Ebola,
una epidemia sin precedentes/José Antonio Bastos es presidente de Médicos Sin Fronteras España.
El
País |25 de septiembre de 2014
El
brote de ébola en África occidental es un tren que va más rápido que quienes lo
perseguimos, que los esfuerzos para atajarlo. Llevamos seis meses haciendo esa
comparación, desde marzo, cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS)
informaba de un brote del virus en Guinea. Pero siendo metafóricamente
correctos, deberíamos decir que para cuando la OMS declaró la epidemia una
“emergencia de salud pública internacional”, el 8 de agosto, el tren ya había
descarrilado. Ahora, ha provocado un incendio que está arrasando la ciudad,
barrios, viviendas, escuelas y hospitales, y que se encamina, desbocado, hacia
una gran gasolinera.
Se
han registrado más de 2.700 muertes y 5.927 personas se han contagiado en Guinea,
Liberia, Sierra Leona, Nigeria y Senegal (y, en un brote diferente, en
República Democrática de Congo). Pero esto es solo la punta del iceberg. Los
seres humanos infectados, muertos o que están sufriendo enormemente son más. En
primer lugar, la OMS admite que hay muchos casos no declarados, probablemente
tantos como los oficiales. En segundo lugar, la mortalidad indirecta causada
por el colapso del sistema de salud en amplias zonas afectadas por la epidemia
no ha sido calculada, pero es sin duda enorme: estamos en plena estación de
lluvias, y la malaria, las infecciones respiratorias y las diarreas se ceban en
una población vulnerable que no tiene clínicas ni hospitales a los que acudir.
En tercer lugar, regiones enteras tienen problemas de suministro de alimentos
por el derrumbe de instituciones, comercio y agricultura, empeorado por las
restricciones al tráfico de mercancías. Por último, el potencial de violencia
social es altísimo y puede empeorar al paso de una epidemia que se propaga sin
freno. El escenario, por tanto, es mucho más grave que el simple “6.000
personas afectadas por una enfermedad exótica y agresiva”.
Desde
Médicos Sin Fronteras (MSF) agradecemos que, por fin, algunos países (Estados
Unidos, Reino Unido, Cuba, Francia o China) se hayan comprometido a desplegar
medios y personal especializado, pero debemos enfatizar que la asistencia debe
llegar con urgencia hoy a los países afectados, y que estas ayudas no son
suficientes: el 40% del total de los enfermos se ha infectado en los últimos 21
días, el periodo de incubación del virus. Cada tres semanas, el número de
afectados se duplica, en una progresión geométrica que amenaza con
multiplicarse imparable por dos, tres, cuatro…
Vamos
muy por detrás de la enfermedad y cada día nos saca más ventaja: en la capital
liberiana, Monrovia, hemos ido ampliando sucesivamente nuestro centro ELWA 3.
Cuando lo instalamos, era el mayor de la historia de MSF en un brote de ébola:
de las 80 camas iniciales pasó a 120, luego a 200. Y siempre, tras cada ampliación,
en apenas unas horas, volvía a estar colapsado. Colapsado hasta el punto de
tener que rechazar nuevos pacientes porque los equipos están desbordados.
Hemos
visto a personas esperar tumbadas, bajo una lluvia persistente, a la entrada
del centro, porque no hay otro lugar donde ir. Asistimos impotentes a la muerte
de pacientes en la puerta sin poder hacer nada. Hace tiempo ya que advertimos
de que habíamos superado nuestros límites. Estamos hablando de una catástrofe
que supera la capacidad de cualquier organización humanitaria y que amenaza con
desestabilizar toda una región. Estamos ante una situación excepcional que
requiere medidas excepcionales como las que hemos solicitado en reiteradas
ocasiones a los países que cuentan con recursos civiles y militares
especializados en contención biológica.
El
ébola es una enfermedad cruel, por su virulencia, pero también porque el
contagio se produce entre familiares y cuidadores, entre aquellos que
alimentan, hidratan y limpian a los enfermos, entre aquellos que amortajan con
duelo a sus muertos. Solo un despliegue de solidaridad internacional de gran
magnitud podrá igualar y amilanar la crueldad de la infección y revertir su
curva de crecimiento descontrolada. Todos nosotros tenemos el deber moral y la
responsabilidad de facilitar recursos para aumentar los centros de aislamiento,
establecer laboratorios móviles y habilitar puentes aéreos para enviar personal
y suministros.
Estados
Unidos ha dado un primer paso al anunciar el envío de personal especializado
civil y militar y planes para construir 17 centros de tratamiento y formar a
500 trabajadores sanitarios cada semana. De forma excepcional y consciente por
fin de la gravedad de la situación, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas
ha celebrado una histórica reunión de emergencia y ha aprobado una resolución
con el apoyo de 131 Estados, entre ellos España, en la que se califica la
epidemia de “amenaza para la paz” y se solicita a todos los Gobiernos el envío
urgente de material y personal médico especializado.
Por
su parte, la Unión Europea —aunque tarde, como ha reconocido la propia
comisaria de Cooperación Internacional— ha comprometido 150 millones de euros
en ayudas.
España
no puede ser ajena a este compromiso. Pedimos al Gobierno que apoye los
esfuerzos de la OMS y, bajo su liderazgo, despliegue en el terreno equipos
militares y civiles especializados en riesgos biológicos. También le instamos a
que organice la evacuación médica de trabajadores humanitarios internacionales,
si fuera necesario.
La
posición de España es clave para asegurar un puente aéreo esencial para llevar
equipos y material a la zona, visto que numerosas líneas han cancelado vuelos,
lo que dificulta el envío de equipos y material a la región.
Llevamos
seis meses perdiendo la batalla contra el virus y no podemos permitirnos ni un
día más de retraso. La OMS ya ha advertido de que en los próximos tres meses
podríamos llegar a 20.000 casos, y según otras estimaciones, como las
realizadas por los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de
Estados Unidos, esta cifra se podría superar en mucho. Cada semana que pasa
resulta más complicado contener un brote que hace tiempo dejó de ser
simplemente una epidemia para convertirse en una catástrofe humana que traspasa
las fronteras y las capacidades de los países afectados.
Hasta
ahora, en los países desarrollados ha imperado la cortedad de miras,
exclusivamente centrados en prepararse para recibir uno o dos casos de
afectados por el virus, en vez de actuar en la región donde sufren el brote
miles de personas. Sin ayudar a apagar el incendio, se han preocupado por
evitar las pocas chispas que les llegan. Y esto ha sido un error, como el
esperar, egoístas, a que el fuego se extinga por sí mismo. Para apagar el
incendio de una vez por todas, tenemos que equiparnos y adentrarnos en la
ciudad en llamas.
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