Francisco,
un papa humilde que quiere cambiar el mundo/ Jim Yardley
The
New York Times | 18/09/15
A
Humble Pope, Challenging the World/By JIM YARDLEYSEPT. 18, 2015
En
español.
Unos
días después de la elección del Papa Francisco, en la oficina de prensa del
Vaticano se sorprendieron al enterarse de que el nuevo pontífice estaba
oficiando, de manera inesperada, una misa matutina. Otros papas también habían
oficiado misas matutinas, pero como pronto descubriría el mundo (y la oficina
de prensa del Vaticano), a Francisco le gusta hacer las cosas a su manera.
Esta
misa se celebraba en la pequeña capilla de la casa de huéspedes del Vaticano
donde Francisco decidió vivir, en vez de en el ostentoso Palacio Apostólico
como es tradición. Su audiencia no era los cardenales de la curia romana, sino
jardineros, oficinistas y empleados de limpieza del Vaticano. Y Francisco no
sólo presidió la celebración, como lo hacía el Papa Juan Pablo II. Predicó, sin
notas, como si fuera un sencillo sacerdote de parroquia.
Pero
un sacerdote armado con un gran mensaje.
“La
iglesia nos pide a todos nosotros cambiar algunas cosas”, dijo Francisco
durante sus homilías matutinas, al reflexionar sobre una lectura de San Pablo.
“Nos pide hacer a un lado las estructuras decadentes, pues éstas son inútiles”.
El
simbolismo de las misas matutinas, que Francisco ahora celebra cuatro veces por
semana, es claro: reflejan un papado más humilde, en el que el papa es, más que
nada, el pastor del rebaño y no un rey. Pero que el papa sea más humilde no
implica que sus ambiciones lo sean. Pareciera que Francisco no estuviese
tratando de cambiar a la Iglesia Católica sino al mundo.
Los
papas retan a la sociedad, eso es lo que se espera de ellos. Pero Francisco,
que a sus 78 años aterrizó en Cuba el sábado pasado y llegó el martes a
Washington para su primera visita a Estados Unidos, ha alcanzado una estatura
global única en poco tiempo.
Su
humildad lo ha hecho inmensamente popular, una figura sonriente que camina
entre las multitudes en la Plaza de San Pedro. Habla en términos muy personales
acerca de los olvidados por la economía global, ya sean los refugiados ahogados
en el mar o las mujeres sin otra opción que dedicarse a la prostitución. Sus
profundas críticas a la destrucción ambiental han capturado la atención
mundial.
Pero
también es un estratega indescifrable; su presión para cambiar a la iglesia ha
despertado ansiedad y esperanza, y también escepticismo. Muchos conservadores
proyectan en él sus miedos. Muchos liberales asumen que comparte sus
posiciones. Otros afirman que a Francisco no le preocupan tanto las etiquetas
de derecha e izquierda como el debilitamiento de la popularidad de la iglesia
en Latinoamérica y el resto del mundo.
“Francisco
es un excelente showman”, comentó Rubén Rufino Dri, crítico de Francisco y
profesor emérito de sociología y religión en la Universidad de Buenos Aires.
“El nuevo posicionamiento de la Iglesia es paternalista, no es una estrategia
para empoderar a sus seguidores. Esto no es una revolución”.
Francisco
aún no ha puesto todas sus cartas sobre la mesa. Pero su misión espiritual de
convertir a los pobres en la preocupación central de la iglesia ya le ha
permitido intervenir en los principales debates a nivel global, como el cambio
climático, la inmigración y la reflexiones sobre la economía capitalista tras
la crisis de 2008.
En
cierta medida, la pregunta sobre cómo cambiará Francisco a la iglesia y su
papel en la sociedad es ignorar los muchos cambios que ya han ocurrido. La
doctrina es la misma, pero Francisco ha cambiado el énfasis y proyecta un tono
más misericordioso y acogedor en una iglesia desgarrada por los escándalos de
abuso sexual de sus clérigos e identificada con la rigidez teológica. El papa
ha destacado la conexión histórica de la iglesia con los más desposeídos,
mientras hace a un lado los temas de guerra entre culturas. Como resultado, su
influencia geopolítica ha aumentado, y la de la iglesia también.
