Revista
Proceso # 2025, 22 de agosto de 2015..
Fosas de San Fernando Las
torpezas de la PGR/Marcela Turati.
REPORTE
ESPECIAL
Lo
que se oculta a las familias
La
PGR ha escamoteado información relevante a familiares de las 193 personas
desenterradas en abril de 2011 de las fosas de San Fernando, Tamaulipas.
Características físicas y odontológicas, descripciones de tatuajes y
fotografías de pertenencias y de ropa no han sido comunicados a familiares para
que éstos puedan identificar a sus parientes desaparecidos. Más aún, la
procuraduría cometió errores en el registro de los cadáveres y traspapeló
expedientes, revela una investigación que, con el apoyo de la Fundación Ford,
presentan Proceso, la División de Estudios Internacionales y la Maestría en
Periodismo y Asuntos Públicos del CIDE.
Hace
cuatro años y un mes Javier desapareció sin dejar rastro. Iba camino a Estados
Unidos. Pero su madre, Ana, aún cree que el tercero de sus cuatro hijos vive.
Si no fuera así, afirma, su fantasma ya se le hubiera aparecido, lo hubiera sentido
sobre su regazo esperando que ella repitiera ese ritual amoroso de rascarle los
granitos de la espalda.
#
La
negligencia que lleva a la fosa común/MARCELA
TURATI
Cuando
en abril de ese año los cadáveres fueron trasladados a la Ciudad de México, de
105 se había obtenido el perfil genético (mediante pruebas de ADN) y 15 estaban
“en proceso”. En tanto, 95 habían sido registrados con identidad desconocida,
23 estaban identificados y dos no tenían especificado ningún estatus.
Salvo
cuatro cuerpos que estaban desnudos, los demás tenían ropa. Algunos llevaban en
el bolsillo identificaciones o accesorios. Además, 17 estaban tatuados.
Pero
parece ser una regla que la PGR guarda para sí datos valiosos, como las fotos
de las vestimentas y los equipajes, las descripciones de los tatuajes o de las
dentaduras de los cadáveres, que podrían servir a los familiares para
identificar a algún familiar y reclamarlo. Faltaría sólo que una prueba
genética confirmara las coincidencias.
Integrantes
de 11 familias con parientes desaparecidos en San Fernando fueron entrevistados
en Michoacán y Guanajuato para esta investigación. La mayoría afirmó que en la
PGR nunca les mostraron la ropa que llevaban los muertos, ni fotografías de los
cuerpos o sus pertenencias.
Tres
familias del municipio michoacano de Tiquicheo de Nicolás Romero mencionaron
que a ellos sí les permitieron ver evidencias para que se convencieran. Uno de
los casos fue el de los parientes de Vicente Piedra García, quienes, sin
embargo, enterraron con dudas el cadáver que les fue entregado porque no les
pareció familiar la dentadura que éste tenía.
En
cambio, la madre del joven Misael Cruz Benítez no aceptó el cadáver que le
daban, pues sólo le mostraron fotografías de un esqueleto. Le dijeron que había
70% de probabilidades de que fuera su hijo y que éste se encontraba desnudo. A
ella la evidencia no le pareció definitiva, pues le mintieron. Todos los
cuerpos que habían sido recientemente enterrados en esas fosas llevaban ropa.
“No
nos gustó que las pruebas de ADN que decían que eran de él (de Misael) estaban
como a 70% de coincidencia. Con 90% hubiera sido otra cosa. No nos enseñaron su
ropa. Nos dijeron que ninguno traía ropa y las fotos estaban muy borrosas. Se
veía un cuerpo viejo y a él lo acababan de secuestrar días antes de que
hallaran las fosas. La base de datos la tenían mal acomodada en la computadora.
Tenían mal los nombres de sus papás y su edad”, explica una pariente de Misael,
que pidió el anonimato, en una entrevista realizada en la comunidad Los
Limones, Michoacán.
Únicamente
alcanzó paz y resignación la familia de Raúl Arreola Huaracha, oriundo de
Celaya, quien fue identificado por los tatuajes.
Conteos
mortuorios
Detalles
no dados a conocer que podrían servir para identificar los cuerpos hallados en
las fosas de San Fernando, así como fallas cometidas en la cadena de custodia
de sus pertenencias, dan cuenta de por qué cada año tantas miles de personas
son enviadas a fosas comunes.
De
2006 a 2012 la base nacional de perfiles genéticos de la PGR recibió los datos
de 15 mil 618 cadáveres correspondientes a desconocidos que murieron de forma
violenta. Sólo 425 fueron identificados, según un informe oficial publicado por
La Jornada el 2 de enero de 2013.
En
2012 la cifra de cuerpos lanzados a fosas comunes ascendía a 24 mil 102, de
acuerdo con el conteo que el reportero Víctor Hugo Michel publicó en el diario
Milenio el 28 de octubre de ese año. Dicha cifra la calculó con base en
solicitudes de información a través de las leyes de transparencia en cada
estado. Desde entonces la cifra se incrementó. Durante el primer año y medio de
gobierno de Enrique Peña Nieto otros 3 mil 602 cuerpos no identificados fueron
lanzados a fosas comunes, a un ritmo de seis por día. Ese número no incluye
Tamaulipas, cuyas autoridades nunca han respondido a las solicitudes de
información.
