21 sept 2015

¡Hasta pronto, querido “Laco”!

Revista Proceso # 2029, 20 de septiembre de 2015.
¡Hasta pronto, querido “Laco”!/HERNÁN LARA ZAVALA
Decía Jorge Luis Borges que los escritores son como los árboles: algunos producen muy buenos frutos pero son débiles y enclenques, otros son grandes y frondosos pero producen frutos deleznables; lo extraordinario es cuando fruto y árbol son equivalentes.
Fue el caso de Eraclio Zepeda: árbol y fruto: tal para cual: escritor y persona, uno reflejo del otro.
Como suele suceder conocí a Eraclio Zepeda primero como lector.  Benzulul, su primer libro de cuentos, me cautivó de inmediato por el humor y agilidad de su prosa, por la magia del mundo que describía y por la sabiduría y conocimiento de la parte profunda del estado de Chiapas, de sus mitos, contradicciones y penurias. En principio pensé que era el heredero chiapaneco de Juan Rulfo pero, según me confió cuando lo conocí personalmente, no lo había leído entonces.

 Su formación se la había dado su padre, quien le enseñó a “pepenar” historias por los caminos de su estado. Ahí también se formó en su otro gran oficio, el de cuentero, pues solía escuchar a los fabuladores de los pueblos donde aprendió el arte de la narración oral que le valió que yo lo propusiera, entre bromas y veras, como “patrimonio de la humanidad”. Cuando Laco estaba en vena ejercía un poder hipnótico que cautivaba a sus escuchas mediante sus improvisadas pero elocuentes y graciosas historias y los transportaba a las más remotas regiones de Chiapas y a conocer a los más excéntricos y chuscos personajes, como Don Valentín Espinosa, de quien Laco afirmaba era “el hombre más culto del mundo aunque no sabía ni leer ni escribir, pero eso sí llevaba siempre en el bolsillo de su camisa cuatro o cinco plumas” o a Don Chicho que un día intentó volar al cielo y todo el mundo le hizo encargos para cuando viera a sus finados. En sus relatos hay un humor parecido al de Gabriel García Márquez, más por afinidad de personalidad que por imitación o influencia.

