La mutación de
Aristegui o el cerebro detrás de la Casa Blanca/
Wilbert Torre, cuaderno
invitado
Marzo
16, 2015, Cuadernos Doble Raya
Hace
unos años, en una de esas discusiones al final de una fiesta donde directivos y
colaboradores de la revista Proceso lanzaban sentencias como si se tratara de
cuchillos, Julio Scherer miró a los ojos a la célebre conductora de radio
sentada en medio de todos y le dijo:
–Carmen,
perdóneme, pero usted no es periodista.
Aristegui,
recuerdan algunos de los presentes, se ofendió muchísimo.
Al
sembrar la pregunta aquel día en su programa, Aristegui tuvo el cuidado de
advertir que no era posible corroborar si Calderón tenía problemas de
alcoholismo. Pero se trataba de un tema delicado –dijo– y era necesario saber
si era cierto.
Unos
días más tarde, el escándalo de su despido y los señalamientos de que detrás se
encontraba la Presidencia, provocaron algo inaudito: que Aristegui fuera
reinstalada.
Cuatro
años después, sentados en una sala de MVS en una entrevista para la revista
Gatopardo, le dije a Aristegui que a mi parecer existía una diferencia abismal en
su forma de hacer periodismo, entre un golpe sin pruebas como la denuncia del
alcoholismo de Calderón y la investigación impecable, rigurosa, atestada de
elementos que la llevó a destapar el escándalo de la Casa Blanca de 7 millones
de dólares propiedad de la familia del presidente Peña. ¿Qué has debido ajustar
y corregir en tu trabajo? ¿Has sido injusta o inexacta? Le pregunté.
—No
diría que me equivoqué en un asunto específico. No pretendo vanagloriarme de no
tener equivocaciones. Si dije un dato por otro, no tengo problema en corregir.
Sobre lo sucedido con el ex presidente Calderón y una investigación cabal como
la de La Casa Blanca, yo diría que ambos tienen su peso y significado y de
ninguno me arrepiento. En ambos me sostengo en lo dicho y en lo hecho.
—¿Por
qué te pareció pertinente llevar la denuncia del alcoholismo de Calderón a la
mesa?
—Se
había presentado un suceso noticioso en la Cámara. Pero hubo un
sobredimensionamiento por un berrinche presidencial. De no haber sido
sobredimensionado por un presidente que se sintió ofendido por una pregunta,
hubiera quedado como un comentario editorial entre tantos otros que se hacen en
la radio y la televisión. El caso de Calderón tomó una dimensión extraordinaria
por tratarse de una reacción desmedida del poder presidencial frente a una
interrogante que no fue afirmación, de una periodista que consideró y sigue
considerando pertinente preguntar.
—¿Fue
un abuso de poder?
—Me
parece que sí. Desde luego un abuso de poder, una acción absolutamente indebida
de Calderón que generó una reacción muy importante en el auditorio porque creó
un estado de cosas que permitió lo imposible de imaginar, mi regreso a la radio
después de haber salido como salí. Ese hecho insólito fue posible entre otras
cosas por la propia valoración de MVS de cómo habían sucedido las cosas, de un
hecho específico con una dimensión pequeña, para mí, un comentario editorial
sobre un hecho noticioso que se sobredimensionó y convirtió aquello en un gran
conflicto entre la Presidencia y un grupo empresarial. Se me pedía una disculpa
que no estaba dispuesta a dar porque no debía disculparme por algo que sigo
considerando pertinente, que es preguntarle al poder lo que sea. Puede ser
antipático, pero si un periodista no puede preguntar algo derivado de un suceso
donde participaron legisladores, donde la situación provocó que se suspendiera la
actividad del Congreso, pues entonces estamos en serios problemas. Se convirtió
en un caso donde el poder político disgustado con la periodista exigió algo
inadmisible que era que se arrodillara para satisfacer el enojo presidencial.
Aristegui
no contó en esa entrevista que en años recientes emprendió una serie de ajustes
y correctivos que le permitieron mejorar en mucho su tarea periodística.
De
ser una entrevistadora nata y una periodista crítica que destapaba escándalos y
se atrevía a preguntar lo que la mayoría de periodistas no preguntaban, aunque
con frecuencia lo hiciera sin elementos, Aristegui se encontró en un tiempo
relativamente breve presentando periodismo de investigación. Su programa por
fin adquirió rigor y contenido.
La
clave de esa mutación tiene un nombre: Daniel Lizárraga, un reportero veterano
y reservado, de talante sereno.
Muchos
años fuimos vecinos de escritorio en el periódico Reforma. Lo veía llegar muy
serio, saludar con esa sonrisa tímida que se asoma en medio de sus anteojos y
sentarse a la computadora para escribir un texto. Escribía dos líneas y las
borraba. Escribía el primer párrafo y lo borraba. Escribía la mitad de su nota
y la borraba. Así podía pasar el tiempo hasta que caía la noche y Roberto
Zamarripa, subdirector del diario, nuestro jefe, bajaba a su lugar para
apresurarlo.
Esa
aparente inseguridad y su asistencia a talleres con prestigiados periodistas de
investigación detonó en Lizárraga quizá la mayor de sus virtudes: el rigor.
Releer diez veces un documento. Desconfiar de sí mismo. Saber dónde y cómo
encontrar información. Verificar, verificar y verificar, un ejercicio casi
inexistente en el periodismo mexicano.
***
Un
día de mayo de 2013 cuando hacía las compras en la Comercial Mexicana de San
Jerónimo, Rafael Cabrera, un reportero de 30 años, vio en la revista Hola un
reportaje sobre la imponente casa de la familia Peña. La leyó y pensó: “aquí
puede haber algo”.