Más
allá de las cifras, el aspecto más importante de estos conteos es cuántos de
esos cadáveres han sido identificados. Es allí donde impera la imprecisión.
Según
las respuestas ofrecidas por la PGR a reporteros de distintos medios de
comunicación –entre ellos Proceso–, se ha logrado identificar entre 3% y 20% de
los cadáveres que quedan bajo su custodia.
Roxana
Enríquez Farías, directora del Equipo Mexicano de Antropología Forense (EMAF),
remarca la importancia de registrar correctamente los datos en una ficha
forense: una descripción detallada del cuerpo, sus señas particulares y sus
pertenencias, el cálculo de la posible fecha de muerte; así como establecer la
cadena de custodia para conservar las pertenencias de la persona fallecida. El
objetivo es tener un registro bien organizado y, de preferencia, sistematizado.
Ello, señala, permite que menos personas sean enterradas sin nombre.
En
entrevista, Enríquez explica que el tiempo estimado de muerte permite hacer un
filtro entre los desaparecidos. Al mismo tiempo, agrupar los datos de los
restos por grupos de edad o características similares crea un nuevo tamiz.
Comenta que dicha información puede ponerse a disposición de familiares de
desaparecidos con el propósito de establecer un “mecanismo de consulta para
poder cotejarla”.
La
antropóloga forense participó en la exhumación de los restos del luchador
social Rosendo Radilla, desaparecido en los años setenta, así como los de
Brenda Damaris, en Nuevo León. Trabajó también en la violenta Ciudad Juárez,
donde observó que durante un tiempo se publicaban en los periódicos las
descripciones de la ropa de los cadáveres no identificados con el propósito de
que las familias pudieran reclamarlos antes de que fueran enterrados de manera
anónima en el cementerio municipal. Aunque a mucha gente le parecía una
iniciativa de mal gusto, funcionó.
Eso
mismo ocurre en comunidades campesinas de Perú o de Guatemala, donde se
realizan exposiciones itinerantes de la ropa de las personas halladas en fosas.
En Colombia y Sarajevo se imprimen fotografías con las pertenencias que
llevaban los cadáveres a la espera de que alguien llegue a reclamarlos.
Los
manuales de buenas prácticas para manejo de cuerpos en casos de desastres o de
violaciones a los derechos humanos, elaborados por organizaciones como la ONU,
el Comité Internacional de la Cruz Roja, las organizaciones Mundial y
Panamericana de la Salud, así como los protocolos de la propia PGR, mencionan
que las ropas, pertenencias y descripciones exhaustivas de los cadáveres son
clave para lograr una buena identificación.
El
Libro Blanco que la PGR publicó al final del sexenio de Felipe Calderón informa
que se invirtieron 617 millones de pesos para dotar de infraestructura y equipo
especializado, con tecnología de punta, a los servicios periciales federales.
Presumía la existencia de un sistema automatizado de identificación de huellas
dactilares y una base de datos genética que hasta ese momento almacenaba 15 mil
perfiles. La plantilla de peritos, además, creció 36%, de mil 51 a mil 432.
En
agosto de 2013, la PGR firmó un convenio de colaboración con el Equipo
Argentino de Antropología Forense y organizaciones centroamericanas y
mexicanas. Su propósito: identificar a las víctimas de las masacres de 72
migrantes (2010), de las 49 personas halladas en Cadereyta, Nuevo León (2012),
y de las cuales sólo existen torsos, así como de los 193 exhumados de las fosas
de San Fernando (2011).
De
las osamentas que fueron recuperadas de las tres masacres y que fueron lanzadas
a fosas comunes, sólo 15 fueron identificadas; cuatro de ellas eran de las
fosas descubiertas en San Fernando en 2011.
#
El
control que Los Zetas ejercían sobre esa ruta no comenzó en los días previos al
hallazgo de las fosas. El camino era suyo desde tres meses antes, por lo menos.
Las fichas técnicas de las fosas de San Fernando indican que en éstas había
víctimas de ataques anteriores a marzo de 2011 –uno de éstos ocurrido en enero
de ese año.
Durante
esos cuatro meses el Estado mexicano cedió a Los Zetas el control de esa
importante carretera –una de las principales rutas migratorias hacia Estados
Unidos– a pesar de que entre el 16 y el 23 de mayo de 2011 la entonces
Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada
(SIEDO) citó a declarar a 19 choferes y a un gerente de Ómnibus de México. Este
último declaró que esa compañía avisó a la delegación de la Secretaría de
Comunicaciones y Transportes en Tamaulipas que grupos armados estaban secuestrando
a pasajeros. Pero la dependencia no hizo nada, según reportes internos de la
SIEDO a los que tuvo acceso la reportera.
