Cuando
la modernización se topó con la bestialidad en México/
- John Bailey y Juan Carlos Garzón coordinan el proyecto “Crimen Organizado y Economías Criminales en América Latina y el Caribe” en la Universidad de Georgetown. Twitter @JCGarzonVergara
- Las tragedias de Tlatalya e Iguala exigen el liderazgo del presidente Peña Nieto
Publicado en El País, 31 de octubre de 2014
Hace
solo un par de semanas, la escena política mexicana era ocupada por las grandes
reformas y el anuncio de importantes proyectos de infraestructura por parte del
presidente Enrique Peña Nieto (EPN). El silencio sobre la violencia y el narcotráfico,
como estrategia comunicacional, parecía arrojar resultados. Funcionarios del
gobierno habían aprendido el libreto de que la guerra contra las drogas y los
más de 60.000 muertes eran parte del pasado. Se hablaba del narco solo para
mostrar importantes capturas, mientras que la trágica penetración del crimen
organizado en los territorios seguía su curso silenciosamente.
Pero
dos hechos le estallaron de frente al gobierno y al país. Primero fue Tlatlaya
(Estado de México), donde 22 personas murieron en un enfrentamiento con el
Ejército mexicano. Las investigaciones posteriores revelaron que la escena del
crimen había sido alterada y que casi todos los muertos habían sido ejecutados
por la fuerzas militares. Luego fue Iguala (Guerrero), donde una macabra
alianza entre la autoridad local, la policía municipal y grupos criminales fue
la responsable del homicidio de seis personas y la desaparición de 43
estudiantes de magisterio que se disponían a protestar contra el Alcalde de
esta localidad.
La
bestialidad puso al gobierno de EPN en una difícil situación, con una compleja
crisis de corrupción, impunidad, violencia y barbarie. Desde entonces la
incertidumbre ha sido la regla. La pregunta que surge es si la impunidad y las
evasivas serán otra vez las respuestas del Estado, o si habrá algo nuevo que
permita superar una situación que ha horrorizado a los mexicanos.
La
respuesta inicial del gobierno a lo ocurrido de Tlatlaya despertó los fantasmas
del pasado. En un principio la administración de EPN trató de ignorar y
encubrir el incidente; para algunos, el PRI volvía a los simulacros. Sin
embargo, luego de que una revista publicó lo ocurrido, el Ejército investigó y
detuvo a un oficial y siete soldados. Este avance contra la impunidad trajo un
poco de calma. Algo nuevo sucedió: tres de los detenidos serán juzgados por
homicidio en un tribunal civil como resultado de una sentencia del Tribunal
Supremo.
México
ha entrado en una fase avanzada de penetración y cooptación de los gobiernos
estatales y locales por parte del crimen organizado
Iguala
en cambio ha sido una historia de terror que se desarrolla en cámara lenta. La
búsqueda de los estudiantes desaparecidos reveló varias fosas clandestinas y
decenas de cadáveres, pero las autoridades federales y estales no se han puesto
de acuerdo sobre la identificación de los cuerpos. Aparentemente hubo un mal
manejo de la exhumación y de la evidencia; una torpeza intolerable en medio de
la tragedia.
Luego
de retrasar por cuatro días la respuesta al caso de Iguala, el presidente Peña
Nieto apareció trasladando la responsabilidad al gobierno del estado de
Guerrero. En medio de movilizaciones ciudadanas y la indignación nacional su
respuesta pareció insuficiente. El presidente EPN entonces prometió que iría
“tope donde tope” para llegar a los responsables de esta barbarie. Si bien
pocos dudan que el mandatario tiene la mejor intención de continuar con la
investigación hasta las últimas consecuencias, la pregunta es si puede hacerlo.
EPN
no la tiene fácil. Primero, porque necesitaría de un pacto político para
avanzar contra la delincuencia organizada de manera firme y contundente.
Segundo, por que se necesitaría un sistema de procuración de justicia con
suficiente capacidad para investigar a los grupos criminales y su relación con
los gobiernos locales. Para decirlo claramente, las buenas intenciones del
presidente no corresponden a lo que realmente puede hacer.
Por
el momento no parecen estar dadas las condiciones para un pacto político que
involucre a los principales partidos y que le permita al PRI investigar a los
gobiernos estatales y locales, de manera independiente. Bajo estas condiciones,
la salida del gobernador Ángel Aguirre, antes que aliviar la tensión en
Guerrero, podría aumentar las presiones al gobierno federal. Los procesos de
cambio y transformación de las fuerzas policiales, los servicios de
inteligencia y el sistema de justicia están a medio camino – esto siendo
optimistas…
El
crimen organizado es como un árbol, ya que usualmente vemos la parte más visible
en la superficie, pero tiene ondas raíces bajo tierra. Esas raíces son los
vínculos políticos, económicos y sociales que genera el crimen para procurar
impunidad y protección para sus actividades y sus miembros. No es un secreto
que México ha entrado en una fase avanzada de penetración y cooptación de los
gobiernos estatales y locales por parte del crimen organizado, de la cual no le
será fácil salir.
Las
reformas en el campo de la seguridad y la justicia suelen emerger de
situaciones de crisis. Las tragedias de Tlatalya e Iguala exigen el liderazgo
del presidente Peña Nieto, para promover una política de Estado que acelere los
cambios necesarios. El crimen, la falta de gobernabilidad a nivel local y la
impunidad pueden echar al traste el proyecto de modernización económica. No hay
duda que la modernización de México, esa que EPN ha prometido, hoy pasa por
poner fin al horror, la violencia y la impunidad.
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