Revista Proceso # 2024, 15 de agosto de 2015..
Una
cierta dificultad con la verdad/SABINA BERMAN
Considérese
el nombramiento del nuevo presidente del PRI. El presidente del país nombra con
su dedo índice al diputado Manlio Fabio Beltrones para el puesto. Beltrones le
otorga a cambio la cortesía de declarar clausurada la sana distancia entre el
primer mandatario y su partido político.
A
continuación el ya presidente nombrado del PRI pide licencia para emprender su
campaña por la presidencia del partido. Pronto lo veremos luchar con fervor en
100 ceremonias por conseguir una presidencia que ya le está concedida.
Incluso
es posible que en un afán de realismo se le invente un adversario. O
adversaria, para que alegre con sus trajes sastre de color pastel la contienda.
Y luego por fin habrá votaciones, secretas además, y un recuento escrupuloso de
votos y el anuncio del ganador ya por todos conocido: don Manlio Fabio
Beltrones, quien sonreirá entre sorprendido y conmovido ante las cámaras de la
prensa.
¿No
hubiera sido más fácil que el presidente del país saliera a decir: Este es el
nuevo presidente de mi partido porque yo lo digo, y si no les gusta coman
habas? El ahorro en simulaciones y mentiras y confeti y gastos de campaña y
elecciones sería agradecible. El aumento en la confianza en las palabras del
presidente del país hubiera subido una raya.
Pero
no pidamos peras al olmo ni al PRI que no sea el PRI. El PRI no puede evitar
ser eso en lo que su historia lo convirtió. Un autoritarismo que se envuelve en
ropajes de democracia y por derivación envuelve la verdad en sustitutos, a más
barrocos más estimados.
¿En
serio es necesaria la farsa? Hace un par de años en una entrevista se lo
pregunté a Manuel Camacho Solís. ¿Por qué el PRI no dice, al estilo del Partido
Comunista Chino: descreemos de la democracia, nos parece desordenada, nos gusta
tener un mandón de turno, ese es nuestro método de gobierno? Y Camacho Solís,
con algunos parpadeos de perplejidad previos, me confesó que no sabía si era
necesaria la farsa. Que a su parecer su razón hacía décadas se había
extraviado, pero la más plausible era la que sigue. “Supongo” empezó, “que cada
régimen o partido quiere describirse a sí mismo de una forma legítima, y la democracia
es más legítima que la dictadura”.
Y
si esa razón es pobre, y sin embargo la más plausible, las consecuencias de un
juego tan rebuscado no son inocuas. La principal es que el sistema político que
el PRI creó a lo largo de 70 años a su imagen y semejanza, y el PAN no
modificó, carece de agencias para capturar y nombrar la verdad. Es decir,
carece de una policía científica y reprime al periodismo de investigación que
pudiera desde fuera del gobierno capturar la verdad.
No
es que en México se oculte la verdad, es que en México, y salvo heroicas
excepciones, a la verdad ni se le busca ni se le encuentra, y la simulación y
la mentira con que se le suple forma una nebulosa que a la vez oculta y
perpetúa la única opción que parece poder ordenar un sistema sin información
segura. El autoritarismo.
Considere
ahora el lector, la lectora, cómo en los asesinatos de la colonia Narvarte se
reproduce la misma dificultad con la verdad, ahora con efectos trágicos.
Recién
descubiertos los cuerpos asesinados, la policía del DF inventó una “verdad” que
difundió a golpes de autoritarismo. Los asesinos, que habían entrado al
departamento sin violar cerradura alguna, habían departido con las víctimas
durante toda una noche y hasta las tres de la tarde del día siguiente.
¿Para
qué demonios difundió la policía ese invento?
El
para qué es obvio. La imagen de la fiesta con alcohol y sexo que se plantó en
la conciencia colectiva, colocó la responsabilidad de los hechos criminales en
las víctimas. Fueron ellas las que abrieron la puerta de su departamento a los
asesinos, fueron ellas las que los entretuvieron y se embriagaron con ellos,
fueron ellas, en suma, las que, por incautas, bebedoras y sexuales, resultaron
copartícipes de su propia muerte.
Atribuida
la culpa a las víctimas, la policía capitalina pudo entonces haberse ahorrado
cualquier investigación, y hubiese cerrado el caso, a no ser que en esta
ocasión excepcional dos de los asesinados dejaron tras de sí evidencias y
testigos de que habían sido amenazados semanas antes por los esbirros del
gobernador de Veracruz. En un video escalofriante Nadia Vera dice, desde el
pasado capturado por la cámara: “Declaro responsable de lo que pueda sucedernos
al gobernador de Veracruz y su gabinete”.
Decía
Octavio Paz que la mentira nos condena a la soledad. Al laberinto personal de
la soledad de cada ser humano, separada de las otras soledades por lo falso.
Decía también Octavio Paz que la verdad en cambio nos conecta a los otros y
derrumba las paredes de los laberintos. Y decía por fin que el autoritarismo en
México tiene como aliada a la mendacidad. El autoritarismo sólo puede imponerse
sobre el nosotros destazado en soledades.
Lo
que Octavio Paz dejó sin decir y nosotros, habitantes de este siglo, podemos
afirmar, es que la mentira y el autoritarismo no son parte de nuestra esencia
nacional. Son más bien el resultado de una ausencia histórica: la creación y
protección de instituciones para capturar la verdad. Y lo podemos afirmar hoy
porque en nuestro tiempo, a diferencia de aquel que habitó Octavio Paz, el
clamor por la fundación de esas instituciones, y la protección de las contadas
que existen, es lo que está uniendo a gran parte de la sociedad.
Nadia
Vera y Rubén Espinosa eran parte de ese esfuerzo colectivo. Ella activista del
YoSoy132 de Xalapa; él, fotoperiodista de Cuartoscuro y Proceso.
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