Estos
papeles consignan que la SIEDO confeccionó una lista de 127 pasajeros
mexicanos, dos estadunidenses y un guatemalteco que fueron bajados de los
autobuses entre el 23 y el 30 de marzo de ese año. Precisan que ocho
sobrevivientes indicaron, en diferentes momentos, el lugar donde se encontraban
las fosas clandestinas cavadas por Los Zetas. Más aún, los sobrevivientes
también señalaron la existencia de campamentos en los que había entre 80 y 90
personas secuestradas.
San
Fernando, Tamaulipas, ya era conocido a escala internacional debido a la
masacre de 72 migrantes, los cuales iban en dos camiones de carga que cruzaban
ese municipio. En agosto de 2010 sus cuerpos fueron descubiertos a la
intemperie porque los asesinos no tuvieron tiempo para enterrarlos.
¿Cómo
fue posible que la tragedia se repitiera de manera sistemática en el mismo
sitio y no se conociera hasta abril de 2011, ya con 193 víctimas mortales?
El
17 de enero de aquel año los jóvenes Leonardo Rafael Ventura Tavera y Noé
Cortés Hernández, de San Felipe Torres Mochas, Guanajuato, fueron capturados
por Los Zetas cuando cruzaban San Fernando en un auto particular. Los familiares
de Leonardo interpusieron en Guanajuato una denuncia tres días después del
hecho.
En
abril informaron a la Procuraduría General de la República (PGR) que el cuerpo
se encontraba en una brecha cuya ubicación les indicó un sobreviviente. En
efecto, fue hallado el 8 de abril en esa brecha, cuando las autoridades
buscaban las fosas. Pero no fue sino hasta 2015, gracias a la intervención de
peritos del Equipo Argentino de Antropología Forense, que funcionarios de la
PGR les notificaron del hallazgo; el cadáver había permanecido cuatro años en
una fosa común de Tamaulipas. En el traslado a la Ciudad de México perdieron
parte del esqueleto.
Cables
diplomáticos
Antes
de que el gobierno de Tamaulipas informara sobre los secuestros de los
autobuses ya se contaba con información de que algo pasaba en esa carretera.
El
cable número 20110215 enviado al Departamento de Estado por el consulado de
Estados Unidos en Matamoros –y desclasificado por la organización National
Security Archive– indica que en febrero de 2011 comenzaron a encontrarse autos
calcinados en las carreteras, y empezó a saberse del secuestro de pasajeros que
viajaban en autobuses, e incluso de asesinatos por fuego cruzado. Uno de éstos
ocurrió el 13 de febrero de ese año, donde falleció una mujer que viajaba en un
autobús de la línea Futura, según consignó la agencia Notimex. Un día después
23 pasajeros de un autobús que transitaba por la carretera entre Ciudad
Victoria y Matamoros fueron obligados a bajar y despojados de sus pertenencias.
El
cable 20110406, redactado el 6 de abril de ese año –una vez descubiertas las
fosas–, menciona los primeros datos que recibió el consulado de Estados Unidos
en Matamoros por parte de funcionarios mexicanos: Los cuerpos probablemente
eran de narcotraficantes, secuestrados o víctimas de la violencia carretera. El
reporte termina con un comentario: “De acuerdo con fuentes oficiales, al menos
24 personas han sido secuestradas en las carreteras de Tamaulipas en semanas
recientes, incluido un grupo obligado a bajar de un camión interurbano el 23 de
marzo”.
El
cable 20110408, del 8 de abril de ese año, dirigido al Departamento de Estado,
revela una historia que apenas comenzaba a publicarse en algunos diarios
regionales: “El 19 de marzo miembros del crimen organizado secuestraron a 24
personas de un autobús público originario de San Luis Potosí que viajaba a
Reynosa. El 24 de marzo secuestraron a 12 personas de un camión originario de
Michoacán. También el 24 plagiaron a los 48 pasajeros de un camión de
Guanajuato que iba a Reynosa. Los tres cerca de San Fernando”.
Secuestros
masivos
Pero
no fueron sólo tres casos. Tampoco seis, como declaró tras ser capturado uno de
los perpetradores de estos crímenes: Édgar Huerta Montiel El Guache. Según la
búsqueda hemerográfica realizada por este equipo de investigación, fueron más
los episodios en que Los Zetas detuvieron, secuestraron o asesinaron a
pasajeros de autobuses en otras rutas.
El
17 de marzo y el 5 de abril de 2010 la tragedia había tocado ya a dos grupos de
migrantes, el primero de 17 y el segundo de 23 personas. Provenían de los
estados de Querétaro, San Luis Potosí e Hidalgo. Desaparecieron cuando se
aproximaban a ciudad Miguel Alemán, Tamaulipas, según una nota de El Universal
del 17 de marzo de 2011.