 Como Rulfo, Laco llevaba sus cuentos metidos en la cabeza y les iba dando vueltas y vueltas hasta que lograba darles la forma justa. Le oí muchos cuentos que jamás llegaron a la imprenta y que, sin embargo, los guardo en la memoria y en el corazón como si los hubiera leído.
 Sus dos primeros libros son espléndidos aunque de muy diferente estilo y temática: Benzulul, escrito cuando era muy joven, ocurre en el corazón de Chiapas, y entre sus cuentos memorables está el que le da título al volumen, además de “Vientooo”, “El caguamo” y “No se asombre sargento” que tiene cierto parecido con “Diles que no me maten” de Rulfo. Vale la pena también el cuento “El mudo”, en el que un hombre al cual le gustaba jugar a hacerse el mudo es mandado a fusilar por hacerse el chistoso, cuando en realidad había perdido el habla por pánico.  Todos esos cuentos no podían ocurrir más que en Chiapas, por su ambiente, sus personajes, su entorno y situaciones. Laco logró imprimirle vida literaria a su estado y a sus pobladores, insertándolo en el gran atlas de las letras mexicanas.
 Su segundo libro, Asalto nocturno, tiene una escenografía totalmente distinta. Ocurre en diversos lugares de México y el mundo. Es más cosmopolita y variado. El cuento que le da título al libro trata de la travesura de un grupo de egresados de una academia militarizada de la Ciudad de México que, una noche de borrachera, deciden tomar por asalto las instalaciones del recinto donde estudiaron prepa. Pero el tiro les sale por la culata: Los profesores descubren el intento y arengan a alumnos a que respondan militarmente como si se tratara de una guerra, y los burladores resultan burlados y humillados. Se trata de un cuento de carácter humorístico pero que metafóricamente recuerda la actitud de los estados castristas en contra de sus propios conciudadanos.
 En el mismo libro figuran textos como “Lidia Petrovna”, que ocupara también la imaginación de Alejo Carpentier en La consagración de la primavera o el célebre relato “Los trabajos de la ballena”, también de carácter humorístico aunque con cierta dosis de amargura.
 Hay un texto más inolvidable de Eraclio titulado “De la marimba al son”, que se inició como cuento oral y que, cuando alcanzó la forma debida, pasó a ser escrito; ahí relata el viaje simbólico que la marimba hizo desde el continente de África hasta América.
 En 1982 publicó el libro Andando el tiempo que le valiera el Premio Villaurrutia. Todos sus cuentos poseen aliento lírico y están llenos de inspiración, humor y curiosas sorpresas. En ellos no hay desperdicio. Como su producción era parca cuando le preguntaban por qué no había escrito más, Laco respondía: “Más vale publicar poco que arrepentirse mucho”.
 Gracias a sus excepcionales dotes histriónicos, a su bigote y complexión, participó como actor personificando a Pancho Villa en Reed, México Insurgente y en Campanas Rojas.
 Conformó con Juan Bañuelos, Oscar Oliva, Jaime Labastida y Jaime Augusto Shelley el famoso grupo de “La espiga amotinada”. Y aunque su obra poética es tal vez menos conocida que la de sus colegas, hay ciertas piezas como “Asela” que revelan el temperamento lírico que Laco poseía y que ejerció principalmente en su prosa narrativa (y que fue antologado en Poesía en movimiento por Octavio Paz, José Emilio Pacheco, Alí Chumacero y Homero Aridjis).
 Desde muy joven Laco tuvo inquietudes políticas. Militó en el Partido Obrero Campesino, en el Partido Comunista Mexicano y se alistó como miliciano cuando el ataque a Playa Girón (1961). Fidel Castro se refería a él como “México”. Fue cofundador y miembro del Partido Socialista Unificado de México y del Partido Mexicano Socialista, por el que fue precandidato a la Presidencia junto con Heberto Castillo. Fue también cofundador del Partido de la Revolución Democrática. Invirtió buena parte de su vida al quehacer político desde la izquierda y con espíritu abierto y progresista.
 Durante la mayor parte de su vida fue un hombre querido y admirado por propios y extraños pues era alegre, generoso, con talento, comprometido, echado para delante y muy popular. A las generaciones más jóvenes siempre nos ayudó y nos apoyó ya fuera invitándonos a participar en lecturas, cursos y talleres o mediante su amistad y compañerismo. Por él conocí y me hice amigo del chileno Poli Délano cuando vivía en Cuernavaca, amistad que perdura hasta nuestros días.
 Pero entre 1994 y 1997 tuvo un tropezón: aceptó ser secretario de Gobierno de Chiapas, acaso con el anhelo de ayudar a su estado, con los gobernadores Eduardo Robledo Rincón y Julio César Ruiz Ferro. Eso le creó muchos problemas, animadversiones y enemistades. Su popularidad se vino abajo e incluso sus mejores amigos rompieron con él, y le adjudicaron la responsabilidad de algunos actos lamentables. Eso resultó para él un golpe tan severo que cambió hasta su personalidad y natural alegría. Pero en su fuero interno no se dejó amilanar y su respuesta fue ponerse a escribir la saga familiar que había tenido en mente durante años.
 En 2005 publica Las grandes lluvias, a la que le siguen Tocar el fuego, Sobre esta tierra y Viento del siglo, su tetralogía que da cuenta de diversas épocas y leyendas familiares, conflictos sociales y naturales en el estado de Chiapas.
 Para quien haya conocido bien o leído con atención a Eraclio Zepeda sabrá que él era incapaz de un acto criminal o canallesco; su espíritu y su actitud ante la vida era el de un hombre probo preocupado por el bienestar de los más necesitados, como se lee en su obra. Si acaso cometió algunos errores, fueron más de negligencia e ingenuidad que de perversidad. A él bien se le podía aplicar lo que comenta uno de sus personajes, “quien dice verdad le huele la boca a hierbabuena”.
 Eraclio Zepeda: gran escritor, gran amigo, gran mexicano.  


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