Aristegui
y el huevo de la serpiente/Raymundo Riva Palacio
Columna Estrictamente
Personal
El Financiero, 16 de marzo de 2015
Todo
comenzó el miércoles como empiezan las guerras, por un asunto menor que explota
por la acumulación de tensiones. MVS publicó un desplegado en los periódicos
para deslindarse de la nueva plataforma de periodismo de investigación
MexicoLeaks, porque su nombre aparecía entre los fundadores. “El uso de nuestra
marca, sin autorización expresa de sus propietarios, constituye no sólo un agravio
y una ofensa, sino un engaño a la sociedad, pues implica un muy lamentable
abuso de confianza”, decía el desplegado incendiario y provocador. Su
conductora estelar, Carmen Aristegui, mordió la trampa.
El
origen del conflicto era una de esas faltas de comunicación que se da todos los
días entre patrones y periodistas. Dos miembros de su equipo sumaron a MVS a la
alianza de medios alternativos que lanzaron el martes MexicoLeaks, sin pedir
autorización. Nada grave. Lo que hicieron los reporteros Daniel Lizárraga e
Irving Huerta es lo que hacen decenas de veces los periodistas, que ante las
restricciones presupuestales y la estrechez de miras para generar contenidos,
buscan alianzas de trabajo sin costo para lograr información de calidad.
MexicoLeaks
retoma con tecnología lo que antes se hacía artesanalmente. En los 80 el
semanario satírico Le Canard enchaîné tenía en la puerta de sus oficinas en
París un buzón donde se dejaban pistas para investigación en forma anónima que
sus editores procesaban y corroboraban. Durante años han llegado documentos
anónimos a las redacciones, y por correo electrónico pistas, rumores y
calumnias. En esa línea MexicoLeaks, cuyo nombre toman sus fundadores quizá por
la inspiración en Julian Assange y Edward Snowden que la generación anterior
tuvo en Bob Woodward, Carl Bernestein y Watergate, creó una plataforma
tecnológica para ser lo que el periodismo debe ser: contrapeso de los
poderosos, guardianes contra sus abusos.
Si
bien hubo un error editorial al no consultar con MVS la utilización de su
nombre y la empresa reaccionó con armas nucleares, Aristegui respondió en igual
forma. Cuestionó el origen del desplegado, sus motivaciones, su interés
extraempresarial y motivación política, y emplazó a los dueños a darle una
explicación. Los dueños no tienen que dar explicaciones a sus empleados, aunque
se llamen Carmen Aristegui, pero ninguno de los dos estaba en la lógica del
entendimiento. Hay que entender el subtexto.
Joaquín
Vargas, jefe de la empresa, está vinculado al senador Emilio Gamboa, con fuerte
ascendencia en Los Pinos, quien impulsó a Eduardo Sánchez, exabogado de MVS y
hoy es director de Comunicación Social de la Presidencia. Su consejero Felipe
Chao es hermano de Andrés, subsecretario de Gobernación para Normatividad –publicidad
entre ello- y exsubalterno de Sánchez. Se puede alegar que el enfrentamiento de
Aristegui no era con Vargas, sino contra quienes cree, por lo que dijo, lo
mueven como títere.
La
astuta Aristegui no la vio venir. MVS se le fue con toda la fuerza y en lugar
de usar esa energía para esquivarlos, como en el jiu-jitso, se confrontó. Una
disculpa por la falta de comunicación y 30 segundos de amarrarse el hígado por
lo agresivo del desplegado, y el asunto habría quedado resuelto sin abrir sus
flancos. Pero su sangre está muy caliente. Como otros periodistas en este
sexenio, ha sido sometida a espionaje político con amenazas implícitas a su
seguridad, y desde que difundió la investigación originada y realizada por
Rafael Cabrera sobre la 'casa blanca', dejaron de autorizarle entrevistas en
Los Pinos con un gabinete que, previamente, desfilaba gustoso ante sus
micrófonos.
La
revelación de la 'casa blanca' fue el punto de quiebre de ella con el gobierno
y de la empresa con ella, aunque objetivamente hablando, es uno de los golpes
periodísticos más importantes en la vida de esta incipiente democracia, al
exhibir los usos y costumbres del viejo sistema político y provocar, al dejar
al descubierto un conflicto de interés que involucra al presidente de la República,
la construcción de un sistema más abierto donde la transparencia rija la
conducta pública de los agentes de poder. Paradójicamente este reportaje, cuya
reacción es el huevo de la serpiente, comenzó cuando la primera dama abrió su
casa a la revista ¡Hola! en 2013. La familia Vargas, en cambio, achaca a ese
trabajo que el Instituto Federal de Telecomunicaciones le negara en noviembre
el permiso para difundir televisión abierta por el canal 52.
“Joaquín
Vargas ya no la aguanta”, confió un cercano a él. Su relación con Aristegui,
ciertamente, ha sido difícil en sus seis años de matrimonio. En 2011 la
despidió por “transgredir” el código de ética de la empresa al difundir el
supuesto alcoholismo del presidente Felipe Calderón. En realidad, lo que hizo fue
entrevistar al lópezobradorista Gerardo Fernández Noroña, que fue quien lo
aireó. Vargas reculó y recontrató a Aristegui sin explicar en dónde se torció
el código de ética de MVS.
Al
año siguiente, luego que el gobierno federal le quitó la banda de 2.5 Ghz, se
peleó con el gobierno federal y dijo que despidió a Aristegui por presiones del
gobierno de Calderón. Tampoco aclaró por qué la recontrató, pero ahí quedó esa
dialéctica empresarial de aplacarla cuando conviene a sus intereses, y darle
oxígeno cuando sus intereses están en riesgo. La familia Vargas, como los
barones de la prensa, no son consistentes ni congruentes. No defienden la
libertad de prensa, sino la libertad de empresa.
Aristegui
recurre a métodos a veces cuestionables, y no reconoce sus errores. Sin
embargo, es congruente y consistente. Se enfrentó a Vargas desafiándolo a que
rectificara, bajo el supuesto de que hablaba entre iguales, o sea, entre
propietarios. Vargas le dobló la apuesta al despedir a sus colaboradores y la
orilló, por su postura al aire, a una solución terminal. La tienen en el
terreno empresarial que oculta toda motivación política, si es que hay. Pero no
la despidieron la semana pasada y decidieron pagar el costo al anunciar el
domingo por la noche que al no aceptar el ultimátum que le había dado de su
permanencia en la radio a cambio de que reculara, rescindían su contrato,
tomándole la palabra.
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