A
principios de 2011 se hicieron más frecuentes los plagios masivos, y para marzo
de ese año ocurrían con sólo días e incluso horas de diferencia. A las
terminales llegaban más maletas que pasajeros. A pesar de ello las líneas de
autobuses no dejaron de vender boletos.
El
18 de marzo de 2011 desaparecieron cinco michoacanos de Purungueo que viajaban
en un camión de Ómnibus que salió de Morelia. El 19, según el cable 20110408 de
la embajada estadunidense, 24 personas fueron bajadas de un autobús que partió
de San Luis Potosí. El 21 de marzo de ese año fueron secuestrados 23 migrantes
oriundos de San Luis de la Paz, Guanajuato, que se trasladaban en un autobús
particular que se dirigía a Camargo, Tamaulipas.
El
24 de marzo se registró el rapto de 12 personas que viajaban en un Ómnibus de
México que salió de Morelia. Ese mismo día Los Zetas plagiaron a los 48
pasajeros de un autobús proveniente de Guanajuato que iba a Reynosa, según
consignó el citado cable 20110408.
Los
días 25 y 26 de marzo fueron detenidos otros camiones de las líneas Ómnibus y
Futura que se dirigían a Reynosa y Matamoros.
El
28 de ese mismo mes otros tres autobuses fueron interceptados por Los Zetas:
dos de la compañía Ómnibus de México (uno que partió de Morelia, el otro de
Celaya), y el tercero de la línea Futura que salió de Guanajuato con destino a
Matamoros. Los tres fueron detenidos a la altura de San Fernando. Sus pasajeros
fueron bajados. Los cadáveres de algunos de ellos fueron encontrados en las
fosas; otros se encuentran desaparecidos.
Uno
de los pasajeros de ese autobús que partió de Guanajuato era Eleazar Martínez
Camacho, quien después sería el primer guanajuatense identificado en las fosas
de San Fernando. Viajaba con tres amigos que también desaparecieron. Del
mencionado camión de la línea Futura fue bajado un grupo de jóvenes de Irapuato
que iban a ser contratados en Estados Unidos como jardineros.
Un
día después, el 29 de marzo, también fue plagiado un autobús que salió de
Querétaro con destino a Matamoros. El 1 de abril de 2011 desapareció en un
camión Martín Vega Arellano, el primer queretano identificado en las fosas de
San Fernando.
Ha
sido difícil determinar las marcas y los números de los autobuses de los que
fueron bajadas personas, debido a que pocas notas informativas consignan esos
datos y otras confunden el origen y los destinos. De acuerdo con la búsqueda
hemerográfica realizada para esta investigación, las líneas que trasladaron a
esos pasajeros fueron Ómnibus de México, Transpaís, Futura, ADO y Pirabús.
Ninguna
de las compañías de autobuses ha presentado una queja formal sobre los ataques
de los miembros del crimen organizado a los autobuses o a los pasajeros, a
pesar del hecho de que los secuestros habían sido generalizados. (…) Las
autoridades sólo habían recibido dos reportes no oficiales de dos de los
secuestros masivos de pasajeros del 24 de marzo, aunque en privado las
autoridades reconocieron que los secuestros son comunes”, dice el citado cable
número 20110408.
El
control carretero de Los Zetas se extendió por otras regiones de Tamaulipas y
estados colindantes, donde también ocurrieron desapariciones masivas,
principalmente en Coahuila y Nuevo León.
El
escándalo mediático por el hallazgo de las fosas no frenó el fenómeno. El
periódico de McAllen The Monitor, así como diarios mexicanos y redes sociales,
dieron cuenta del secuestro, el 16 de julio de 2011, de cuatro autobuses en San
Fernando que fueron rescatados por el Ejército gracias a los mensajes que iban
enviando algunos pasajeros.
Otros
secuestros de autobuses se repitieron los días 14, 16 y 29 de septiembre de
2011. En esta última fecha desaparecieron 14 artesanos que viajaban en un
autobús marca Dina, modelo 1983, que salió del municipio de Tecamachalco,
Puebla, con destino a Tamaulipas.
En
la primera semana de septiembre de 2014 fue detenido otro camión que cubría el
trayecto Ciudad Victoria-Matamoros, y del cual seis jóvenes fueron obligados a
bajar, según una nota del diario El País publicada el 25 de ese mes.
En
enero de 2015 Tamaulipas encabezaba la lista de casos de secuestro en el país:
Según el Registro Nacional de Datos de Personas Extraviadas o Desaparecidas
(RNPED), la entidad con más desaparecidos entre 2007 y 2014 es Tamaulipas, con
5 mil 293 casos (23% del total).
El
problema continúa. Las carreteras siguen siendo un peligro. Una alerta del
Departamento de Estado, emitida el pasado 13 de abril, pide a sus ciudadanos
evitar cualquier carretera de Tamaulipas: “Algunos objetivos de los grupos
delictivos son autobuses de pasajeros públicos y privados que viajan a través
del estado. Estos grupos a veces toman a todos los pasajeros como rehenes y
exigen el pago de rescates’’.