“Tiene
mucho soft power, y no sólo entre católicos”, afirmó Joseph S. Nye Jr.,
profesor en la Harvard Kennedy School. “Muchos papas han hablado de pobreza.
Pero Francisco ha logrado mantenerlo en el centro del debate”.
Su
visita a Estados Unidos será una prueba crucial. Su papado ha puesto un énfasis
firme en las “periferias”, tanto existenciales como geográficas, y ha escogido
sus viajes con cuidado, visitando a países más pequeños como Albania, Sri
Lanka, Bosnia, Filipinas, Ecuador y Bolivia. Al llegar a Washington desde Cuba,
Francisco refuerza su mensaje de que las periferias están conectadas con los
centros de poder, y ningún país representa la élite del poder político y
económico mejor que Estados Unidos.
Con
gestos y palabras, Francisco ha confrontado a las élites una y otra vez, tanto
dentro de la iglesia como fuera de ella. Ha criticado la actitud cerrada de la
jerarquía católica por concentrarse en dogmas y en la “dimensión espiritual del
mundo”, pero muy poco en la personas común. También ha atacado la ortodoxia que
prevalece en la economía global, pues considera que la creencia de que los
mercados y la búsqueda de la riqueza sortearán todas las dificultades, es una
ideología falsa que no resolverá de manera integral las necesidades de los
pobres.
En
Estados Unidos, las críticas de Francisco a los excesos del capitalismo, aunque
suenen a verdad para muchos, han generado incomodidad incluso entre algunos
simpatizantes y desprecio entre sus críticos, quienes lo han etiquetado de
marxista o comunista. Aquellos que conocen a Francisco desde hace años se
burlan de esas etiquetas, pero están de acuerdo en que puede ser esquivo, pues
desde que era un joven líder jesuita en Argentina se ha rehusado a encajar en
un bloque ideológico específico.
“Le
encanta ir en contra de las etiquetas”, indicó Austen Ivereigh, autor de la
biografía “El gran reformador: Francisco, retrato de un papa radical”. “En
cierto sentido, las élites siempre quieren apropiarse de él, pero él las
elude”.
La presión de Francisco para cambiar a la
iglesia ha despertado ansiedad y esperanza, y también escepticismo. Muchos
conservadores proyectan en él sus miedos. Muchos liberales asumen que comparte
sus posiciones. Osservatore Romano, vía Reuters.
La
presión de Francisco para cambiar a la iglesia ha despertado ansiedad y
esperanza, y también escepticismo. Muchos conservadores proyectan en él sus
miedos. Muchos liberales asumen que comparte sus posiciones. Osservatore
Romano, vía Reuters.
Desde
el momento en que salió al balcón de la Basílica de San Pedro para saludar a
las masas tras su inesperada elección en marzo de 2013, Francisco hizo historia
como el primer papa latinoamericano. Esa noche incluso bromeó y dijo que “sus
hermanos cardenales” habían ido al “fin del mundo” para encontrar al nuevo
papa.
Fue
un sutil recordatorio de la gran distancia que separa a su país de origen,
Argentina, del Vaticano. Pero lo que ahora está claro es que no era solo una
broma. El “fin del mundo” también era una metáfora para referirse a las villas
miseria, como se le conoce a los barrios pobres en Argentina, y el punto de
vista de la iglesia latinoamericana que él traía al Vaticano.
Así
pues, para entender mejor al papa de los jardineros, los empleados de limpieza
y los pobres, lo mejor es comenzar en Argentina, donde el hombre que conocemos
como Francisco era conocido como Jorge Mario Bergoglio.
El
arzobispo de los barrios pobres
Para
muchos argentinos, Jorge Mario Bergoglio era un misterio. Cuando se convirtió
en el arzobispo de Buenos Aires en 1998, transformó la residencia oficial en un
hostal para sacerdotes y se mudó al edificio de oficinas de la diócesis en el
centro de la ciudad. Se instaló en una pequeña habitación en la que tenía un
calentador portátil para los fines de semana, cuando la calefacción del
edificio se apagaba automáticamente. Muchas veces preparaba sus propia comida
en una cocineta.