Un
año después Cabrera entró al equipo de investigaciones de MVS liderado por
Lizárraga. Unos días más tarde ambos presentaron a Aristegui el proyecto de
investigación de la casa de Las Lomas. “Carmen peló los ojos –recuerda Cabrera–
y dijo: esto es una bomba atómica”.
Cabrera
y otro joven reportero, Irving Huerta, emprendieron una investigación de 8 meses.
El cerebro detrás fue Lizárraga, que iluminó y guió sus pasos pidiéndoles
indagar y confirmar; solicitó información al gobierno, interpuso amparos para
liberar documentos negados y como un capitán se echó el equipo y el asunto a
los hombros.
A
lo largo del proceso el equipo presentaba reportes a Aristegui, que insistía en
la importancia de verificar dos veces todo y no dejar una sola rendija suelta
por donde se pudiera desacreditar la investigación. Al final, cuando estuvo
todo listo, Carmen se sentó ante la computadora y escribió los tres primeros
párrafos de la historia que a propuesta de Lizárraga fue bautizada como La Casa
Blanca del presidente Enrique Peña Nieto.
***
Creo
que el ciclo de Aristegui en MVS –terminé de escribir este texto al anochecer
del domingo– ha llegado a su fin y me parece que debe aceptarlo. No creo en la
opción de mantener un espacio libre solo porque sí, en un sitio que la ha
censurado y volverá a hacerlo, presionado y acorralado en buena medida por el
gobierno. Y menos aún comparto esa posibilidad si Lizárraga y parte del equipo
que daba contenido al programa, están fuera.
El
argumento de Los Vargas de que Aristegui cometió abuso de confianza utilizando
la marca MVS para suscribir la plataforma Mexicoleaks es legal, pero tramposo:
Los Vargas saben que una condición irrenunciable de Aristegui es y ha sido
siempre, ahí y en todos los espacios que ha ocupado, la independencia editorial
para decidir qué asuntos investigar y presentar a la audiencia, cómo hacerlo y
tomar otras decisiones. Así lo ha definido siempre y así se lo han aceptado.
Esta
circunstancia abre una oportunidad para el periodismo y para los periodistas.
Para que haya menos periodismo de denuncia y más periodismo de investigación.
–Carmen,
perdóneme, pero usted no es periodista.
Dijo
Scherer hace unos años y ahora es oportuno reflexionar sobre el polémico juicio
formulado por el más polémico de los periodistas mexicanos.
¿Carmen
Aristegui es periodista?
Se
puede decir que Aristegui es más periodista que muchos que se dicen periodistas
porque se codean con el poder, obtienen información privilegiada, reciben un
trato privilegiado y hacen del periodismo un negocio. O se puede decir que no
es periodista porque no hace periodismo en la concepción que se tiene del
periodismo más clásico.
Creo
que Scherer estaba en lo cierto –así la veía desde su propia definición de
periodismo– pero estaba equivocado.
Aristegui
no es quizá una periodista de cuerpo completo, una de esas que recorren un país
y otro entrevistando personajes, reportando guerras, investigando y obteniendo
documentos, escribiendo crónicas en sitios peligrosos, entrando y saliendo de
las entrañas del poder para contarlo. Pero representa, en contraste, una
concepción moderna del periodismo: lejos del poder y cerca de la sociedad.
¿Qué
representa este episodio para el país y el periodismo?
El
descubrimiento de que hoy más que nunca el periodismo debe ser un experimento
donde se funden y complementen distintas características y habilidades, ante el
acoso del poder para acallar el periodismo independiente.
¿Podría
haber existido el gran reportaje de la Casa Blanca sin el trabajo de periodismo
de investigación riguroso y de largo aliento de Lizárraga, Huerta y Cabrera?
No.
¿Podría
haberse conocido el gran reportaje de la Casa Blanca sin la decisión de
Aristegui de utilizar su espacio para detonar estos asuntos?
No.
¿Son
más periodistas unos que otros?
No.
Son
complementarios.
“El
tema de la censura está ahí y el de la autocensura más”, me dijo Aristegui en
la entrevista para Gatopardo. “Pese a la reforma en telecomunicaciones tenemos
un sistema duopólico que no favorece el ejercicio libre del periodismo y las
ideas. Ya veremos si la digitalización le da a México un modelo distinto”.
En
estos momentos de definiciones para el periodismo me hago una pregunta capital:
¿Por
qué Aristegui no se prepara para abrir cuando las condiciones se lo permitan su
propio espacio radial, en vez de caer en un conflicto tras otro con empresarios
que solo ven por sus intereses y no por el interés del país?
Es
muy posible que en el momento de la lectura de este texto haya sucedido que
Aristegui esté fuera una vez más de la radio o –altamente improbable– que MVS
reinstale a Lizárraga y Huerta y retire el documento que impone condiciones a
su trabajo, una carta abierta para censurarla.
Lo
que suceda o haya sucedido con Aristegui representará algo clave: la voluntad
del gobierno de Enrique Peña Nieto a aceptar o no el periodismo crítico e
independiente y sus consecuencias.
Aristegui
es con seguridad la más visible, pero no es la primera ni será la última
periodista censurada en este país. Los medios están repletos de periodistas afines
al poder y las calles llenas de periodistas cuya crítica e independencia les
niegan espacios en la mayoría de medios
Periodistas
como Daniel Lizárraga, director de orquesta en la investigación de la Casa
Blanca, que todos los días, desde donde se encuentren, darán la batalla por
cambiar y hacer de México un mejor país.
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