#
Las
fichas forenses de 120 cuerpos descubiertos en abril de 2011 en las llamadas
fosas de San Fernando –trasladados
posteriormente al Distrito Federal– arrojan información sobre los métodos
usados por Los Zetas para asesinar, perfilan algunas características de sus
víctimas y exhiben errores cometidos por peritos forenses que podrían ser la
causa de que algunas familias sigan buscando sin éxito a un pariente
desaparecido.
Las
dudas de Jovita/MARCELA
TURATI
En
diciembre de 2012 funcionarios de la PGR le entregaron a la familia Gallegos
dos urnas con las supuestas cenizas de sus parientes Luis Miguel e Israel,
cuyos cadáveres fueron hallados casi dos años antes en las fosas de San
Fernando. Jovita y María Guadalupe, madre y hermana de los muchachos,
recibieron las urnas y las enterraron… pero no están seguras de que hayan sido
los restos de sus familiares. Sus dudas tienen fundamento: el expediente
forense revela que los peritos cometieron errores con las pruebas de ADN. Este
caso pone en evidencia un proceder al parecer recurrente en la procuraduría:
cremar los restos. Con ello los yerros oficiales se vuelven ceniza.
El
28 de marzo de 2011 los hermanos Israel y Luis Miguel Gallegos Gallegos, de 19
y 22 años, se despidieron de su madre, Jovita, y de sus hermanos y sobrinos.
Viajaron a Querétaro para abordar un autobús de la línea Ómnibus de México que
tenía Reynosa como primer destino. Ambos masticaban la ilusión de llegar hasta
Michigan para reunirse con sus otros hermanos.
Iban
decididos a cambiar el paisaje de mezquites, nopaleras, jacarandas y árboles de
granada que rodea su modesto ranchito familiar en Tierra Blanca, Guanajuato,
construido con años de trabajo indocumentado en Estados Unidos y de veranos de
pizcas de jitomate en Zacatecas a cambio de 100 pesos la jornada.
Viajaban
con sus primos, Armando y Alejandro Gallegos Hernández, también de Tierra
Blanca.
Pero
en el camino se les cruzaron Los Zetas a la altura de San Fernando. Vino
entonces la barbarie. La muerte por cráneo roto. El entierro a cerro pelón. El
desentierro por parte de soldados y peritos de Tamaulipas. El traslado a la
Ciudad de México en un tráiler. La plancha metálica del Servicio Médico
Forense. El limbo entre los análisis y los trámites burocráticos. El segundo
entierro en la fosa común del Panteón de Dolores.
La
madre de los Gallegos, Jovita, nunca ha entendido por qué los restos de Israel
y Luis Miguel no los regresaron al mismo tiempo que los de sus primos Gallegos
Hernández, aunque murieron juntos. El 16 de mayo de 2011 Tierra Blanca había
recibido un ataúd con el cadáver de Armando y tres semanas después, el 6 de
junio, otro con el de Alejandro.
No
eran los únicos guanajuatenses descubiertos en las fosas cavadas por Los Zetas
y devueltos a sus familias. También fueron localizados Eleazar Martínez y José
Ávila Rosas, de Irapuato; Jorge Antonio Zavala González, de Valle de Santiago,
y Raúl Arreola Huaracha, de Celaya. Este último de origen guanajuatense pero
con nacionalidad estadunidense, cuya embajada en México reclamó información de
su paradero.
Sin
embargo, los expedientes de los 120 cuerpos rescatados de las fosas de San
Fernando que quedaron bajo tutela de la Procuraduría General de la República
(PGR) –a los que tuvo acceso la reportera–, muestran omisiones y errores
absurdos.
Tal
fue el caso de los expedientes de los hijos de Jovita.
Tres
veces ella se hizo pruebas de ADN para que las contrastaran con los cadáveres
de la fosa donde fueron hallados los primos de sus hijos.
Un
año y nueve meses después, en diciembre de 2012, funcionarios de la PGR le
entregaron a la familia Gallegos dos urnas adornadas con querubines, llenas de
cenizas. Le aseguraron que ahí estaban los restos de Israel y Luis Miguel. A
Jovita todavía se le llenan los ojos de lágrimas al recordar ese momento. No
puede hablar.
Es
su hija, María Guadalupe, la que lo cuenta: “A mi mamá le dio sentimiento
porque así le mandaron a mi papá del otro lado: en cenizas. Decía: ‘¿Cómo es
que mis hijos corren la misma suerte?’”.
Ahora
es María Guadalupe quien no puede seguir con el relato. Sus ojos parecen un
estanque a punto de desbordarse. Fue ella la que recibió las urnas con las
cenizas. En la PGR no le dieron más opción. El esposo de Jovita, padre de sus
11 hijos, murió 17 años antes en un accidente carretero cuando trabajaba en
Estados Unidos. Treinta mil pesos le cobraban por repatriar el cadáver en un
ataúd. No tuvo dinero para ello; por eso, sólo por eso, lo aceptó vuelto
cenizas.