Como
arzobispo, hablaba muy poco con los medios y no frecuentaba las zonas ricas de
la capital. El arzobispo anterior se codeaba con las élites políticas (lo que
provocó un escándalo de corrupción), pero Bergoglio estableció una clara
distancia. Decidió concentrarse en los pobres de Argentina. Creó un grupo de
sacerdotes que trabajaban y vivían en las villas miseria de Buenos Aires, que
él visitaba con regularidad y donde solía presidir procesiones religiosas y
celebrar misas. Antes de cada Pascua, visitaba los prisioneros en las cárceles,
a pacientes enfermos de SIDA o a los ancianos.
“Su
papado es una continuidad clara de su enfoque hacia los pobres”, comentó el
padre Augusto Zampini Davies, quien trabajó en el barrio Bajo Boulogne de
Buenos Aires. “La iglesia, quienes lo designaron, querían un cambio, y lo
querían desde la periferia. Pero lo que quizás no pensaron es que cuando
comenzamos a ver el mundo desde la perspectiva de los más pobres, sufrimos una
profunda transformación”.
Los
abuelos de Francisco, y su padre, eran inmigrantes de la región Piamonte de
Italia que abandonaron el país con la esperanza de encontrar mejores
oportunidades en Argentina. También buscaban huir del régimen fascista de
Benito Mussolini. Planeaban viajar en octubre de 1927 a bordo del Principessa
Mafalda, un trasatlántico italiano; pero por fortuna no lograron abordarlo: el
barco se hundió en altamar. La familia tomó otra embarcación y llegó a Buenos
Aires, a donde muchos otros italianos y europeos habían emigrado. Pocos años
después, nació Jorge Mario Bergoglio.
La
abuela de Jorge, Rosa, quien fue una influencia dominante en su vida, le enseñó
italiano con las inflexiones piamontesas y le infundió el amor por la
literatura. Entre sus novelas favoritas está el clásico italiano de Alessandro
Manzoni “I Promessi Sposi” (“Los novios” en español), que ha leído al menos
tres veces. Ivereigh, su biógrafo, considera que la visión que tiene Francisco
de la iglesia como un “hospital de campaña” refleja influencias del libro, pues
éste describe a los aguerridos sacerdotes que trabajan en un hospital de campo
en épocas de guerra a las afueras de Milán.
Cuando
Jorge tenía 16 años salió a pasear con algunos compañeros, y al pasar frente a
su basílica en Buenos Aires, sintió que tenía que entrar. “Yo no sé qué me
pasó”, relató el Cardenal Bergoglio durante una entrevista en 2012 con una
estación de radio comunitaria de Buenos Aires. “Sentí como si alguien me agarró
desde adentro y me llevó al confesionario”.
Al
salir, el adolescente estaba convencido de que se convertiría en sacerdote.
Aunque su familia tenía profundas raíces católicas, su madre, Regina, se opuso
a que su hijo mayor ingresara al seminario. Sólo se arrepintió algunos años
después de la ordenación de su hijo como jesuita; entonces, se arrodilló y
pidió su bendición.
Entre
los católicos, a los jesuitas se les conoce como misioneros, intelectuales,
educadores, escépticos, versados en política y celosos de su independencia.
Ellos ayudaron a crear la Argentina moderna, pero la orden fue disuelta
temporalmente en 1773 por el Papa Clemente XIV en un momento crucial de la
historia latinoamericana: Clemente apoyó a los monarcas europeos que intentaban
dividirse el continente mientras que los jesuitas apoyaron a las poblaciones
indígenas que vivían en comunidades independientes conocidas como reducciones.
Para
Francisco, el evento más transformador de sus primeros años de sacerdocio fue
el Concilio Vaticano II, que se reunió entre 1962 y 1965, y provocó debates
internos que llevaron a la adopción de una actitud de apertura en la iglesia.
Desde entonces es posible celebrar misa en los idiomas nativos, no sólo en
latín, y la iglesia decidió abrir un diálogo sin precedentes con los miembros
de otros credos, incluyendo a los judíos.
Sin
embargo, para muchos católicos, el concilio ocasionó profundas inquietudes y
divisiones. Para los años setenta, los jesuitas estaban divididos, en parte
debido a distintas interpretaciones sobre cómo lograr una verdadera justicia
social, y el número de nuevos sacerdotes disminuyó notablemente. En Argentina,
muchos jesuitas habían adoptado una rama con tintes marxistas de la teología de
la liberación, un movimiento latinoamericano que buscaba un cambio estructural
para ayudar a los pobres.
