13 jun 2011

Perú: un plebiscito al revés

Perú: un plebiscito al revés
Humala
Una de las primeras actividades del presidente electo de Perú fue viajar a Brasil, para reunirse con la presidenta Dilma Rousseff.
Foto: APS,AP
No se votó a favor de un proyecto o un candidato, sino en contra del regreso del fujimorismo

Carlos Paredes

Enfoquem, Reforma 12 junio 2011.- La primera vuelta electoral peruana, preñada por un ficticio sistema de partidos políticos, muchos candidatos y escasos programas de gobierno, no pudo dar a luz otra cosa que un ballotage decepcionante. Keiko Fujimori y Ollanta Humala representaban eso: la inexperiencia, el populismo y un pasado cuestionable e investigable. Fujimori se la pasó toda la campaña repitiendo que ella no era su padre, pero era obvio que representaba al "fujimorismo". Esa manera de hacer política sin escrúpulos, que se vale de las instituciones democráticas para terminar con la democracia, y que en nombre del pragmatismo no tiene empacho de mancharse las manos con sangre y corrupción. De hecho, el indulto a Alberto Fujimori –sentenciado a 25 años de prisión por asesinatos, violación de derechos humanos y robo millonario al erario público– era la prioridad en su agenda política. Es más, Keiko reivindicaba el régimen de su padre, donde ella fue ocho años la primera dama, calificándolo como "el mejor gobierno de la historia". Quizá por eso no pocos peruanos, entre ellos el Premio Nobel Mario Vargas Llosa, sostenían que votar por Keiko era elegir a su padre, quien iba a ser el verdadero gobernante. Un reo indultado y erigido como Presidente a la sombra por voto popular.

Por su parte, Ollanta Humala es un ex comandante del Ejército al que se le acusa de organizar dos levantamientos militares y de violaciones a los derechos humanos y vínculos con el narcotráfico, cuando fue jefe de una base contrasubversiva, en la década del noventa. Dejó la milicia y terminó convertido en un díscolo y populista político de izquierda que se postuló a la Presidencia por primera vez en 2006. En esa ocasión ganó en la primera ronda pero no pudo llegar a Palacio de Gobierno porque se lo impidió el miedo de los peruanos. Preferimos al mal conocido de Alan García que al chavista de Humala.

Aunque esta vez moderó su discurso de izquierda e hizo todo lo posible para correrse al centro, su plan de gobierno original seguía produciendo miedo entre el empresariado y la clase media. Humala encarnaba el cambio radical al sistema económico, algo que en el Perú supuestamente boyante suena a blasfemia, pero que para un tercio de los votantes, gente pobre de la sierra y selva, es una necesidad. Sin poderse arrancar el estigma del chavismo, a pesar de su eficiente mercadotecnia electoral, Humala seguía representando el regreso a las noches estatistas de amargo recuerdo en Perú. No se sabe si por voluntad propia, por consejo de sus asesores o presión de los que decidieron apoyarlo abiertamente en la segunda vuelta, como Vargas Llosa y el ex presidente Toledo, cambió hasta en cuatro oportunidades su plan económico, eliminando en cada versión cualquier resquicio de estatismo.

La segunda vuelta electoral volvió a ser un plebiscito al revés. No votamos a favor de un candidato, sino en contra del que no queríamos. Todo esto como epílogo de una campaña polarizada que dejó frases para la historia. Desde la lapidaria expresión, sacada de una sala de desahuciados, que equiparaba la elección a optar entre el sida y el cáncer terminal, hasta frases metafísicas que hablaban de un dilema entre el miedo y la moral. Steven Levitsky, un profesor de Harvard que pasa una temporada en Perú, resumió su perspectiva con una frase que se convirtió en eslogan del candidato nacionalista: "sobre Ollanta Humala hay dudas; sobre Keiko Fujimori hay pruebas". Los fujimoristas respondieron diciendo que elegir a Humala era dar un salto al vacío, era echar por la borda todos los años de crecimiento económico. Una joven e impetuosa presentadora de televisión respondió a esto diciendo que ella prefería el salto al vacío que un clavado directo al desagüe. La mayoría de los grandes medios de comunicación apoyó abierta y, en algunos casos, groseramente a Fujimori. Censuraron ruedas de prensa de Humala, contrataron a un showman y a unos cuantos periodistas venales para hacerle una campaña de demolición moral y, cuando fue necesario, despidieron a sus periodistas. No se dieron cuenta de que, a esa altura del partido, Humala había superado el umbral del desprestigio.

Las ráfagas de los sicarios mediáticos al parecer no le hacían daño, todo lo contrario, lo ponían como víctima. Pocas horas antes de la elección, Humala logró convencer a un pequeño grupo de indecisos, más que por sus aciertos, por los reiterados errores y vulnerabilidades del fujimorismo. A los 48 años de edad, es el flamante Presidente. Aunque la mitad de peruanos no lo quiso como candidato, como Presidente todos lo quisiéramos cerca de Lula y lo más alejado posible de Hugo Chávez.

El autor es periodista peruano y maestro en la Universidad Iberoamericana.

josecarlos@dosmediapro.com

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