“Como
los cuerpos ya estaban descompuestos y contaminaban por ahí donde iban pasando,
me dijeron que sólo así los iban a dar”, explica María Guadalupe con voz
temblorosa. Le pesa como lápida sobre el corazón ese papel que jugó de
representar a la familia frente a la burocracia.
Entonces
Jovita saca su voz. “Yo le dije: ‘Ai así te los van a dar, ya mejor ni los
recibas’. ¿Para qué?”, dice sin mirar a su hija.
Cadena
de errores
A
las 08:30 horas del 30 de noviembre de 2012, el último día del sexenio de
Felipe Calderón, un grupo de funcionarios con una orden judicial, ayudados por
panteoneros, abrieron la fosa común donde fueron lanzados los cuerpos de San
Fernando. Pasaron todo el día seleccionando los restos que buscaban. Se
retiraron al atardecer, cuando los 10 cadáveres que exhumaron se habían
convertido en cenizas.
Ocho
guatemaltecos fueron cremados junto con los hermanos Gallegos. La PGR los
identificó como William, Bilder Osbely, Delfino, Erick Raúl, Gregorio, Jacinto
Daniel, Marvin y Miguel Ángel.
El
crematorio del panteón de Dolores fue donde se mezclaron los horrores ocurridos
en Tamaulipas. Uno de los guatemaltecos había perdido la vida ocho meses antes
que el resto, en la matanza de los 72 migrantes ocurrida en agosto de 2010,
también a manos de Los Zetas, también en San Fernando. Los demás venían de las
fosas halladas en 2011 en ese municipio. Todos habían sido trasladados al Distrito
Federal y coincidieron en la misma fosa.
La
orden de cremación fue firmada por el agente del Ministerio Público José Rojas,
como consta en los oficios en poder de la reportera. Después se explicó que
dicha cremación se realizó por razones sanitarias.
No
valió la petición que organizaciones de defensa de los derechos de migrantes le
hicieron a la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) para que
impidiera la destrucción de esos 10 cuerpos. Tampoco los argumentos de que no
se podían quemar cadáveres si aún no acababa el procedimiento penal en un caso
tan grave como el de las masacres perpetradas por Los Zetas; más aún, si los
familiares de las víctimas no lo autorizaron.
Pero
la CNDH no intervino.
El
2 de diciembre de 2012, un año y nueve meses después de haber sido asesinados y
desaparecidos por Los Zetas, los restos de los hermanos Gallegos, vueltos
cenizas, fueron enterrados por su familia, bajo una plancha de cemento colado
que tiene como único adorno dos cruces de metal financiadas por el
ayuntamiento. Ahí quedó escrita como fecha de su muerte el 8 de abril de 2011,
el día del hallazgo de las fosas.
Jovita
no cree que enterró a sus hijos. Y tiene fundamentos para dudarlo. También para
reclamarle al gobierno por una cadena de errores que los funcionarios
cometieron en su caso y que resolvieron convirtiendo los cuerpos en cenizas.
El
engaño
En
las fichas forenses realizadas en abril de 2011, el mismo mes de la exhumación,
uno de los dos hermanos Gallegos Gallegos, aparentemente Luis Miguel, el mayor,
está registrado como plenamente identificado por su coincidencia con el ADN de
Jovita y por las pruebas antropológicas, de dactiloscopia y odontología
genética.
Era
el cadáver 18 de la fosa 4. Ese mismo mes, el cadáver 15 de la fosa 1 también
estaba identificado (vía ADN) como el del primo Armando. En ese momento algo
pasó, que el caso quedó en el limbo de la burocracia.
La
causa de la tardanza de la identificación podría estar contenida en unos
oficios que integran el expediente SIEDO/UEIS/AC/044/2011 y 0092/2012, al cual
tuvo acceso esta reportera, en el que se registra que el 2 de junio de 2011 las
muestras de ADN de la señora Jovita y de un hijo llamado José fueron
confrontadas con el cadáver 18 de la fosa 4. Coincidieron. El dictamen lo firmó
el perito Adrián Bautista.
Jovita
sabe algo de los orígenes del enredo que dilató la entrega de los cuerpos. Sabe
que Luis Miguel fue identificado rápido por la PGR, pero con Israel fue
distinto, pues “estaban en duda porque tenía un tatuaje. Daban todas las
pruebas bien (de ADN), pero no era (Luis Miguel) porque tráiba un tatuaje como
en la espalda”.
Su
hija se tensa. La voz se le extingue por los nervios, como reprimiendo el
llanto.
Jovita
y María Guadalupe dijeron que no recibirían al cadáver tatuado porque ninguno
de los Gallegos tenía sellos en la piel. A Israel le gustaba pintarse letras
con tinta en la mano pero nunca se había tatuado. Siempre que trabajaban en la
casa se quitaban la camiseta; ellas conocían sus cuerpos.
Incrédulas,
las mujeres pidieron que les mostraran una fotografía, las ropas que traían
esos cuerpos, sus pertenencias, algo, para tener una segunda prueba de que el
tatuado era su hijo y su hermano, respectivamente. La respuesta de la PGR fue:
no tenemos nada.