Cuando
tenía tan sólo 36 años de edad, el padre Bergoglio quedó a cargo de los
jesuitas en Argentina. Más tarde admitiría que no tenía la madurez ni la
preparación necesaria para esta posición. Pero logró generar lealtad entre sus
seguidores y fue reconocido por lograr un aumento en el número de nuevos
sacerdotes.
Pero
su estilo estricto también le ganó enemigos. Por décadas lo acusaron de no
haber protegido a dos sacerdotes víctimas de secuestro y tortura por parte del
gobierno militar de Argentina en los setenta, acusaciones que han rebatido sus
biógrafos y otras personas de la iglesia argentina. Algunos jesuitas lo
consideraban un ultraconservador.
No
sería la última vez que alguien intentaría encasillarlo en una ideología
definida.
‘Excremento
del diablo’
Un
martes por la mañana en junio, el Papa Francisco apareció en la capilla de la
casa de huéspedes Santa Marta para hablar de pobreza y del Evangelio. Había una
lista de espera de cuatro meses para asistir a una de sus celebraciones
matutinas, y Francisco las reserva en su mayoría para gente ordinaria,
misioneros, sacerdotes y religiosas. Pero Radio Vaticana, la estación de la
Santa Sede, tiene permiso para transmitir extractos de su mensaje a todo el
mundo.
Su
mensaje central, para sorpresa de pocos, suele girar alrededor de la pobreza.
Pobreza, como subrayó Francisco el 16 de junio, es “una palabra que siempre
avergüenza”. Mencionó que muchas veces se escuchan quejas como “este sacerdote
habla demasiado de pobreza, este obispo habla de pobreza, este cristiano, esta
religiosa habla de pobreza”, seguidas por: “¿son un poco comunistas, verdad?”
El Cardenal Jorge Mario Bergoglio en el metro
de Buenos Aires en 2008. Fue elegido arzobispo de Buenos Aires en 1998. Pablo
Leguizamon /A ssociated Press
El
Cardenal Jorge Mario Bergoglio en el metro de Buenos Aires en 2008. Fue elegido
arzobispo de Buenos Aires en 1998. Pablo Leguizamon /Associated Press
Los
primeros meses del pontificado de Francisco enamoraron al mundo entero.
Descubrimos un papa que vive como un hombre común y corriente, que pagó el
hotel donde se hospedó antes de su inesperada elección, que sigue usando sus
zapatos negros en vez de los tradicionales zapatos papales rojos. Lavó los pies
de prisioneros, mujeres y musulmanes. Besó la cabeza de un hombre terriblemente
desfigurado. Y marcó el rumbo de una actitud pública más amable hacia los
homosexuales cuando dijo, “¿quién soy yo para juzgar?”
Los
tradicionalistas se quejaron, pero Francisco logró, casi de un día para otro,
renovar la imagen de la iglesia, al menos en cuanto a la forma. Pero también
comenzó a ocuparse del fondo. En noviembre de 2013 dio a conocer una suerte de
declaración de su misión papal con “Evangelii Gaudium”, un amplio documento de
224 páginas que muchos católicos recibieron como un llamado optimista a vivir
un catolicismo tolerante, alegre e incluyente, sobre todo con los pobres del
mundo. Pero muchos se sorprendieron ante el duro ataque de Francisco al sistema
económico global, al que calificó de “injusto en su raíz”.
Tocó
el tema con mayor profundidad en junio en su emblemática encíclica ambiental,
“Laudato Si”, en la que sostiene que los países ricos tienen mayor
responsabilidad en el cambio climático y están obligados a ayudar a los países
pobres a manejar la crisis. Después, en su visita a Bolivia en julio, Francisco
comparó los excesos del capitalismo con el “excremento del diablo” y se
disculpó por la participación de la iglesia en el colonialismo español en
América Latina. También aprovechó para advertir sobre el peligro que representa
el “nuevo colonialismo” del materialismo, la desigualdad y la explotación.
