Buscar
culpables/Luis
Rubio
Reforma, 8
Feb. 2015
Los
asesinatos de Iguala alteraron la dinámica política del país y cambiaron la
suerte del gobierno de manera definitiva. La pregunta crucial es qué implica
eso. A juzgar por el discurso y comunicaciones del presidente y su equipo, hay
un cierto número de personas insidiosas que son culpables de haber conspirado
contra el gobierno y conscientemente provocado la crisis actual. Con este
diagnóstico, en lugar de abocarse a resolver la situación, el gobierno se ha
dedicado a identificar conspiradores y culpables, destruyendo, paso a paso, su
propia capacidad de salir adelante.
Más
allá de algunos actores (expresa y públicamente) dedicados a socavar la
estabilidad del país y remover al gobierno, como podrían ser diversos grupos
guerrilleros, es difícil creer que empresarios establecidos, políticos
profesionales, otros países o instituciones diversas tendrían el menor interés,
por no hablar de la capacidad, de enfrentarse al gobierno. Además de que todos
estos actores viven de la estabilidad del país y sólo pueden desen- volverse y
prosperar en ese contexto, la pregunta fundamental es ¿qué gana el gobierno
buscando culpables?
Si
algo ha sido evidente a lo largo de estos larguísimos meses es que el único
gran perdedor de su falta de acción ha sido el propio gobierno. Peor aún, la
búsqueda de culpables ha llevado a agudizar la crisis, evidenciar las carencias
e incapacidades del gobierno y envalentonar a sus enemigos. En este sentido,
más allá de si hay o no conspiradores, es imposible no arribar a la conclusión
de que la culpa del momento actual, comenzando por la situación en que se
encuentra el gobierno, yace en el error inicial de haber leído mal la sucesión
de eventos desde el Poli hasta Ayotzinapa. Fue ese error el que llevó a la
pérdida de credibilidad del gobierno, mismo que todavía no logra reconocer la
situación en que se encuentra. Hace unos días, Salvador Camarena retrotraía una
cita del general Obregón que explica más que todas las conspiraciones que pasan
por la mente de nuestros dilectos funcionarios: "el primer error es el que
cuenta, lo demás son consecuencias".
El
problema de los enfoques conspirativos -el primer error- es que se pierden en
su laberinto. En lugar de avanzar el proyecto gubernamental, éste acaba
paralizado en el "quién me hizo esto", haciendo imposible resolver la
situación. La pregunta que el gobierno debería estarse haciendo es "¿qué
hicimos mal?", pues esa manera de enfocar el problema conlleva respuestas
concretas y la posibilidad de resolverlo. En la medida en que el gobierno
persista en su búsqueda de "los malos" y en la necedad de seguir
haciendo lo que ya probó que no funciona, su situación, y con ello
inexorablemente la del país, seguirá el inevitable curso de sistemático
deterioro.
En
un discurso días antes de su asesinato, Robert Kennedy expuso una idea que
parece pensada para México hoy: "algunos buscan chivos expiatorios, otros
conspiraciones, pero una cosa es clara: la violencia produce violencia, la
represión genera represalias y sólo una limpieza del conjunto del cuerpo social
podrá remover esta enfermedad de nuestra alma". Ese es el verdadero tema
de México: la urgencia de construir una nueva plataforma para su desarrollo,
algo que no depende de más reformas legales, más controles, cambios
presupuestales o chivos expiatorios, sino de una visión transformativa
apropiada al siglo XXI.
El
país padece toda clase de males, pero el principal es la ausencia de un sentido
de dirección y un gobierno diestro y comprometido para encabezarlo. Esa
ausencia, que es reflejo de un sistema de gobierno enclenque y poco
profesional, crea un entorno de "río revuelto" en el que prosperan y
lucran los intereses y grupos más extremistas, se envalentonan los revoltosos
de cualquier color y se inhibe la inversión y, por lo tanto, la generación de
riqueza y empleos. Todo ello mina los proyectos gubernamentales y pospone, si
no es que nulifica, el potencial de crecimiento económico.
Así,
un gobierno que apostó a que su mera presencia transformaría al país se está
encontrando con que todo el sistema tiene pies de barro. Esta realidad arroja
dos posibilidades: una, comenzar a corregir los problemas que padece el país y
que ahora han tenido el efecto de paralizar al gobierno; o, la otra, seguir
buscando culpables, lo que llevaría a escenarios crecientemente más peligrosos
y riesgosos para la estabilidad y viabilidad del país en su conjunto.
Evidentemente
es imposible resolver problemas ancestrales que este gobierno, y todos los
anteriores, heredaron de nuestra historia. Lo que sí es posible es cambiar la
tónica, encabezar procesos transformativos y probarle a la ciudadanía que
existe un futuro no sólo promisorio sino enteramente posible. El problema para
el gobierno es que un enfoque de esta naturaleza implicaría un cambio radical
de su proyecto inicial.
El
gobierno tomó al país por sorpresa con su iniciativa de reformas y la capacidad
para procesarlas en el entorno legislativo. Lo que no hizo fue reconocer que
estamos en el siglo XXI, en el contexto de la globalización y en medio de una
inmensa crisis de seguridad. Solo adoptando las reglas inherentes a la era de
la globalización podrá el gobierno comenzar a cambiar el curso del país y, al
mismo tiempo, dejar un legado duradero. La única forma en que el gobierno podrá
romper el círculo vicioso en que se encuentra reside en convertirse en el
paladín del Estado de derecho, prácticamente lo opuesto que animó su proyecto
al inicio.
@lrubiof
No hay comentarios.:
Publicar un comentario