Les
mintieron.
En
el expediente consultado para esta investigación aparecen las fotografías de
los hermanos Gallegos y de sus ropas.
La
PGR guarda pistas valiosísimas de los cuerpos, como las piezas dentales, las
ropas o incluso medallitas, crucifijos y carteras con identificaciones que
portaban al morir, pero que no han compartido para hacer que las familias
encuentren esa pequeña pista que les devuelva el cuerpo que añoran enterrar.
La
única imagen que los funcionarios de la PGR mostraron a Jovita y a su hija fue
la engañosa foto de un tatuaje desconocido. Y la dependencia siguió con el
engaño.
El
12 de enero de 2012, nueve meses después de que Luis Miguel había sido
identificado, en un oficio interno de la dependencia se solicita al funcionario
Miguel Óscar Aguilar, director general de la Coordinación de Servicios
Periciales, designe a un perito que procese las muestras genéticas tomadas a la
madre y ahora también a María Guadalupe para que se elaboren, otra vez, los
perfiles genéticos de los dos hermanos y se confronten con dos cadáveres.
El
23 de enero se especifica que la confronta se haría con las muestras del fémur
del ya reconocido cadáver 18 y del 22 de la fosa 4. El 11 de mayo se incluye en
la orden al cuerpo 44, recuperado en el mismo lugar.
El
oficio DGCSP/DSATJ/643/2012, firmado por Martín Ríos Pérez y dirigido al
químico Alfonso M. Luna Vázquez, director del área de Biología Molecular,
anuncia lo que en la PGR parece una constante: que las muestras habían sido
erradas.
“Con
carácter de urgente rinda un informe en relación con los hechos derivados del
cambio de muestras biológicas relacionadas a los 120 cadáveres localizados en
el estado de Tamaulipas relacionados con la averiguación previa
PGR/SIEDO/UEIS/197/2011, pues se presume existencia de irregularidades en
relación con la recepción de muestras”, se asienta en el oficio.
Una
copia de estos documentos llegó a la directora de Servicios Periciales de la
PGR, Sara Mónica Medina Alegría.
El
escrito pide que se detalle la secuencia de la toma de muestras, además de los
nombres del personal que intervino en la operación. Al final de la
investigación, dos peritos fueron sindicados como responsables del error: Berna
del Carmen Uribe y Pedro Gabriel Suárez.
A
partir de ahí, silencio. El expediente que esta reportera consultó se corta en
ese tramo, cuando dentro de la PGR se reconocen los errores que afectaban la
identificación de varias de las víctimas, como ocurrió en otros casos, por
ejemplo el del Campo Algodonero, la matanza de los 72 migrantes o Ayotzinapa.
Lo
siguiente que se conoce es que los hijos de Jovita fueron reducidos a cenizas.
Con ello las evidencias se volvieron humo. A pesar de conocer el error,
aparentemente la PGR no rectificó.
Con
dudas, Jovita y su familia enterraron a dos cadáveres que desconocen si eran de
su sangre.
María
Guadalupe recuerda bien cómo fue el abrupto desenlace: “Dijeron de PGR: ‘Vamos
a hacer más estudios, comprobar las muestras’, querían estar seguros. La última
vez me dijeron de PGR que sí era él porque daba (positivo) con el ADN de las
muestras de mi mamá. No los entregaron. Nos dijeron que todas las muestras
daban bien, que mi hermano era el del tatuaje”.
En
la PGR le dijeron que antes de asesinarlo le hicieron un tatuaje para
obstaculizar su identificación. Esta “lógica” no ha sido suficiente para
espantar la incertidumbre que ronda como fantasma por el ranchito de los
Gallegos.
“Las
dudas no se acaban, pero ya es más tranquilidad que recién pasado. A veces creo
que puede pasar lo de las novelas que dicen que cuando ya lo habían enterrado,
el difunto de repente llega.”
Jovita
sonríe con picardía.
La
única certeza que tiene es que enterró para siempre un sueño recurrente y
alegre en el que veía a sus dos hijos regresando a casa.
*Marcela
Turati realizó la investigación e integró la base de datos con el apoyo del
analista Juan Carlos Solís y la reportera Thalía Güido. Carlos Bravo Regidor y
Homero Campa fueron responsables de la edición. Carlos Heredia y Ricardo
Raphael, del CIDE, son los coordinadores generales del proyecto auspiciado por
la Fundación Ford.
#
Embrollos
y pifias de la Procuraduría/MARCELA
TURATI
En
el primer registro que la Procuraduría General de la República (PGR) realizó de
120 de los 193 cadáveres exhumados en abril de 2011 de las fosas de San
Fernando, Tamaulipas –luego trasladados al Servicio Médico Forense de la Ciudad
de México– se aprecian diversos errores y contradicciones que pudieron
obstaculizar la identificación.