“Cuando
el capital se convierte en ídolo y dirige las opciones de los seres humanos,
cuando la avidez por el dinero tutela todo el sistema socioeconómico, arruina
la sociedad, condena al hombre, lo convierte en esclavo, destruye la
fraternidad interhumana, enfrenta pueblo contra pueblo y, como vemos, incluso
pone en riesgo ésta, nuestra casa común”, afirmó Francisco en uno de sus
discursos en Bolivia.
Algunos
conservadores de Estados Unidos consideran que el papa argentino está
desplegando un ataque frontal en contra del estilo de vida de los estadounidenses.
Otros lo etiquetaron de comunista o socialista. Algunos católicos adinerados
decidieron cancelar sus donaciones y expresaron su inconformidad.
“Espero
que el sacerdote de mi parroquia no me regañe por decir esto, pero no me parece
bien que mis obispos, mis cardenales o mi papa hablen de política económica”,
respondió Jeb Bush, candidato presidencial republicano y católico, ante la
encíclica.
En
el 2008, el Cardenal Bergoglio lavó y besó los pies de jóvenes adictos a las
drogas durante una misa en Buenos Aires. Associated Press
En
el 2008, el Cardenal Bergoglio lavó y besó los pies de jóvenes adictos a las
drogas durante una misa en Buenos Aires. Associated Press
Para
los que conocieron a Francisco en Argentina, tales etiquetas no cuadran con la
realidad. Cuando fue líder de los jesuitas y arzobispo de Buenos Aires,
Francisco criticó fuertemente al marxismo, en especial cuando algunos
sacerdotes trataban de combinar la dialéctica de la lucha de clases violenta
con el propósito de justicia social que predica el catolicismo. Más adelante,
también criticó la creencia neoliberal de que la economía de mercado es la cura
universal para los pobres.
“Es
muy crítico de la ideología porque las ideologías surgen de intelectuales y
políticos que buscan manipular el corazón de las personas”, señaló Guzmán
Carriquiry Lecour, secretario de la Pontificia Comisión para América Latina y
antiguo amigo del papa. “Para él, las ideologías ocultan y denigran la
realidad”.
En
los años setenta, Francisco apoyó una corriente argentina derivada de la
teología de la liberación, conocida como teología del pueblo, que gira en torno
a la cultura nativa y las tradiciones argentinas y, en consecuencia, rechaza el
legado colonialista. Según esta teología, la fe se deriva de los pobres, y los
pobres son centrales para el cristianismo. A diferencia de los sistemas que
diseñan las élites o los intelectuales, el Evangelio es para todos.
“No
querían usar una visión liberal o marxista, así que buscaron en nuestra
historia otro tipo de teoría para explicar la sociedad latinoamericana y
argentina”, manifestó el padre Juan Carlos Scannone, profesor jesuita y un
distinguido proponente de la teología. “No me atrevería a decir que Francisco
es un teólogo del pueblo, pero sí ha recibido una fuerte influencia de esta
teología”.
Durante
gran parte del siglo pasado, Argentina estuvo marcada por turbulencias
económicas. Francisco creció sabiendo que sus abuelos y otros parientes en
Argentina se habían visto profundamente afectados por los efectos globales del
desplome del mercado de valores en 1929 y la Gran Depresión. Durante la
infancia de Francisco, en los años 40, la iglesia católica argentina era
nacionalista y se le identificaba muy de cerca con el peronismo.
A lo
largo de las décadas, el peronismo mutó al incorporar populismo, autoritarismo
y nacionalismo hasta que finalmente Perón se separó de la iglesia católica.
Durante la dictadura militar en 1971, cuando era un joven sacerdote, Francisco
sirvió en la Guardia de Hierro, un grupo de justicia social de clase
trabajadora cuyo objetivo era lograr el regreso de Perón, que había sido
exiliado a España.
Según
Ivereigh, su biógrafo, Francisco terminó por rechazar las ideologías políticas
y decidió concentrarse en el pueblo fiel y subió el tono al hablar contra los
políticos, pues consideraba que hacían muy poco por los pobres. Como arzobispo
de Buenos Aires, Francisco movilizó a la iglesia en respuesta a la crisis económica
de Argentina de 2001 y 2002, asignó más sacerdotes a los barrios pobres, y
abrió cocinas y escuelas, clínicas y centros de rehabilitación para personas
con problemas de drogas, mientras disminuían los servicios públicos.
