6 jul 2015

“Papá” Sainz, el Gran Inductor/EMILIANO PÉREZ CRUZ

Revista Proceso # 2018, 4 de julio de 2015
“Papá” Sainz, el Gran Inductor/EMILIANO PÉREZ CRUZ
El 28 de mayo 2010, día de San Judas Tadeo y de la maxi-marcha de los sobrevivientes del Sindicato Mexicano de Electricista, estuvimos con Papá Sainz en el homenaje que por sus 70 años organizó en la Casa de la Primera Imprenta la UAM Iztapalapa.
Compadre Lobo se llamó Gustavo, de apellido Sainz y nacido en la Ciudad de México el 13 de julio de hace 75 años. A mediados de los años 70 impartía clases en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y allí lo elegí como maestro de Entrevista y de Reportaje, y de Periodismo y Literatura.
Yo venía del CCH “Azcapolanco”, y entre mis escasas lecturas estaban su Gazapo, La Tumba y Se está haciendo tarde (final en laguna) de José Agustín, y Pasto verde y El rey criollo, de Parménides García Saldaña. Los tres me habían roto el esquema por la manera en que abordaban la temática juvenil y los elementos de que se valían para hacerlo. Pero sobre todo, por el lenguaje.
Poco a poco los salones se llenaban y el de Gustavo Sainz en especial. Relajado, accesible, de buen humor, llegaba cargado de libros.  De la vista nace el amor y después de cada clase uno quería tener un ejemplar de las Entrevista con la historia de Oriana Fallacci, Política y delito de Hans Magnus Enzensberger, A sangre fría de Truman Capote; México insurgente de John Reed; Las botas de Kapuscinski, Relato de un náufrago de García Márquez, Los ejércitos de la Noche de Mailer, Tom Wolfe y el Coqueto y aerodinámico rockanroll color caramelo de ron, y Andrè Gide y el Extraño caso del niño asesino. Y tantos y tantos autores y títulos…

 Libros, libros platicados, vistos, tocados, ansiados… Libros que arribaban al salón de clase como invitados especiales, tangibles, dialogantes… Y Gustavo relacionaba como no queriendo, como debe ser, el periodismo con la literatura, los cuentos y el ensayo con la entrevista, la crónica, el reportaje; platicaba de cine, de cuento, de poesía y novela (La muerte de Artemio Cruz, La región más transparente, Cien años de soledad, Manhattan transfer, Faulkner, Dos Pasos, Hemingway, y hacía hincapié en las estructuras, los andamios, la obra negra, la arquitectura y el diseño de interiores, digamos.
Comencé a leer de otra manera, más gozosa; la historia, sí, lo que se contaba, pero también cómo se contaba, las mañas y requiebros del autor para atrapar a los lectores en la telaraña de las palabras. Pero también comentaba las relaciones entre la literatura y la psicología, la ciencia política, la sociología y la antropología. Y con otras lecturas fui haciendo mi particular mazacote para explicarme lo que me rodeaba.
No había desperdicio en cada clase de Sainz. Y además te decía de la música y de sus alrededores, de la Maga de Cortázar y el Ícaro de Raymond Queneau y las pandillas parisinas de Jean Monod en Les Barjots, y Nadja de Bretón y los ensayos y la poesía de Pacheco y sus cuentos de El principio del placer y el psicoanálisis y la personalidad y La separación de los amantes de Igor Caruso o Umberto Eco y su Diario mínimo o Roland Barthes y las Mitologías, estructuralismo en acción dentro de la magia de lo cotidiano.
Además de lo anterior, Gustavo Sainz fue, digamos, mi “descubridor” a partir de un trabajo escolar. Al concluir la clase me dijo:
“Oye maestro, se abrió un concurso de cuento por los 25 años de la facultad, ya dimos el segundo y tercer lugar pero no tenemos ganador así que trabájalo como cuento y vas a ganar porque no tenemos material para el primer lugar.”
Muy temprano me inicié en eso de obtener premios. Y en las becas y en participar en antologías y viajes por la república cuando Gustavo fue director de Literatura del INBA.
Conocimos escritores de carne y hueso que llegaban hasta la facultad invitados por Gustavo, y nos hablaban de su reciente obra y accedían a ser conejillos de indias para que nos ejercitáramos entrevistando como en rueda de prensa. A veces eran de casa, como Gabriel Careaga, o de fuera como José Agustín, Cuauhtémoc Zúñiga (director de Teatro) o el crítico de cine David Ramón o el novelista Jorge Arturo Ojeda, Vicente Leñero, Ignacio Solares,
Además, y para beneplácito de quienes querían ver sus textos y crédito en tinta de imprenta, promovía la hechura de publicaciones, como las revistas Sitios de poesía, y Tintero con su provocativo tema en portada: “Eróticos somos y en el colchón andamos”, que soliviantaban el ánimo de los militantes de la izquierda wewenche, de cubículo y golpe de pecho.
Quienes traíamos la inquietud de ejercitarnos en el terreno de la escritura recibimos de su parte el comentario adecuado para dedicarnos a la lectura con más colmillo y desenfado. Sainz me jaló para participar en la fundación de la Semana de Bellas Artes, periódico cultural que tardó casi un año en salir. Desde el principio Gustavo fue claro: “Mira, tú tienes una serie de carencias que ni con una beca de por vida vas a llenar. Métete a reportear, a entrevistar y con eso irás aprendiendo. De todo lo que te digan te van a surgir dudas y dudas: busca llenarlas, hay libros, folletos, revistas, ensayos, libros acerca de libros.” Durante un año completo, Sainz corrigió mis primeros textos periodísticos de su puño y letra, y eso fue mejor que una extensión de la escuela: entrevistas con pintores, músicos, escritores, escultores, arquitectos, coreógrafos, bailarines, poetas, dramaturgos…
Con la edición de La princesa del Palacio de Hierro, Sainz nos permitió asomarnos a esa otra cara de la literatura, la del evento, las entrevistas con el autor, las filas para obtener un autógrafo, las lecturas en público en los espacios que cada vez más se incrementaban en la Ciudad de México, más allá de los tradicionales y ya históricos la Casa del Lago o la Sala Manuel M. Ponce.
 Los quince minutos de fama también podían obtenerse gracias a la literatura y sus alrededores, y si al final de cuentas quedabas atrapado en los alrededores y no en el reto de la invención, allá tú. Como funcionario público, director de Literatura, Sainz colaboró enormemente en la democratización de los bienes culturales y en la promoción de sus hacedores y en la capacitación misma de los promotores, que con su quehacer como reporteros o guionistas o productores o redactores, enriquecieron estudios de radio, tele, redacciones de diarios y revistas, incluso agencias de diseño y publicidad.
 De lo anterior y mucho más es culpable Gustavo Sainz. Que en paz descanse Papá Sainz. 

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