Entre
ellos: discrepancias entre forenses sobre cuestiones tan básicas como el sexo,
que en dos casos fue registrado con ambos; expedientes traspapelados con
exámenes de otros cuerpos; falta de ubicación de la fosa de la que fueron
extraídos o ausencia del número de averiguación previa; toma de muestra
genética a la esposa del finado aunque no compartan la misma sangre.
Así,
el cadáver 1 de la fosa 1 fue encontrado decapitado. Sin embargo, la ficha
forense indica que le aplicaron los exámenes de dactiloscopia, antropología y
odontología genética… a dientes que no había.
El
10 de la fosa 4 tiene traspapelados los estudios odontológicos del 7 de la fosa
4.
El
16 de la fosa 4 tenía entre sus pertenencias un documento de identidad, pero, a
diferencia de los demás, carecía de perfil genético.
Algunos,
como el 42 de la fosa 4 o el 2 de la fosa 1, fueron identificados mediante
pruebas de ADN contrastadas con las de algún familiar, pero en el mismo
expediente quedó asentado que no estaban identificados.
Llama
la atención que cada ficha forense tiene la misma fecha de llenado, como si los
médicos hubieran visto el mismo día a la misma hora a un grupo tan amplio de
120 cuerpos. El certificado de defunción data del 12 de abril, el mismo día que
llevaron los cadáveres a la morgue de Tamaulipas.
El
20 de abril se fijó como día del embalsamamiento general.
En
un informe se señala que el médico forense de la PGR José López Pintor se
incorporó a la tarea el 15 de abril, pero en algunas fichas quedó asentada su
firma el 14 del mismo mes.
Al
cadáver 3 de la fosa 4 le hicieron un examen dactilar de una mano el 15 de
abril, y el 22 de la otra.
El
4 de la fosa 1, registrado como de identidad desconocida, llevaba entre sus
artículos personales un rosario metálico con cuentas de plástico rojo, dos
monedas de dos pesos, una de 50 centavos y un boleto de Ómnibus de México donde
normalmente se anota el nombre del pasajero, el número de camión y el asiento.
Situación
similar es la del 12 de la fosa 1: fue registrado como desconocido aunque se le
encontró un boleto con el nombre del municipio del que salió (Ezequiel Montes,
Querétaro), el folio 00470, la fila 06 en un autobús Primera Plus Flecha
Amarilla. Entre sus pertenencias había una cintilla azul de 22 centímetros con
la leyenda “San Juditas Creo en Ti”.
Los
identificados con los números 7 y del 29 al 43 presentan todos sus estudios reglamentarios,
pero en sus fichas no se indica ni averiguación previa ni fosa de la que fueron
exhumados.
El
cadáver 2 parece estar en una situación similar, a la cual se suma un error: el
forense de la PGR indica que es mujer; el embalsamador particular registra que
es hombre.
Este
expediente salta del cadáver 8 al 11, le faltan el 9 y el 10.
El
17 de la fosa 1 fue registrado como identificado por la credencial de elector
que llevaba, pero hasta ese momento no se le habían practicado análisis de ADN.
El
26 de la fosa 1 estaba registrado como desconocido aunque sus tatuajes eran
inconfundibles: “Protégeme” a cinco tintas, una Virgen de Guadalupe, “Casanova”
dos veces, “García”, “GY”, “Alma”, “Nancy”, el rostro de una mujer. (Él fue el
primer identificado, fue reconocido por su madre y se apellidaba González
Casanova.)
El
4 de la fosa 2 fue identificado por el ADN de su hijo y de su esposa que, a
menos de que se hubiera casado con un familiar, no es su consanguínea.
El
5 de la fosa 2 está identificado por el ADN de su madre, pero en la última hoja
de la muestra genética se indica que se trata del cadáver 33 de la fosa 1.
El
1 no indica averiguación previa ni fosa. En el informe médico forense de la PGR
se indica que tiene sexo femenino, no indica que fue decapitado –como se
aprecia en las fotos–, pero en las hojas del expediente se registra que tiene
heridas de bala y es masculino.
Todos
los cuerpos 1 al 9 extraídos de la fosa 1 tienen una averiguación previa:
PGR/SIEDO/UEIS/197/2011.
A
partir del cuerpo 1 de la fosa 1 y hasta el 3 de la fosa 2, se repite el número
de cadáver en la misma fosa con distinta averiguación previa y distintos datos
de identificación.
#
Terror
en la carretera 101/MARCELA
TURATI
En
abril de 2011 salió a la luz una noticia que convirtió a San Fernando en
sinónimo de “narcohorror”: el hallazgo de 47 fosas clandestinas de las que
fueron exhumados 193 cadáveres.
El
secretario de Gobierno de Tamaulipas, Morelos Jaime Canseco Gómez, se apresuró
a explicar que la mayoría de las víctimas eran pasajeros de dos autobuses que
el 24 y el 29 de marzo de ese año transitaron por la carretera 101 que conecta
Ciudad Victoria, la capital del estado, con la frontera norte del país.
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