También
criticaba a los líderes políticos de Argentina durante la ceremonia tradicional
del Te Deum, al que a veces asistía el presidente de turno. (Esta ceremonia
coincide con el aniversario de la Revolución de Mayo en Argentina, precursora
de la independencia nacional).
Sus
regaños enfurecieron a distintos líderes, incluido el ex presidente Néstor
Kirchner. Sus detractores decían que interfería en asuntos seculares y que
jugaba sus propios juegos políticos.
“Toma
riesgos”, explicó Abraham Skorka, rabino en Buenos Aires y amigo cercano del
papa. “Le huye a la comodidad”.
El
Arzobispo Marcelo Sánchez Sorondo, un argentino que ha servido en el Vaticano
por más de 40 años, declaró que Francisco no condena el capitalismo en su
totalidad, pero sí critica la indiferencia que fomenta hacia los pobres.
“Por
supuesto, el papa no tiene la solución, la solución económica”, enfatizó
Monseñor Sánchez Sorondo, canciller de la Pontificia Academia de las Ciencias.
“Pero el papa actúa como una luz en la calle que dice: ‘Éste no es el camino.
Este camino sacrifica a muchos y es excluyente’”.
“Al
papa le preocupa que la plutocracia destruya a la democracia”, agregó.
Kenneth
F. Hackett, embajador de Estados Unidos en la Santa Sede, opina que se ha
simplificado equivocadamente la visión económica de Francisco y le parece
irrisorio sugerir que el papa es socialista, pues se trata de una
“caracterización ingenua”.
Hackett
continuó: “No creo que odie al capitalismo. Me parece que odia los excesos”.
Hasta
cierto punto, Francisco parece ir en contra de la primacía contemporánea de la
economía sobre la fe. Cree que las respuestas se encuentran en el Evangelio, y
no en Adam Smith o Karl Marx.
‘Europa
estaba agotada’
El
primero de septiembre, en la imponente nave de mármol de la Basílica de San
Pedro, la cúpula del Vaticano parecía estar ordenada a la perfección para la
primera celebración de la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la
Creación por parte de Francisco. Los cardenales estaban sentados en las
primeras bancas, vestidos de rojo, y detrás de ellos los obispos, de morado. A
continuación se encontraban los sacerdotes y misioneros; después, peregrinos y
turistas. Frente al altar baldaquino de Bernini, un sacerdote balanceaba
lentamente un incensario que liberaba bocanadas de incienso.
Francisco
estaba sentando en una silla blanca sobre una tarima elevada, mientras un monje
capuchino dirigía la homilía sobre el medio ambiente. Mientras los turistas
trataban de capturar el momento con sus celulares, el ritual y majestuosidad de
la ceremonia parecían una burla directa del objetivo de Francisco de crear “una
iglesia pobre y para los pobres.”
El padre Jorge Bergoglio. Cuando Jorge tenía
16 años salió a pasear con algunos compañeros, y al pasar frente a su basílica
en Buenos Aires, sintió que tenía que entrar. “Yo no sé qué me pasó”, relató el
Cardenal Bergoglio durante una entrevista en 2012 con una estación de radio
comunitaria de Buenos Aires. “Sentí como si alguien me agarró desde adentro y
me llevó al confesionario”. Gamma-Rapho, via Getty Images
El
padre Jorge Bergoglio. Cuando Jorge tenía 16 años salió a pasear con algunos
compañeros, y al pasar frente a su basílica en Buenos Aires, sintió que tenía
que entrar. “Yo no sé qué me pasó”, relató el Cardenal Bergoglio durante una
entrevista en 2012 con una estación de radio comunitaria de Buenos Aires.
“Sentí como si alguien me agarró desde adentro y me llevó al confesionario”.
Gamma-Rapho, via Getty Images
Desde
entonces, Francisco ha delegado algunas facultades del Vaticano a un consejo de
nueve cardenales de todo el mundo, al que se ha llamado C-9. Designó al
australiano George Pell, que habla con total franqueza, para dirigir una nueva
secretaría de economía que se encargará de organizar las finanzas del Vaticano.
