haya oído o que me haya visto, a apuntarse y garabatear su libro. Quién sabe, podías tener dentro un gran libro".
Obra intimidante
Aun ignorando su oceánica discografía ilegal, el legado de Dylan resulta intimidante.
- En los sesenta dinamitó el lenguaje, la temática, la duración de lo que se podía cantar. Sus primeros elepés requieren familiaridad con el folk; destaca The freewheelin' (1963). Al incorporar electricidad en 1965, atrapa el zeitgeist con Bringing it all back home, Highway 61 revisited y, al año siguiente, Blonde on blonde. Siguen soberbios discos rurales: John Wesley Harding (1967) y Nashville skyline (1969). El rechazo a convertirse en cabecilla contracultural es visceral, pero también le aterran los sucesivos magnicidios, de los Kennedy a los líderes negros.
- Incluyendo Self portrait, todo lo editado en los setenta contiene algunas joyas cegadoras.
Blood on the tracks (1975) es el modelo por el cual se miden los discos de divorcio y ruptura. Slow train coming (1979) refleja su adscripción al cristianismo milenarista.
Agotado el impulso religioso, va rebotando entre productores: Mark Knopfler, Arthur Baker, Don Was, Daniel Lanois. Con este firma Oh mercy (1989) y el decisivo Time out of mind (1997), que anticipa la enfermedad que casi "le reúne con Elvis". La revalorización de Dylan parte de ahí, aunque ahora prefiere autoproducirse, bajo el seudónimo de Jack Frost.

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