Creó una nueva comisión que se ocupará de la crisis de abuso sexual de los
clérigos. Otro panel ayudó a formular las reformas recientes a las normas
católicas aplicables a la anulación del matrimonio. Y otra comisión más se
encargará de modernizar y consolidar las crecientes operaciones de comunicaciones
del Vaticano.
Sin
embargo, las reformas de Francisco no están completas. Pero el cambio que él
menciona con mayor frecuencia es el que más resistencia despierta: remodelar el
enfoque pastoral de la iglesia y la aplicación de la doctrina de la iglesia.
“La
doctrina debe evolucionar con el tiempo, de otra manera no es doctrina”, indicó
el padre Humberto Miguel Yañez, teólogo moral jesuita de la Pontificia
Universidad Gregoriana en Roma y antiguo protegido de Bergoglio en Argentina.
“La doctrina es la transmisión del Evangelio. Para transmitir el Evangelio,
debemos estar en contacto con la cultura contemporánea. Cada era tiene sus
propios problemas. Nada permanece igual”.
La
guerra al interior de la iglesia forja su propio idioma, y varios sacerdotes
reformadores esperan que el énfasis de Francisco en temas como la
“misericordia” y la “apertura” sea una señal de que se prepara para redirigir
las enseñanzas respecto a los homosexuales, los divorciados, las parejas que
viven juntas sin casarse y otros temas que causan división social.
No
cabe duda de que desde ya hay una lucha ideológica para determinar qué
significa formar una “familia”, lo que será objeto de una importante reunión en
el Vaticano, conocida como sínodo, en octubre. La polémica escaló en una reunión
de cardenales en la que las facciones sostuvieron álgidas discusiones sobre la
posición de la iglesia. Los conservadores que sospechan que el papa argentino
quiere relajar la doctrina aún ofrecen resistencia. Por ejemplo, el martes
pasado, en Estados Unidos, 11 cardenales publicaron un libro en el que
advierten que la iglesia no debe diluir las normas que estipulan que los
católicos divorciados que vuelven a casarse no pueden recibir la comunión.
Este
año, el Cardenal Gerhard Ludwig Müller, encargado de los temas doctrinales en
el Vaticano, dijo a un periódico católico francés que ampliará su autoridad
“para proporcionar estructura teológica” a las funciones del papa, pues
Francisco es más pastor que teólogo. Muchos no sólo consideraron que sus
comentarios tenían un aire de superioridad, sino que los interpretaron como una
acción descarada para contener al papa argentino.
Algunos
conservadores de Estados Unidos, encabezados por el Cardenal Raymond Burke de
Wisconsin, a quien Francisco ha dejado al margen, no han dudado en expresar sus
críticas. Por otra parte, el periódico alemán Die Zeit informó hace poco que
algunos funcionarios del Vaticano han hecho circular un documento de siete
páginas en el que se detalla la frustración que ha provocado las reformas recientes
de Francisco para agilizar el proceso de anulación. Los funcionarios acusan al
papa de diluir el dogma y crear un “divorcio católico”.
Francisco
siempre ha tenido enemigos, tanto en Argentina como en el Vaticano, incluidos
algunos que intentaron desacreditarlo durante el cónclave de 2005 en el que
ocupó el segundo lugar, detrás de Benedicto, en la elección del nuevo papa.
Pero muchos analistas y funcionarios del Vaticano afirman que la fricción de
ahora también se debe a los cambios institucionales y la ambigüedad deliberada
de un papa que ha creado estructuras nuevas pero aún mantiene vigentes las
antiguas.
“Algunos
que tal vez se consideraban personal de confianza en el régimen anterior no
saben cómo funciona el nuevo”, comentó un funcionario de alto rango en el
Vaticano que prefirió el anonimato porque no está autorizado para hablar
públicamente. “Para el papa, es una forma de mantener su propia autonomía.
Nadie sabe bien cómo piensa, o quiénes son sus asesores más cercanos”.
Tras
la renuncia de Benedicto, muchos expertos predijeron que se elegiría a un papa
de América Latina, donde está el 40 por ciento de los católicos del mundo. Pero
esta elección no se trató solamente de cubrir una demografía. Francisco trajo
consigo el punto de vista de una iglesia latinoamericana que, en décadas
recientes, ha desarrollado su propia versión de catolicismo.
Esta
visión se manifestó con mayor claridad en 2007, cuando los obispos
latinoamericanos se reunieron en un santuario mariano en Aparecida, Brasil. En
esa ocasión, elaboraron una lista de prioridades para evangelizar en las
calles. Decidieron dar prioridad a los migrantes, los pobres, los enfermos y los
marginados de la sociedad. También optaron por una religión popular, parecida a
la que sigue la gente común, y prometieron promover la protección del medio
ambiente.
¿Y
quién fue el editor en jefe del documento? Francisco. Y llevó consigo el
“Documento de Aparecida” a Roma como anteproyecto para su pontificado.
“Europa
estaba agotada”, subrayó Vincenzo Paglia, presidente del Pontificio Consejo
para la Familia. “No tenía energía, ni siquiera para producir un papa. Por eso
el papa sólo podía provenir de América Latina. No de África ni de Asia, porque
esos continentes todavía no estaban listos”.
La
Mona Lisa
Francisco
está practicando su inglés. Algunos afirman que escribió el discurso que
dirigirá al Congreso en Washington y ahora se concentra en cómo pronunciarlo.
Su lengua materna es el español, habla italiano con fluidez y puede conversar
en alemán y francés, pero sus amigos dicen que no se siente cómodo cuando habla
inglés. Así que decidió practicar, porque no quiere que su pronunciación
interfiera con su mensaje.
“Sabe
bien que este viaje es importante”, enfatizó Monseñor Paglia. “Así que se ha
preparado a conciencia”.
Estados
Unidos también se preparó. Activistas que promueven diferentes causas sociales
se han desplazado a Filadelfia para esperar a Francisco. En Washington y otros
lugares se reúnen grupos para analizar a fondo el “efecto Francisco”.
En
Argentina, a algunos todavía les cuesta reconocer al Francisco alegre de la
plaza de San Pedro como el mismo hombre tosco que una vez dirigió la iglesia de
Buenos Aires. Ahí se propuso ser muy discreto y evitó a los medios de
comunicación, salvo por unos cuantos periodistas de confianza. El joven
jesuita, el Arzobispo Bergoglio, era conocido por su “piadosa cara larga”,
según la biografía de Ivereigh. Algunas veces se le apodó “La Gioconda”, en
referencia a la Mona Lisa y su enigmática sonrisa.
“En
algunos aspectos, como su relación con los medios o su sonrisa, ha cambiado un
poco”, declaró el padre Yañez, el jesuita argentino. “Pero puedo ver a la misma
persona y la misma coherencia”.
Francisco
se ha culpado por algunos conflictos del pasado en Argentina, en especial con
sus hermanos jesuitas (con quienes se reconcilió tras convertirse en papa). En
una larga entrevista que le hizo en 2013 el padre jesuita Antonio Spadaro,
Francisco sostuvo que debido a su “manera autoritaria y rápida de tomar
decisiones” cuando era un joven, lo tacharon erróneamente de ultraconservador.
“Nunca he sido de derecha”, añadió.
Pero
tampoco es de izquierda. Aunque algunas de sus ideas sociales y económicas han
inspirado a la izquierda estadounidense, se opone firmemente al aborto y cree
que el matrimonio debe celebrarse entre un hombre y una mujer.
“La
gente proyecta en él sus propias aspiraciones”, expresó el alto funcionario del
Vaticano. “Es posible que algunos tengan expectativas que no verán cumplidas
totalmente. Tal vez algunos esperan que haya grandes cambios institucionales en
áreas como el matrimonio entre homosexuales o la ordenación de mujeres”.
A
Francisco no parecen molestarle las contradicciones, e incluso es posible que
ni siquiera las considera como tales. Ha promovido el diálogo abierto, y
también las críticas, en preparación para el sínodo de octubre. Está empeñado
en abrir la iglesia, aunque no ha revelado cuál es el camino exacto que ésta
debe seguir.
Pero
todos los que lo conocen están de acuerdo en que, al final, Francisco tomará
una decisión. Y entonces, el popular y enigmático papa pondrá todas sus cartas
sobre la mesa.
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